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Imperativos energéticos, concienciación medioambiental

En varios países en vías de desarrollo, tanto la demanda energética como la concienciación medioambiental van en aumento. Esto provoca tensiones entre partes interesadas. La clase media puede crear nuevas expectativas sobre temas como la contaminación del aire y la preservación de los espacios naturales; sin embargo, su prosperidad depende en parte de los proyectos energéticos que pueden conllevar una gama de consecuencias negativas para el medioambiente. A menudo son los pobres los que sufren directamente de estas consecuencias, aunque son ellos quienes aún pueden beneficiarse del desarrollo económico. Mientras tanto, los gobiernos, aunque están dispuestos a fomentar el desarrollo, también deben ser conscientes de las actitudes medioambientales de los ciudadanos. ¿Cómo pueden las naciones con un rápido nivel de desarrollo satisfacer sus necesidades energéticas y alcanzar las metas de desarrollo mientras satisfacen también las más altas expectativas medioambientales?

También se puede leer la Mesa Redonda sobre el Desarrollo y el Desarme en inglés, árabe y chino.

Round 1

Es hora de dar pasos más grandes

Desde los años setenta, los sociólogos han observado que los valores de las personas han cambiado de material a pos material a medida que las sociedades prosperan. Es decir, cuando las personas empiezan a creer que se les garantiza seguridad económica y física, prestan más atención a las cosas que antes habrían sido consideradas como lujos, tales como la autonomía y la propia expresión. Este mismo proceso ha ayudado a promover movimientos ambientalistas en el mundo desarrollado. Estos movimientos, que tal vez empezaron como preocupaciones locales por la calidad del aire y del agua, ahora incluyen temas globales como el cambio climático, la deforestación y la pérdida de la biodiversidad.

En los países en vías de desarrollo, por el contrario, el activismo ambientalista a menudo es producto de la pobreza en vez de la riqueza. La lucha que lideró Chico Mendes para conservar las selvas tropicales brasileñas, el movimiento Chipko en el Himalaya para salvar los bosques y proteger los recursos del suelo y del agua y los esfuerzos del pueblo Penan para prevenir la explotación forestal en Malasia son ejemplos de cómo las personas pobres en áreas rurales han peleado para proteger su subsistencia. Pero en los últimos años, el medioambientalismo pos material y medioambientalismo de los pobres han empezado a convergir en algunos países en vías en desarrollo. En naciones tales como la India y Kenia,  las personas educadas de la clase media que buscan una conducta responsable medioambiental se han unido con los pobres para responder a los problemas de sostenibilidad.

Hoy en día, el desafío más grande medioambiental en el mundo es el cambio climático. Desde el comienzo de la Revolución Industrial, los combustibles fósiles han impulsado el crecimiento económico, pero desde la extracción, al procesamiento, al transporte y al uso final, los combustibles fósiles generan emisiones de carbono que el mundo ya no puede costear. Es evidente que los sistemas energéticos deben ser más sostenibles. Además, los sistemas energéticos deben construirse con –aparte de energía eficiente— el uso expandido y amplio de tecnologías energéticas limpias y renovables. Las políticas nacionales energéticas y los cambios de los mercados implicados por estas políticas son esenciales para alcanzar ese cambio.

Para reorganizar los sistemas energéticos, el mundo en vías de desarrollo se enfrenta a un dilema diferente al que se enfrentan las naciones industrializadas. El crecimiento energético y económico están estrechamente vinculados y esto representa problemas para los países donde los niveles de desarrollo son bajos. Los países en vías de desarrollo deben simultáneamente, garantizar el acceso a la energía que se necesita para el desarrollo económico, la gestión de transiciones a sistemas de energía con bajo consumo de carbono y para ayudar a los más vulnerables a lidiar con los efectos del cambio climático. Esto, en esencia, es lo que se conoce como "trilema energético" de seguridad energética, sostenibilidad medioambiental y equidad social. Es imprescindible responder a cada elemento del "trilema", pero es muy complicado responder a todos ellos exitosamente porque los tres elementos están interconectados.

En las próximas décadas, es probable que las naciones de rápido desarrollo representen una mayor porción de las emisiones mundiales de carbono, en particular China, la India y Brasil. Pero para los países más pobres, el mayor reto es todavía el acceso a la energía. Hasta los grandes emisores de carbono en el mundo no han incorporado completamente el cambio climático a sus políticas energéticas; por lo tanto, no debe sorprender que en los países más pobres, la transformación de los sistemas energéticos, por lo general, no es ni una consideración periférica.

Aún así, si los países en vías de desarrollo van a progresar económicamente y brindar equidad social a sus ciudadanos, tarde o temprano tendrán que acoger algún tipo de opinión: una actitud donde la mitigación climática, los sistemas energéticos sostenibles y el desarrollo económico puedan ir mano a mano. Algunos países en vías de desarrollo ya han decidido que la construcción de economías verdes es una meta alcanzable.

China, por ejemplo, en el plan quinquenal que cubre el período de 2011 a 2015, identifica las industrias de energía limpia y las tecnologías vinculadas como "las industrias centrales" (junto con la tecnología de información y biotecnología). Se ha informado que el gobierno chino ha gastado más de $1.700 millones en dichas industrias y tecnologías en el último lustro; así se ilustra esta inversión como un "empuje" del mercado hacia la energía verde y las medidas eficientes como una acción de "atracción". Pero la dimensión de la economía verde de la mitigación climática no es una idea exclusiva de los chinos: por ejemplo, existen marcos similares de políticas en Tailandia y en mi propio país, Malasia.

