Conflicto de guerra por antisatélite sin un riesgo nuclear: un espejismo
By Nancy Gallagher: ES |
El Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967 prohibió las armas de destrucción masiva en la órbita, pero también dictó que el espacio estaría a disposición de todos los estados para su uso, en conformidad al derecho internacional (incluyendo la Magna Carta de la ONU). Las súper potencias de la Guerra Fría interpretaron el tratado como la legitimización y la protección del uso de satélites de aviso temprano, de comunicación de crisis, de verificación y otras actividades que contribuyen a la estabilidad de la disuasión, pero no para evitar la belicosidad.
Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que el reconocimiento con base en el espacio, la comunicación y las capacidades de objetivos se volvieron elementos integrales de las operaciones militares modernas, los estrategas y los diseñadores de política han examinado si llevar a cabo los ataques antisatélite otorgarían ventajas militares sin aumentar el riesgo de una guerra nuclear. En teoría, la respuesta es que tal vez sí. En la práctica, es casi certero que no.
Exagerando las amenazas. Ningún país jamás a atacado deliberada y destructivamente un satélite perteneciente a otro país (aunque las naciones algunas veces han interferido con las radio transmisiones de los satélites). Sin embargo, Estados Unidos, Rusia y China han hecho ensayos de armas avanzadas cinéticas de antisatélite, y Estados Unidos ha demostrado que puede modificar un interceptor de defensa de misiles para su uso en la modalidad antisatélite. Cualquier nación que pueda lanzar un arma nuclear de misiles balísticos de medio alcance tiene el potencial de atacar los satélites en una orbita terrestre baja.
Como Estados Unidos depende mayormente en el espacio para adquirir su superioridad militar terrestre, algunos estrategas de EE.UU. han pronosticadoque los adversarios potenciales intentarán neutralizar las ventajas estadounidenses al atacar sus satélites. También han recomendado que la defensa militar de EE.UU. haga todo lo posible para proteger sus bienes espaciales, mientras continua empleando capacidades para desactivar y destruir satélites que sus adversarios utilizarían para sus datos de inteligencia, comunicación, navegación y para apuntar a objetivos militares. El análisis de este tipo a menudo exagera tanto la capacidad potencial de los adversarios para destruir los bienes espaciales de EE.UU, como las ventajas militares que cualquier lado obtendría de los ataques antisatélite. No obstante, algunos observadores, una vez más, están revelando nuevos escenarios del peor de los casos para respaldar sus argumentos en pro de las capacidades contraespaciales de ofensiva. En algunos países, el interés en conflictos bélicos espaciales tal vez vaya en aumento debido a estas alegaciones.
Si cualquier nación, por cualquier razón, lanzara un ataque en contra de los satélites de otra nación, las represalias nucleares en contra de objetivos terrestres serían una respuesta irracional. Pero los países poderosos a veces sí responden de manera irracional cuando son atacados. Además, las represalias desmesuradas que siguen después de un ataque antisatélite deliberado no son la única manera en que las armas antisatélite podrían llevar a una guerra nuclear. No es ni la manera más probable. Como fue claramente entendido por los países que negociaron el Tratado de Espacio Ultraterrestre, la gestión de crisis sería mucho más difícil, y el riesgo de fracasar accidentalmente en cuanto a la disuasión aumentaría si los satélites utilizados para el reconocimiento y la comunicación fueran desactivados y destruidos.
Y aunque la norma de que no se deben atacar los satélites de otro país no sea incumplida, desarrollar y probar las armas antisatélite de todas formas aumentarían el riesgo de una guerra nuclear. Si, por ejemplo, los lideres militares de EE.UU. se preocuparon seriamente de que China y Rusia se estuvieran preparando para un ataque antisatélite, la presión podría llevar a un ataque preventivo en contra de las fuerzas estratégicas chinas o rusas. Si un satélite fuera impactado por un pedazo de escombros espaciales durante una crisis o conflicto menor terrestre, los líderes podrían equivocarse y suponer que se habría lanzado una guerra espacial y represalias antes de que supieran lo que en realidad sucedió. Dichos escenarios tal vez no sean probables, pero no son más inverosímiles que los escenarios que se han utilizado para justificar el desarrollo y el uso de armas antisatélite.
