Las lecciones de 1945 que no aprendimos
By Suvrat Raju: RUS |
En mayo de 1945, un comité integrado por oficiales militares, físicos y matemáticos, incluyendo figuras destacadas como Robert Oppenheimer, John von Neumann y Norman Ramsey, se reunió para hablar sobre los posibles blancos en Japón para la bomba. Los registros del comité revelan las motivaciones y actitudes de estos influyentes consejeros. Recomendaron que "el uso inicial sea lo suficientemente espectacular para que se reconozca internacionalmente la importancia del arma cuando se le dé publicidad a la misma" y calificaron a Kioto como un "blanco AA" porque tenía "la ventaja de que las personas eran más inteligentes y que, por lo tanto, estaban en mejores condiciones de entender la importancia del arma". Finalmente la administración Truman decidió prescindir de Kioto y, en su lugar, se decidió por Hiroshima. La "ventaja" de esa ciudad, también calificada como "AA", fue que "posiblemente centrarse en las montañas cercanas" podría tener como consecuencia "la destrucción de una fracción más grande de la ciudad".
Luego de que Estados Unidos lanzara la bomba sobre Hiroshima, distribuyó un folleto explicando a los japoneses que Washington poseía "el explosivo más destructivo inventado alguna vez por el hombre. …Ustedes deberán valorar este horrible hecho." Al mismo tiempo, la Casa Blanca emitió una declaración triunfante afirmando que "ahora estaba preparada para destruir con más rapidez y por completo todas las empresas productivas que los japoneses tengan en la superficie de cualquier ciudad."
Estos registros demuestran que los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki se diseñaron y ejecutaron como actos de terror. Historiadores nacionalistas de EE. UU. han sostenido que los bombardeos fueron preferibles a una invasión de Estados Unidos, pero este es un debate en el que no es necesario presentar ningún argumento en contra. Una pregunta de naturaleza puramente fáctica es suficiente para emitir un juicio ético: ¿el gobierno de Estados Unidos hizo esfuerzos serios por salvar vidas, tanto japonesas como estadounidenses?
Los registros históricos demuestran concluyentemente que no lo hizo. Dejando de lado la Declaración de Potsdam, en la que aparentemente se expresó la demanda de rendición incondicional para invitar al rechazo y proporcionar una justificación por haber lanzado la bomba, la administración Truman se negó a considerar alternativas al uso de la bomba en una zona poblada. El profético Comité Franck, en un memorando que se comunicó al secretario de guerra en junio de 1945, recomendó la "demostración de la nueva arma…en el desierto o en una isla desierta". El grupo consultivo científico del secretario descartó rápidamente esta idea, ya que sus miembros no vieron "ninguna alternativa aceptable al uso militar directo".
Esta historia es importante porque muestra de forma emblemática qué poca importancia dan los responsables de la adopción de decisiones políticas en Washington a la vida humana, con el fin de alcanzar sus objetivos estratégicos. Si los estadounidenses hubieran entendido mejor esta característica de su gobierno al final de la guerra, quizás hubieran demostrado una mayor oposición a las siguientes intervenciones de EE. UU. en otros países. Sin embargo, tras la guerra, los defensores nacionalistas pudieron exitosamente oscurecer las lecciones de Hiroshima y Nagasaki. Esto explica parcialmente por qué se acalló durante tanto tiempo la oposición dentro del país a la agresión de EE. UU. contra el sudeste asiático, que empezó solo unos años después de la Segunda Guerra Mundial y ocasionó millones de muertes. Hoy día las fuerzas armadas de EE. UU. valoran positivamente la bomba. La campaña "shock y pavor" al inicio de la guerra de Irak en 2003 se inspiró en una doctrina que buscaba "alcanzar un grado de schock nacional parecido al efecto que tuvo en los japoneses el lanzamiento de las armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki".
Las justificaciones de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki se basan, en definitiva, en la idea de que los patrones que se aplican a la mayoría de las naciones no rigen para el gobierno de EE. UU. y sus aliados. Esta misma presunción ha socavado muchas veces los esfuerzos internacionales para el control de armas. El discurso principal en Occidente sobre Irán sostiene que no sería aconsejable que Teherán adquiriera una bomba nuclear, pero ignora simplemente el hecho de que es igual de problemático que Estados Unidos o Israel tengan arsenales nucleares.
No se trata solo de una cuestión técnica, sino también de un problema práctico para el desarme. Estados Unidos, volviendo a los absurdos intentos del general Leslie Groves de comprar todas las existencias de uranio del mundo durante la Segunda Guerra Mundial, ha hecho la guerra pero lentamente ha perdido la batalla para poseer armas nucleares a la vez que controla su difusión en otros países. En siete décadas desde Hiroshima y Nagasaki ocho naciones han adquirido armas nucleares. Dada la inestabilidad inherente a la configuración de múltiples potencias nucleares, la única forma de garantizar que el mundo no vea otra explosión nuclear en las próximas siete décadas es reconocer que la no proliferación simplemente no es sostenible sin el desarme universal.
Un orden justo. De la misma forma que la política no han logrado incorporar las lecciones de los bombardeos, la comunidad científica tampoco ha hecho un autoexamen significativo sobre su rol en el desarrollo de las armas nucleares. Incluso los integrantes de la comisión de inteligencia de objetivos escaparon al oprobio del mundo académico. La autobiografía de Richard Feynman ejemplifica la forma en la que la comunidad científica racionalizó su colaboración con el ejército: "von Neumann me dio una idea interesante: que no tienes que ser responsable por el mundo en el que estás. Así que he desarrollado un sentido muy poderoso de la irresponsabilidad social."
Al tranquilizar sus conciencias de esta forma, los científicos aceptaron de buena gana el abrazo del establecimiento de defensa de EE. UU luego de la guerra. Como explica el historiador de ciencias, Paul Forman, "confrontados con mucho dinero, ni la persuasión política ni la disposición antipolítica fueron lo suficientemente fuertes como para retener a los físicos".
Este acuerdo cede poder a la industria de defensa en relación con las direcciones de investigación, pero también limita el espacio disponible para el desacuerdo en las instituciones académicas. Por ejemplo, una ley de EE. UU. conocida como Enmienda Solomon puede usarse para negar la financiación federal para investigaciones a cualquier universidad que no permita el acceso de reclutadores militares o prohíba el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva.
La situación es similar en India, donde el Departamento de Energía Atómica financia las investigaciones en matemáticas y física teórica. En 1962, el eminente matemático, D. D. Kosambi, fue destituido del Instituto Tata de Investigación Básica, ostensiblemente por publicar una comprobación incorrecta de la hipótesis de Riemann, pero más verosímilmente por su oposición pública a las armas y energía nucleares. Décadas después, el departamento ordenó al Instituto de Ciencias Matemáticas tomar medidas contra los miembros de su facultad que habían escrito oponiéndose a los ensayos nucleares de India de 1998. Más recientemente han ocurrido incidentes similares aunque, debido a su naturaleza, es difícil documentarlos de forma exhaustiva.
En la época nuclear, la supervivencia de la humanidad está estrechamente vinculada a la abolición de la guerra; por lo menos esto está claro desde hace mucho tiempo. Sin embargo, la paz duradera solo es posible en un orden internacional justo, donde no se tolere la agresión de los países poderosos, las relaciones internacionales estén guiadas por la equidad y no por el excepcionalismo, y la ciencia por objetivos sociales, y no militares. En el 70 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, es momento de que el mundo reconozca y actúe en consonancia con estas lecciones.