Ya se empezó a recorrer el camino hacia un sistema energético sostenible, pero las naciones sólo han dado pasos chicos hasta el momento. El ritmo podría aumentar si los proyectes existentes de sostenibilidad se multiplicaran y si los reglamentos alentaran más a las fuerzas del mercado. Además, es importante que los gobiernos fomenten intervenciones a corto plazo que demuestren al público las ventajas de la creación de los sistemas energéticos sostenibles. En Ghana, por ejemplo, los objetivos para la generación energética renovable se han vinculado con el objetivo de proporcionar acceso universal a la electricidad para el 2020. Este tipo de creación de confianza es vital. Durante la crisis financiera y económica de los últimos años, los gobiernos, las empresas y el público han prestado atención a los problemas medioambientales. Puede que la oportunidad de ganancias por la inversión en la energía verde esté en disminución, y si llegara a desaparecer, las implicaciones serían extremamente graves.

Difícil, pero no imposible

El mundo industrializado  es el mayor responsable de la destrucción ecológica. Pero mientras las naciones que previamente quedaron atrás del crecimiento económico  intentan recuperar terreno, lo hacen de manera que también van tomando parte de la destrucción ecológica. En países tales como China y la India, los ecosistemas naturales y la tierra agrícola se están desviando hacia la industria, la infraestructura y las centrales eléctricas. La extracción de minerales y combustibles fósiles, que se lleva a cabo en gran escala, genera contaminación de todo tipo. Hoy en día, los países de rápido desarrollo emergen como los mayores emisores de gases de efecto invernadero, aunque sus emisiones per cápita aún son pequeñas en comparación con aquellas de los países industrializados. En un mundo en el que tanto los países desarrollados como los de en vía de desarrollo utilizan excesivamente los recursos del planeta, los seres humanos actualmente empiezan a cruzar los límites peligrosos para el medio ambiente.

Los impactos socioeconómicos graves vienen acompañados de todo este daño ecológico: en los países que se están industrializando, la supervivencia de un gran número de personas depende directamente de los ecosistemas naturales y modificados. En la India, por ejemplo, alrededor de 700 millones de personas dependen directamente de las granjas, bosques, prados, humedales y hábitats marinos para su subsistencia, y la degradación medio ambiental los afecta gravemente. De acuerdo a un estudio del Banco Mundial, el costo económico de la degradación medioambiental en la India equivale  a un 5,7 por ciento del producto interno bruto del país, con un costo alto y desproporcional para los pobres. La producción energética y la extracción de recursos también pueden llevar al desplazamiento, a la desintegración cultural y a la enfermedad.

La responsabilidad por el daño ambiental es mayor en algunos países, pero son otros países los que sufren más debido a este daño ambiental. Sin embargo, este tipo de desigualdad se manifiesta tanto dentro de los países como entre ellos. Desde 2007 (el año más reciente del cual se consiguieron estas cifras), las personas más ricas en la India han sido responsables, sobre una base per cápita, 4.5 veces más que los empobrecidos. Alrededor de 150 millones de indios, nuevamente sobre una base per cápita, fueron responsables de emisiones de carbono anuales superiores a 2,5 toneladas métricas que son consistentes en limitar el aumento de la temperatura a 2 grados.

Con frecuencia, la India es testigo de grandes protestas en contra de centrales eléctricas, operaciones mineras y proyectos similares. Los manifestantes, por lo general, son agricultores, pescadores, pastores o adivasi (comunidades indígenas) que se oponen al uso de terrenos agrícolas, bosques, agua u otros recursos para proyectos de desarrollo que no les aporta ningún beneficio. Varias decenas de proyectos mineros, hidroeléctricos, nucleares e industriales en la India están estancados debido a estas protestas. Incluso en los países menos democráticos como China se registran anualmente miles de protestas en contra de la adquisición de tierras. Un segmento de la clase media india se ha unido a dichos movimientos, y un sector civil de la sociedad en expansión se centra en el medioambiente y en los derechos humanos. Muchas personas, tanto de comunidades directamente afectadas como de la clase media, cuestionan fundamentalmente los modelos de crecimiento económico y buscan alternativas.

El consumo sostenible. ¿ Se puede mitigar la sin romper el vínculo entre los seres humanos y el medioambiente donde viven? Las iniciativas de política y los esfuerzos políticos locales en muchos países muestran que existen caminos para hacerlo. La India en sí ofrece cientos de ejemplos alentadores: proyectos sostenibles de agricultura que brindan seguridad alimentaria, métodos descentralizados de recogida de agua que garantizan suficientes fuentes hídricas hasta en zonas de baja precipitación, e iniciativas de manufactura a pequeña escala y producción artesanal que respaldan trabajos dignos y limpios. Las iniciativas energéticas descentralizadas, entre tanto, demuestran su idoneidad para una amplia gama de aplicaciones (y llegan al alcance de los pobres muchos antes que los proyectos energéticos convencionales a gran escala, que dependen de redes centralizadas ineficientes). Todos estos métodos satisfacen directamente las necesidades básicas y las aspiraciones de las personas, en oposición a las iniciativas convencionales de desarrollo, que en gran parte intentan incentivar el crecimiento rápido con la esperanza de que los pobres se vean beneficiados por efecto de goteo.

Pero mitigar el cambio climático y responder a las preocupaciones medioambientales también requiere la limitación del consumo. Por ejemplo, los deshechos enormes plagan la cadena de suministro energético por lo que se necesitan mejoras en la eficacia energética. Deben establecerse sistemas adecuados de transporte público para terminar con el dominio del vehículo privado. Los métodos y materiales de construcción deben consumir mucha menos energía.

También debe controlarse el consumo personal excesivo. Una manera de conseguir esto sería establecer una "línea de consumo sostenible" más allá de la cual se desalentaría o prohibiría el consumo. Con el establecimiento de una línea de consumo sostenible, no todo consumo sería  legítimo; al contrario, las restricciones de abastecimiento que la naturaleza impone limitarían el consumo. La línea de consumo sostenible podría ser parte de lo que he llamado democracia radical ecológica: un arreglo sociocultural, político y económico que les otorga a todas las personas y comunidades una oportunidad justa y total para participar en la toma de decisiones que se centraría en dos pilares: la sostenibilidad ecológica y la equidad humana.