Reduciendo el peligro. Una manera de moderar los riesgos nucleares asociados a las armas antisatélite es de evaluar de manera realista los argumentos que atacar los satélites sería un manera fácil de obtener mayores ventajas militares sin crear consecuencias no anticipadas e incontrolables. Por ejemplo, los análisis no clasificados por Jaganath Sankaran, académico investigador en el Centro de Estudios Internacionales y de Seguridad en Maryland, sugieren que las limitaciones prácticas de los misiles balísticos chinos y de los centros de lanzamiento dificultarían el ataque vital chino hacia los satélites de EE.UU. durante una crisis, más de lo que se le dificultaría a Washington el responder de manera que le negaran a Pekín ventajas militares de dicho ataque. A medida que se hagan más estudios y se reflexione seriamente, es poco probable que los diseñadores de políticas inviertan seriamente en las capacidades antisatélite o tomen acciones preventivas en contra de supuestas amenazas antisatélite.
Otra manera importante de reducir el riesgo es de robustecer tanto la normativa como las reglas de derecho para proteger a los satélites. La manera más directa de conseguir lo último sería de prohibir cualquier uso, incluyendo los objetos espaciales, para dañar o destruir satélites que estén siendo utilizados como armas espaciales; y de prohibir cualquier prueba de métodos para dañar o destruir tales satélites. Actualmente, la mayor amenaza para establecer normativas y protecciones jurídicas surge de las personas que utilizan la defensa legítima con anticipo –durante una crisis o al principio de las hostilidades– como una excusa para desactivar o destruir satélites, centros de lanzamiento o estaciones terrestres. Es casi igual de peligroso que los que arguyen que, ya que empieza una guerra, cualquier cosa en el espacio se vale y, por lo tanto, sería un objetivo. A pesar de que podría ser lícito en medio de una guerra de ataque de satélites utilizados para el comando, control, la comunicación y la inteligencia, atacar satélites no sería la estrategia más inteligente.
Las medidas voluntarias de transparencia y para crear más confianza podrían reducir el riesgo de alguna manera. Por ejemplo, proporcionar la información de la situación espacial de todos los actores espaciales disminuiría el riesgo de que las naciones culparan a la parte equivocada por daños a sus satélites o por concluir de manera errónea que los satélites fueron atacados, cuando en realidad tuvieron fallas mecánicas por alguna otra razón. Solo unas cuantas potencias de exploración espacial tienen la capacidad de detectar objetos en el espacio, rastrearlos y catalogarlos, es decir, identificar un objeto espacial como un escombro o un satélite y también identificar el dueño y la función del satélite. Las capacidades de estas naciones son altamente asimétricas. Solo Estados Unidos, que tiene las capacidades más sofisticadas, comparte los datos de la situación espacial con otros actores en el espacio. Pero, lo hace de manera limitada. Hoy en día, la falta de transparencia en cuanto a las operaciones espaciales debilita la confianza entre las naciones que exploran el espacio. Más acuerdos extensos e inclusivos para la compartición de datos de inteligencia ayudarían a mermar la desconfianza.
Sin embargo, los riesgos nucleares asociados con el aumento del uso espacial de la defensa militar tan solo pueden reducirse de manera significativa mediante la transparencia y las medidas para robustecer la confianza si los países que promueven dichas medidas, le dan prioridad a la garantía de confianza de la misma manera que hacen hincapié en la disuasión y la defensa cuando deciden cuánta información relacionada al espacio compartirán, o cuáles capacidades deben adquirir o cómo deben de usarlas. Esas naciones también deben de volver a considerar las posturas nucleares que aumentan el riesgo del fracaso accidental de la disuasión. Al final, si todas las naciones poseedoras de armas nucleares adoptasen la política inequívoca de no usarlas primero y mantuvieran un control estricto de la gestión de los arsenales pequeños optimizados para la disuasión de represalias, sería mucho más difícil creer que la proliferación de capacidades antisatélite llevarían a una guerra nuclear que nadie quiere.