El establecimiento de una democracia radical ecológica representaría desafíos políticos, sociales, económicos, técnicos y culturales. Requeriría el abandono de los valores predominantes de hoy en día, como el individualismo, el consumismo, la acumulación de riqueza, la maximización de ganancias, la ostentación, entre otros. Se reemplazaría a estos valores con una serie diferente de ideas, tales como el hecho de que los derechos vienen acompañados de responsabilidades,  los recursos son parte del legado global y la felicidad puede lograrse con mejores relaciones sociales, mayor profundización de la espiritualidad, entendimiento del sentido de "tener suficiente" así como también con la naturaleza misma.

Únicamente mediante la restructuración fundamental de la actividad humada se pueden satisfacer las necesidades de los pobres y salvar al planeta. Tal restructuración será un proyecto difícil y a largo plazo, pero no será imposible.

Salir del hoyo

En los países en vías de desarrollo, los costos y los beneficios de la producción energética raramente se comparten de manera equitativa. Un ejemplo en particular es la represa Pak Mun de Tailandia. Este proyecto genera únicamente la electricidad suficiente para proporcionarle energía a un centro comercial grande en Bangkok, y la Comisión Mundial de Represas ha dictado que no es  económicamente justificable. La construcción de la represa desplazó a 1.700 familias y, al perturbar  al sector pesquero, afectó la subsistencia de 6.200 hogares.

Es alentador que la clase media en los países en vías de desarrollo demuestra una mayor concienciación medioambiental, pero si esta concienciación continúa siendo superficial, el resultado denotará una actitud de "en mi casa, no". Esto puede producir un "apartheid verde", en el que las zonas ricas se benefician de los proyectos energéticos sucios ubicados lejos de ellas. Por ejemplo, Tailandia —una nación próspera en comparación con algunos de sus vecinos— deriva su electricidad cada vez más de las represas destructivas o de las centrales eléctricas contaminantes ubicadas en Laos, Camboya y Myanmar (países con leyes medioambientales y mecanismos de cumplimiento permisivos). Para muchos tailandeses, las consecuencias negativas de estas instalaciones siguen el dicho, "ojos que no ven, corazón que no siente".

Todo esto parece indicar que la clase consumidora se beneficia injustamente a costas de los pobres. Sin embargo, en Tailandia la realidad es que las inversiones energéticas son impulsadas por la avaricia de las corporaciones y no por las preferencias de la clase media tailandesa. Como la mayoría de los planificadores energéticos de alto rango en el gobierno forma parte de las juntas de las compañías energéticas privatizadas, se distorsiona el planeamiento y se elaboran proyectos innecesarios en masa. Unos pocos se benefician de esta combinación corrupta de dinero y política Se cautiva así a los consumidores quienes apoyan a empresas energéticas innecesarias y destructivas. Por lo tanto, no es justo caracterizar de hipócritas a las preocupaciones medioambientales de la clase media, así como tampoco es justo declarar “en contra del desarrollo” a las preocupaciones medio ambientales de los pobres.

Distribución desigual. El flujo de energía de las zonas pobres hacia las zonas ricas es común dentro de los países, entre países y entre los países desarrollados y en vías de desarrollo. Pero paradójicamente, los países de donde se exportan recursos energéticos son frecuentemente pobres en materia energética. En Myanmar, por ejemplo, sólo un 26 por ciento de la población tiene acceso a la electricidad,  y aún así es de manera intermitente. Sin embargo, según el informe del 2012 brindado por el Banco Asiático de Desarrollo, más de la mitad de los suministros energéticos del país se exportan.

Mundialmente, décadas de desarrollo económico han generado mucha energía y muchas ganancias, pero ninguna de ellas se distribuye equitativamente. Cerca de 1.300 millones de personas alrededor del mundo carecen de electricidad, mientras que un 46 por ciento de la riqueza mundial se concentra en el 1 por ciento de las personas más ricas. Los proyectos energéticos, lejos de brindarles acceso a servicios modernos de energía a los pobres, a menudo los desplazan y los dejan en un medioambiente contaminado o degradado.

La pobreza existe no porque el mundo tiene muy poca riqueza, sino porque el sistema económico mundial es injusto. Como dijo Mohandas Gandhi, "el mundo tiene lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para la avaricia". Si uno fuera a visualizar la economía mundial en tres dimensiones, casi se vería como una pirámide, pero con un pico muy alto y puntiagudo y con una base muy ancha. El 1 por ciento más rico ocuparía la parte superior y los pobres se acumularían en la parte inferior. Este sistema funciona mientras que las personas en el pie sean apaciguadas por promesas de confort, conveniencia, movilidad y novedad en el futuro. Pero en algún momento, ya sea por la desigualdad inaguantable, la escasez de recursos, el cambio climático o la acumulación de otros pesares medioambientales, la fiesta de la globalización llegará a su fin.

Y sí, el mundo debe esforzarse más para satisfacer las necesidades básicas de las personas en la base de la pirámide económica. Pero en un mundo limitado, estas necesidades no pueden satisfacerse si se sigue el camino de crecimiento económico interminable y si la demanda de energía continúa creciendo. En efecto, el consumo de combustibles fósiles debe ralentizar precipitadamente  —tanto en naciones desarrolladas como en vías de desarrollo— si la humanidad busca evitar una catástrofe climática.

Pero será tremendamente difícil dejar de utilizar los combustibles fósiles. Estos combustibles, además de proporcionar energía, se han vuelto partes esenciales de todo, desde fertilizantes sintéticos hasta plásticos. Los combustibles fósiles son máquinas de generación y acumulación de capital. Ahorran tiempo y trabajo, son las bandas del comercio internacional, varas para medir el progreso, supuestos garantes de seguridad nacional y drogas adictivas disfrazadas de proveedores de conveniencia y confort. Han permitido la reubicación de centrales de producción en cualquier lugar que proporcione trabajo barato. Han permitido la creación de fuerzas laborales móviles y prescindibles. Han hecho de la geografía una abstracción, permitiendo que las corporaciones multinacionales acaparen los recursos en cualquier lado. Son una precondición necesaria para la acumulación de capital basándose en la explotación de trabajo y recursos globales. Los combustibles fósiles están tan arraigados en la economía global que reducir su dependencia requeriría un cambio radical.

Lamentablemente, la solución al cambio climático no puede ser tan simple como cambiar a formas alternativas de energía. Las fuentes renovables de energía y las tecnologías de conservación deben ser exploradas a su máximo potencial donde parezca que tiene sentido económico. Aunque algunos países están acogiendo la energía verde, hasta ahora muy pocos han reducido significativamente sus emisiones de dióxido de carbono. A su vez, a menudo muchos fingen estar de acuerdo con la energía verde o bien esta enfrenta una resistencia absoluta. Simplemente, la energía verde no es una varita mágica para los problemas globales climáticos. Mientras tanto, los proyectos nucleares son muy caros, aún presentan demasiados riesgos medioambientales y de proliferación y tardan demasiado en construirse. La energía nuclear debe quedar en el olvido.

¿Entonces, cómo puede salir el mundo del hoyo de combustible fósil que cavó? Con la construcción de una economía global que se basa en satisfacer las necesidades básicas de las personas, incluyendo aquellas de las generaciones futuras. Los gobiernos, presionados y forzados a rendir cuentas por el público y las organizaciones no gubernamentales, pueden adoptar medidas que ayudarían a crear dicha economía.

Los gobiernos deberían abandonar inmediatamente las políticas que siguen afianzando la economía de combustibles fósiles. No deberían construirse nuevas centrales eléctricas  de carbón o de gas y se debería abandonar los proyectos de las súper carreteras. A su vez, las subastas de concesiones de petróleo deberían cesar y se deberían retirar los subsidios y privilegios fiscales de las industrias de alto consumo energético que sirven primordialmente a los mercados de exportación. También debería dejarse de apoyar a la agricultura de alto consumo de energía y químicos.

Además, deberían gravar impuestos o aumentar los impuestos de las emisiones de carbono, así como también los de las ganancias de capital, los flujos especulativos financieros y legados. Mientras tanto, los impuestos al trabajo deberían reducirse. En general, la recaudación fiscal aumentaría y estos fondos deberían invertirse en la energía verde, la salud, la educación, la preparación de la comunidad  así como también en la reorientación de infraestructuras económicas hacia la autonomía, sostenibilidad y la satisfacción de las necesidades básicas.

Un objetivo a largo plazo de todo esto sería la reubicación económica. Las inversiones serían locales como así también el consumo. Los recursos naturales caerían bajo la administración local. Las ganancias adoptarían la forma de mejoras en la salud, comunidades más fuertes y un ambiente más limpio. Las personas trabajarían no para acumular dinero sino más bien para satisfacer las necesidades reales: sus propias necesidades, las de los demás y las de  los hijos y nietos de todos.

Round 2

Más democracia y un sentido de límites

Las ideas que han surgido en esta mesa redonda para reducir los gases de efecto invernadero y responder a otros problemas medioambientales y a los relacionados con la equidad incluyen disminuir el consumo, desafiar los modelos predominantes de desarrollo, asegurar que la gobernanza se centre en la gente e impulsar las políticas energéticas nacionales hacia la energía renovable. En la primera ronda, Adnan A. Hezri se centró mayormente en la última idea. Yo estaría a favor de dicha transformación, pero como la equidad social es tan importante como la sostenibilidad medioambiental, es vital que los proyectos energéticos renovables se descentralicen.

Las fuentes centralizadas de energía renovable tales como los parques eólicos, los proyectos grandes hidroeléctricos y las enormes instalaciones solares –además de conllevar serios impactos medioambientales— son intrínsecamente resistentes al control democrático. Es muy común que la energía generada se suministre en áreas urbanas ricas o en complejos industriales, mientras que los pobres rurales siguen sin acceso a la energía. La energía proveniente de fuentes descentralizadas renovables suele llegar a los pobres de manera más rápida, en especial, si los gobiernos y la sociedad civil apoyan estos proyectos.

Mientras tanto, Chuenchom Sangarasri Greacen ha hecho hincapié mayormente en reducir el consumo. La reducción de la demanda energética en su totalidad es de hecho un requisito, especialmente en los países industrializados, pero también entre los más ricos en las naciones menos industrializadas. Se puede lograr esta reducción mediante la eficacia, pero también con la disminución del uso energético insensato tal como el uso de señales con luces de neón y el alumbrado de las tiendas durante toda la noche. La eliminación de las mercancías innecesarias, tales como los productos de moda, disminuiría el consumo, así como también lo haría el cambio de política del transporte público. Pero en práctica, ¿cómo se podrán alcanzar estas disminuciones?

El generar la concienciación pública puede jugar un papel importante. El comportamiento cambiará en tal grado si las personas entienden la naturaleza suicida de nuestros hábitos energéticos actuales. Pero las reducciones significativas probablemente requerirán que los medioambientalistas ganen más poder político, como lo sugiere Hezri. Únicamente mediante el ejercicio del poder político se podrá internalizar las externalidades de los combustibles fósiles, haciendo que éstos no sean viables económicamente. Se requiere el poder político para cobrar impuestos o imponer restricciones sobre el consumo de lujo y utilizar estos ingresos tributarios para subsidiar las opciones descentralizadas de energía renovable. El empoderamiento político de los ciudadanos es igualmente necesario si las comunidades rurales tienen que proteger sus recursos naturales de las fuerzas poderosas urbanas e industriales. Al mismo tiempo, uno no debe subestimar la habilidad de los movimientos radicales y descentralizados para cambiar ciertas cosas en gran escala. En la India, por ejemplo, fue un movimiento descentralizado, y no la involucración directa del gobierno, lo que hizo realidad la Ley de Derecho de Información del país.

La transformación política tiene que ser acompañada por un cambio del paradigma económico: el mundo debe romper con su adicción al crecimiento económico. La afirmación de Hezri en la segunda ronda que "el decrecimiento global es una meta medioambiental extrema que no permitirá que las sociedades prosperen" ignora un punto importante: que la humanidad ya está agotando el planeta. Se deben reducir las actividades que causan que la humanidad sobrepase los límites ecológicos del planeta.

La reducción de estas actividades no requiere el decrecimiento en ninguna parte. Son las personas en el hemisferio norte y los ricos en los países pobres los que deben disminuir drásticamente su impacto medioambiental. Mientras tanto, la redistribución económica radical asegurará que el hemisferio sur tenga los recursos necesarios para generar ingresos y satisfacer las necesidades básicas de las personas.

Dar pasos tales como estos no acabaría con el crecimiento global. Por el contrario, el crecimiento sería sostenible en vez de ilimitado. Aun más importante es que el mundo en su totalidad podría alcanzar un "estado estable" en el cual las mejoras continuas para el bienestar no estarían basadas en el consumo desenfrenado de la energía y de las materias primas.

Para cambiar la política, hay que ganar poder

Las dos soluciones más frecuentes para responder al "trilema energético" que comprende la seguridad energética, la sostenibilidad medioambiental y la equidad social, disminuirán el consumo total y creará una reforma de los sistemas políticos. En esta mesa redonda, Chuenchom Sangarasri Greacen y Ashish Kothari, cada uno a su manera, están a favor de estos dos métodos. Pero para resolver "el trilema energético" se requerirá más de lo que estos métodos pueden hacer por su cuenta.

El llamado a la reducción del consumo a menudo ignora un punto importante: que la actividad económica y el uso de recursos naturales no siempre marchan juntos. Por ejemplo, en Japón el producto interno bruto aumentó en un 42 por ciento entre 1977 y 1987, pero la demanda energética aumentó tan sólo en un 14 por ciento. Más allá de esto, un enfoque excesivo sobre el consumo energético doméstico puede llevar a la conclusión de que el comportamiento individual es la clave para la sostenibilidad medioambiental. En la mayoría de los países en vías de desarrollo, esto representa una actitud utópica. Por ejemplo, la clase media creciente en la mayoría de los países asiáticos en vías de desarrollo consideran que los automóviles y los aires acondicionados en hogares son símbolos poderosos de estatus social. Suponer que las personas que recién prosperan renunciarán a las tecnologías que consideran de gran importancia, seguramente decepcionará.

El consumo individual se encuentra gobernado por lo que las personas consideran deseable y económicamente lógico. Sólo la política gubernamental es lo suficientemente fuerte para cancelar estas fuerzas. Mediante la política puede alcanzarse una restructuración de los patrones de consumo para que sean medioambientalmente lógicos y no sólo económicamente. Sin embargo, es probable que los gobiernos no elaboren dichas políticas simplemente debido a "medidas que enrobustecen la democracia y aumentan la transparencia y la rendición de cuentas"; medidas que Greacen ha defendido en la segunda ronda. Por el contrario, los movimientos medioambientales deben ganar un mayor poder político.

Hasta ahora, los medioambientalistas han ganado varias batallas, pero parece que van perdiendo la guerra. Han cabildeado exitosamente por miles de disposiciones medioambientales, pero la degradación del ecosistema terrestre continúa a paso acelerado. Esto es cierto, en parte, porque los movimientos medioambientales son frecuentemente caracterizados por estructuras débiles de organización, visiones limitadas y enfoques progresivos para el cambio. Se debe contrarrestar estos problemas si se busca que el medioambientalismo se convierta en un poder político poderoso en vez de en un movimiento de protestas.

Los partidos verdes en Europa occidental han progresado un poco en esta dirección y varios movimientos de protestas se han convertido en partidos políticos importantes. Estos partidos se han aunado a coaliciones gobernantes en países tales como Alemania, Italia, Francia, Bélgica y Finlandia. Durante parte del 2004, Letonia tuvo un primer ministro verde. Por otra parte, en Asia Oriental, una región que debería ser campo fértil para la política centrada en el medioambiente, generalmente los partidos verdes no pueden ganar terreno en contra de los competidores que anuncian prosperidad por medio del crecimiento económico. Aunque los medioambientalistas puedan incorporarse a la corriente del poder político, deben permanecer alerta para evitar que las fuerzas del mercado los atrapen. La alianza del dinero y la política seguirá representando un peligro para el planeta a menos que el mundo entero acoja colectiva y decididamente una visión en la que las metas para la sostenibilidad ecológica y el bienestar humano converjan.

Sin embargo, finalmente argumentaría que el decrecimiento económico es una meta medioambiental extrema que prevendría que las sociedades prosperen. Los medioambientalistas deben aceptar que la vida es para vivirla.

El dinero y la política son el problema

En la Primera Ronda, Adnan A. Hezri propuso que las naciones abordaran los temas de cambio climático e inequidad económica principalmente mediante el establecimiento de sistemas de energía sostenibles. Ese sería un paso en la dirección correcta. Sin embargo, dada la omnipresencia de combustibles fósiles en la economía mundial, la energía renovable no puede reducir las emisiones de dióxido de carbono tantocomo la amenaza del cambio climático lo necesita – ni siquiera está cerca. Si la energía renovable (con la ayuda de medidas de eficiencia) eliminara todas las emisiones producidas por la generación de electricidad basada en combustibles fósiles, las emisiones de gases de efecto invernadero solo disminuirían en un 17 por ciento. Las emisiones provenientes de otras fuentes, desde los viajes aéreos, a los plásticos, a la deforestación y hasta la ganadería, permanecerían sin cambio alguno, o más bien, debido a las emisiones asociadas con la producción y distribución de celdas solares, turbinas eólicas, aparatos eficientes en energía, y demás, podrían incluso incrementar.

Si las naciones llegan a alcanzar la reducción de emisiones que los científicos climatológicos recomiendan, el consumo deberá reducirse. Es el consumo excesivo lo que explica la brecha enorme entre las reducciones de emisiones recomendadas por los científicos y  las verdaderas reducciones de emisiones. Para evitar una catástrofe climatológica y dejar recursos adecuados para los pobres, los ricos en el mundo desarrollado y en vías de desarrollo tendrán que reducir su consumo.

Por otra parte, centrarse excesivamente en el consumo puede culpar en gran medida a los consumidores mientras se ignoran las fuerzas mayores que fomentan un mayor consumo. El capitalismo desenfrenado, junto con un poder político inexplicable, es el verdadero culpable del cambio climático. El matrimonio del dinero con la política provoca inversiones energéticas que benefician solamente a unos pocos, saquean los recursos naturales y empobrecen a las personas que dependen de los recursos naturales para su sustento. Los consumidores pagan la cuenta para estos proyectos. 

Cualquier solución realística al cambio climático deberá interrumpir la cómoda relación que el capitalismo desenfrenado disfruta con la política. Perturbar esta relación no será fácil: no existe un método claro y conciso para lograrlo. Sin embargo, una serie de acciones puede que logren el cometido. Se deberán reformar los sistemas políticos a través de medidas que realcen la democracia e incrementen la transparencia y responsabilidad. Se deberá reorientar las economías hacia la descentralización, localización, sustentabilidad y la distribución de riqueza equitativa.

Nuevas actitudes. Mientras tanto, se necesita redefinir el concepto de desarrollo económico (y quizá hasta cambiarlo de nombre). El desarrollo verdadero no proviene de un consumo incrementado y la acumulación de riqueza no es siquiera un objetivo deseado. La globalización, que produce una inequidad insoportable e inspira la obtención de recursos que empobrecen a los pobres, representa una forma de colonialismo en vez de un medio para el desarrollo. En cualquier caso, se debería admirar a las comunidades sanas que viven por sus propios medios y en armonía con el medioambiente, en vez de etiquetarlas como en necesidad de desarrollo. Si los ricos aprendieran de estas comunidades "pobres", todos se beneficiarían.

Se necesita también un cambio en la actitud hacia el ambientalismo . En la Primera Ronda, Hezri describió la conciencia ambiental en los países prósperos como algo "que se debe haberse considerado un lujo" en tiempos menos prósperos". Él reconoció que el activismo medioambiental en los países menos prósperos a menudo surge de la pobreza en lugar de la opulencia; no obstante, cualquier noción de que el ambientalismo pueda ser un lujo, minimiza y hace vulnerable a los pobres. Tal actitud hacia el ambiente es parte de lo que coerce a la gente pobre a aceptar los impactos negativos ambientales que acompañan al "desarrollo". Aire limpio, agua limpia y demás son la base fundamental para el bienestar humano. No son un lujo que solo los ricos pueden afrontar.

Un verdadero lujo inasequible son los subsidios a los combustibles fósiles. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, los subsidios a la energía mundial equivalen al 8 por ciento de los ingresos de los gobiernos del mundo (una vez que las externalidades del uso de la energía se tienen en cuenta), y la mayoría de los subsidios energéticos apoyan los combustibles fósiles. A las naciones les iría mucho mejor si redirigieran sus recursos monetarios hacia la educación, la salud pública, la protección ambiental y los programas de redes de seguridad.

Round 3

Generando el cambio

Los participantes en esta mesa redonda coinciden totalmente en que los seres humanos deben reorganizar de manera bastante radical sus actividades si la vida en la tierra será sostenible y equitativa, pero Adnan A. Hezri apuntala a dos interrogantes importantes: ¿Quién dirigirá el camino para generar los cambios necesarios? Y, ¿cómo se llevarán a cabo los cambios en un ambiente político adverso?

Sin embargo, antes de responder a las últimas preguntas, me gustaría clarificar un punto. Hezri caracteriza las posturas que he presentado en esta mesa redonda como alineadas al paradigma de "la economía verde" que también adopta, por ejemplo, el Programa Medio Ambiental de las Naciones Unidas. De hecho, soy crítico del modelo económico verde; no reta lo suficiente al dominio del capital privado y el estado-nación y pone énfasis en el crecimiento económico, en vez del decrecimiento radical. El modelo de la economía verde no enfatiza el empoderamiento político completo de las personas y las comunidades. No le otorga un énfasis adecuado a los aspectos culturales y espirituales de la existencia humana. 

Mis creencias, que ya señalé en previas rondas, se centran en la democracia radical ecológica en la que las comunidades son el foco de la toma de decisiones; se le otorga prioridad a la sostenibilidad ecológica y la equidad social; las necesidades básicas se satisfacen por medio de la localización de las economías y servicios sociales; y el propósito de la globalización es establecer vínculos socioculturales y políticos en vez de asegurar el flujo gratis de capital. No deseo "reconfigurar el capitalismo", como lo dice con sus propias palabras Hezri. Por el contrario, me gustaría ver cambios fundamentales en las relaciones económicas y políticas para que el predominio del capital privado y el estado-nación sea reemplazado por un énfasis en las comunidades y los colectivos.

Pero para retomar las preguntas de Hezri, me gustaría identificar cinco fuerzas que podrían permitir la restructuración de las actividades hacia la equidad y sostenibilidad de los seres humanos. La primera es la resistencia de la sociedad civil. En los últimos años, varios países, la India entre ellos, han visto un crecimiento en el movimiento de masas que se opone a los proyectos perjudiciales para el desarrollo. Estos movimientos a menudo han surgido de comunidades desplazadas o desposeídas y han ganado el apoyo de los grupos de la sociedad civil. La resistencia de este tipo es un elemento crucial de la transición a un futuro sostenible.     

La segunda fuerza es la promulgación de reformas progresivas, las cuales defienden los grupos de la sociedad civil o las personas dentro del marco de iniciativas estatales. El movimiento de Alemania hacia la energía renovable y las reformas legales y constitucionales de Ecuador y Bolivia pueden, al igual que otros proyectos similares, poner como prioridad la sostenibilidad y la equidad, descentralizar la gobernanza y responsabilizar más a los Estados. Aparte, varios países están llevando a cabo o considerando reformas de políticas macroeconómicas y fiscales. Esto incluye reducir la disparidad de ingresos, subsidiar prácticas ecológicamente sostenibles en vez de prácticas destructivas e institucionalizar estructuras fiscales que reflejen el valor verdadero de los recursos naturales que utilizan los consumidores urbanos y los de escala industrial.  

La tercera fuerza es el surgimiento de las iniciativas prácticas para las formas sostenibles y equitativas de bienestar. Miles de programas de esta índole, como las iniciativas locales de alimentos promovidas por la Sociedad Internacional para la Equidad y Cultura, demuestran que es posible, de manera sostenible y equitativa, satisfacer las necesidades y aspiraciones humanas. Se deben establecer más vínculos con estas iniciativas para edificar estructuras sólidas políticas, pertenecientes o no a partidos políticos. 

La cuarta fuerza es del tipo de innovación tecnológica que hace que la vida humana no sólo sea menos aburrida, pero más consciente ecológicamente. Estas innovaciones, que a menudo caen bajo la rúbrica de la tecnología apropiada, pueden surgir en la producción industrial y agrícola, en el sector energético, en la construcción y vivienda, en el transporte o en el equipo doméstico. Se va apreciando más que las tecnologías tradicionales, por ejemplo en la agricultura y en los textiles, siguen siendo relevantes en el mundo actual. Los países en vías de desarrollo gozan de una oportunidad sin precedentes de dar un salto hacia las economías que utilizan una mezcla de tecnologías nuevas y tradicionales.

Finalmente, la concienciación ecológica ha crecido exponencialmente en las últimas dos o tres décadas (aunque exista poca conciencia entre los legisladores y las élites empresariales). Una campaña masiva para aumentar la concienciación de la crisis ecológica a la que se enfrenta la humanidad –así como también un mayor esfuerzo que permitiría la propagación de soluciones significativas— podría ayudar con la transición exitosa a la sostenibilidad y equidad.

La transición ya se está llevando a cabo. El movimiento de las personas y trabajadores está adquiriendo fuerza en algunas partes del mundo (aunque las fuerzas de la insostenibilidad y la igualdad  predominan por ahora). En cualquier transformación, los primeros pasos suelen ser modestos, la lucha larga y dolorosa y la necesidad de perseverar es enorme. Sin embargo, opino que, en las siguientes dos o tres generaciones, el mundo será testigo de un progreso importante hacia la democracia radical ecológica.

¿Quién será el líder?

La relación compleja y problemática entre los seres humanos y el medioambiente es cada vez más compleja y problemática. Por cierto, esta mesa redonda, que empezó como un análisis sobre cómo satisfacer las necesidades energéticas y las metas de desarrollo, mientras también se satisfacen mayores expectativas medioambientales ha dado lugar a una discusión más profunda sobre lo que los humanos deben hacer para armonizar su relación con la naturaleza. Mis colegas han explorado varias ideas que podrían, si se llegasen a implementar, hacer exactamente eso. El problema, que se ve a menudo en cuestiones de políticas, es cómo convertir las ideas en realidad.

Chuenchom Sangarasri Greacen ha defendido varias reformas económicas como la localización y la redistribución, y también ha abarcado preguntas tales como qué significa una buena vida y a qué deben aspirar los humanos cuando estructuran sus economías y sociedades. Las ideas de Greacen encajan bastante bien con el movimiento emergente conocido como la economía social y solidaria. El Instituto de Investigación para el Desarrollo Social de la ONU dicta que la economía social y solidaria consiste de "organizaciones tales como las cooperativas, los grupos de autoayuda para mujeres, las empresas sociales y las asociaciones de trabajadores informales que tienen objetivos explícitos sociales y económicos e involucran muchos tipos de cooperación y solidaridad". Intrínseco en el movimiento se encuentra la crítica al énfasis del capitalismo en la acumulación ilimitada y la búsqueda de valores que pueden apoyar las alternativas de desarrollo.

Mientras tanto, Ashish Kothari ha enfatizado los límites ecológicos de la tierra y la amenaza que representa una actividad económica excesiva por parte de los humanos que rompería esos límites. Su solución es el decrecimiento selectivo de economía. Para Kothari, los pueblos del hemisferio norte y los ricos del hemisferio sur "deben reducir drásticamente su huella ecológica y adoptar estilos sostenibles de vida". Las necesidades básicas de los pobres se obtendrían mediante la redistribución económica. Esto, en gran medida, es el paradigma de la economía verde que, con un énfasis en el desarrollo que tiene bajos niveles de carbono, es eficiente en el uso de recursos y es inclusivo socialmente, ha atraído mayor atención en los años desde el comienzo de la crisis global financiera.

Greacen y Kothari ofrecen visiones progresivas cuya probabilidad de implementación está restringida por la realidad política. Cualquier reorganización mayor del mercado, las instituciones, las regulaciones, las normas y el proceso de la toma de decisiones, tal y como lo requieren las visiones de mis colegas, necesitará un mandato popular que no existe en la actualidad. En concreto, las reformas que involucran a la energía son siempre difíciles de aprobar porque la energía no es un área ordinaria de política. Por el contrario, es la base de las economías. Naciones tales como Japón, Australia y Canadá, lejos de adoptar los cambios progresivos que Greacen y Kothari defienden, se están retractando de sus compromisos para reducir las emisiones. Las personas en la mayoría de los países en vías de desarrollo demuestran una actitud ambivalente sobre el cambio climático ya que consideran que no incumbe en sus vidas, y las políticas gubernamentales reflejan dicha actitud.

Lo que el mundo necesita urgentemente es un modelo realista para una política verde floreciente. ¿Pero quién elaborará este modelo? ¿Quién podrá demostrar el liderazgo necesario para llegar a la sostenibilidad planetaria?

La esperanza yace en los ciudadanos informados y comprometidos. Ellos son los únicos que tienen el poder de reconfigurar el capitalismo; sólo ellos pueden adoptar los cambios transformadores que requiere la sostenibilidad ecológica.

Empezar la vida de nuevo

Adnan Hezri, Ashish Kothari y yo estamos de acuerdo en por lo menos un punto: que el cambio climático representa una amenaza tremenda para la humanidad. Pero para muchas personas, entre las que me incluyo, es difícil enfrentarse a lo que el cambio climático les exige: es difícil imaginar y acoger los cambios radicales de la economía, los patrones de consumo y los sistemas políticos que son necesarios para que se reduzcan suficientemente las emisiones de gases de efecto invernadero (mientras que las necesidades básicas de los pobres del mundo se satisfagan a pesar de ello).

¿Por qué falla la imaginación de esta manera? Hezri sugiere una razón subyacente en el último párrafo del segundo ensayo de la ronda. Hezri señaló que "el decrecimiento económico es una meta medioambientalista que no permitirá que las sociedades prosperen" y que "los medioambientalistas deben aceptar que la vida es para vivirla". Hezri reconoce que las emisiones de carbono deben reducirse, pero la prosperidad y el crecimiento económico, de acuerdo a su entender, son inquebrantables. Cualquier cosa que los amenace pone en peligro que valga la pena vivir.

El hombre moderno ha  recorrido la tierra durante aproximadamente 200.000 años. Los combustibles fósiles empezaron a revolucionar la producción industrial tan solo alrededor de los últimos 200 años. Es asombroso que, en tan poco tiempo, los combustibles fósiles se hayan entrelazado tanto en la vida humana hasta tal punto que muchas personas no pueden imaginarse vivir sin ellos. La industria petrolera (como lo detalla Matthew Huber, profesor de geografía de la Universidad de Siracusa) se ha esforzado en recordarles a los estadounidenses que los productos petroleros saturan sus vidas. La industria ha intentado moldear la política cultural de Estados Unidos orientándola hacia los valores neoliberales como el privatismo, el individualismo y la libertad de elección. El petróleo se ha vuelto un material y una base energética para las personas que aspiran a obtener una casa y automóvil, una vida empresarial y hasta un núcleo familiar. Hoy en día, el éxito y la opulencia del estadounidense mítico, un individuo que se ha superado por su propia cuenta, parece inconcebible sin el petróleo y la petroeconomía. La industria petrolera ha equiparado exitosamente la oposición al consumo ilimitado de petróleo con la oposición a los preciados ideales nacionalistas. Lamentablemente, este punto de vista insidioso de la buena vida no se limita a los Estados Unidos. En los países en vías de desarrollo, los que pertenecen o aspiran a la clase media han acogido esta perspectiva importada.

Para responder adecuadamente a los retos del cambio climático y al acceso energético por parte de los pobres, es vital reconocer que el estilo de vida con ideales neoliberales, con su enfoque en el progreso egoísta de la persona, crea una serie de condiciones indeseables. Estas condiciones incluyen la destrucción planetaria y social, la soledad, la insatisfacción y un entorno de competencia feroz. Afortunadamente, como lo argumentó Dacher Keltner, psicólogo de la Universidad de California en Berkeley, los humanos nacen siendo cariñosos, amables y compasivos. Las visiones más saludables de la buena vida –que enfatizan el amor, la comunidad, la solidaridad, la compasión y la generosidad— han sido aceptadas por muchas culturas durante la mayor parte de la historia humana. Estas visiones y valores deben ser alimentados hasta llegar a la vitalidad y deben servir como contrapeso a la narrativa dominante de la supervivencia del más fuerte.

Sin duda, es más fácil opinar que materializar lo deseado. Para muchas personas, tanto en el mundo desarrollado como en vías de desarrollo, el peso abrumador de la economía y de las políticas neoliberales puede dificultar demasiado el reposicionamiento de la actitud hacia la vida y la búsqueda de nuevo ideales por consiguiente. Por esta razón, las soluciones climáticas tales como el impuesto al carbono deben acompañarse con programas de redes de seguridad para responder a las necesidades y temores de las personas vulnerables.

Los humanos son seres que sienten gran añoranza por la empatía, la conexión y el sentido de pertenecer a algo mayor que ellos. Si actuaran con esta añoranza en mente, las personas podrían desatar su compasión, creatividad y fulgor. Estas cualidades brindan todo lo necesario, aun en un mundo con recursos limitados, para que la humanidad se lance hacia un camino más feliz, cuide más a las cosas vivientes y cure el planeta. Solo cuando los valores de las personas, las comunidades y las economías se armonicen con la naturaleza, los seres humanos podrán experimentar la realización de vidas plenas.


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