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Las detonaciones nucleares: considerando una catástrofe

En una reciente conferencia internacional en Noruega sobre el impacto humanitario de las detonaciones nucleares, se ha llegado al consenso de que no es posible la adecuada preparación de una inmediata emergencia humanitaria causada por una explosión nuclear —aunque sea militar, terrorista o accidental. La conferencia también llegó a un consenso en un tema relacionado: aunque sería más grave en el país o en los países donde ocurriese, el impacto de la detonación se propagaría a través de las fronteras y perduraría por un largo plazo. 

En el mundo desarrollado, el temor de las detonaciones nucleares suele centrarse en los ataques terroristas en contra de los países más ricos. Aunque se produjera una detonación de este tipo, las naciones en vías de desarrollo que se encuentran alejadas del lugar de la bomba también sufrirían. Como se documentó en un estudio reciente por el programa de desarme, Reaching Critical Will, los diferentes tipos de desastres aumentan los retos de desarrollo que varían desde la reducción de pobreza hasta el establecimiento de la equidad de género. Sabiendo que México está planeando ser anfitrión de la conferencia de seguimiento en Noruega a principios del año entrante, Siddharth Mallavarapu de la India, Jaime Aguirre Gómez de México y Robert Mtonga de Zambia responderán a la siguiente pregunta: ¿cómo se verían afectados los esfuerzos para alcanzar las metas de desarrollo por una detonación nuclear en las naciones de bajos y medianos ingresos, y cómo se podrían incorporar los temas de desarrollo de la mejor manera posible en los argumentos para que el armamento nuclear sea erradicado?

También se puede leer la Mesa Redonda sobre el Desarrollo y el Desarme en inglés, árabe y chino.

Round 1

El fin del desarrollo

África no está bien preparada para lidiar con catástrofes. Las catástrofes naturales tales como la sequía, las inundaciones y la desertificación han causado estragos por muchos años en el continente. Esto, aunado a la pobreza extrema, la mala gobernanza y las enfermedades infecciosas, explica por qué África, a pesar de que está dotada masivamente con recursos naturales y humanos, aún no ha podido explotar todas sus ventajas.

Para empeorar la situación, África ha sufrido mucho derramamiento de sangre en las últimas décadas —durante la Guerra Fría, durante las guerras de liberación política en el continente y en las guerras civiles más recientes. Y dado que los restos explosivos de la guerra aún existen, se siguen perdiendo vidas y mutilando extremidades aún mucho después del cesamiento de hostilidades. Las minas antipersonas, la munición en racimos y los artefactos explosivos sin detonar siguen siendo una horrible cicatriz sobre la faz del continente. Si alguien necesita pruebas para demostrar que los conflictos crean catástrofes humanitarias, África es el mejor ejemplo.

A pesar de que el armamento nuclear no existe en África en este momento —Sudáfrica realizó su desarme y el Tratado de Pelindaba, que establece una zona libre de armamento nuclear, ha sido ratificado, o al menos firmado, por casi todos los países africanos— continúa siendo el máximo armamento de destrucción masiva. África se vería alterada en un abrir y cerrar de ojos si se detonara un aparato nuclear, y el continente sufriría severamente si un arma nuclear se utilizase en cualquier parte del mundo. Por esta razón, las naciones africanas no sólo han establecido una zona libre de armamento nuclear, sino que también han apoyado enérgicamente el Tratado de No Proliferación Nuclear y las metas para el desarme nuclear.

Si África se levantase. En marzo de este año, el Ministerio noruego de Relaciones Exteriores fue anfitrión de la conferencia en Oslo para entender los efectos humanitarios de la detonación nuclear, y para ver si el mundo podría hacer frente de manera significativa a una detonación. La conferencia generó un gran ímpetu hacia la creación de un tratado que prohibiría el uso de armas nucleares y que ordenaría su eliminación. Este hecho ha provocado que muchas de las partes —las personas involucradas en la defensa, seguridad, diplomacia, derechos humanos, agricultura y el medioambiente— respondan al tema de las armas nucleares con un vigor renovado. Las naciones africanas están desempeñando un papel de liderazgo en este esfuerzo, y los representantes de varios estados africanos hablaron elocuentemente en la conferencia en Oslo.

África se vería gravemente afectada por una detonación nuclear aún si la explosión ocurriese lejos. Una detonación en cualquier parte del mundo probablemente haría retroceder el progreso reciente de desarrollo en el continente. Los esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio serían esencialmente inútiles. Muchos de los recursos disponibles serían reorientados para mitigar una catástrofe nuclear y se haría a un lado el intento de alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. 

Una detonación nuclear en cualquier parte del mundo tendría grandes repercusiones en el trabajo de las organizaciones que proporcionan ayuda por desastres, asistencia a refugiados y cuidado de salud, al igual que los que promueven derechos humanos, seguridad alimentaria, disminución de pobreza y sustentabilidad medioambiental. Estas organizaciones probablemente utilizarían sus recursos para la mitigación del desastre alrededor del mundo y, por consiguiente, los países africanos se verían privados de apoyo. 

Las grandes distancias y la infraestructura inadecuada de África, junto con las barreras que separan a las personas de manera cultural, lingüística y geográfica hacen que el continente tenga un ambiente difícil para poder estar preparado para un desastre. Si una detonación ocurriese en África, ninguna nación en el continente estaría preparada: ningún hospital podría curar las quemaduras por una detonación, los servicios de transfusión de sangre de por sí se encuentran al límite de sus capacidades en esta era de VIH/SIDA, y es difícil imaginar que funcionarían adecuadamente si un arma nuclear fuese detonada. Si una ciudad pasara por una detonación nuclear, los servicios municipales como los bomberos, aguas residuales y la vivienda, por nombrar algunos, fracasarían. El transporte, la educación y los sistemas de agua potable se verían afectados negativamente, tanto en las secuelas inmediatas de la detonación, como mucho tiempo después de ella. El producto interior bruto de las economías africanas ya está en un punto bajo en la mayoría de los casos y desviar los recursos económicos hacia la recuperación después de una detonación nuclear sólo agravaría la situación, generando más hambruna, peor salud y más inestabilidad política. 

Como África sufriría enormes efectos negativos por causa de una detonación, los países africanos deben seguir desempeñando un papel de liderazgo para el movimiento hacia la abolición de armas nucleares. Si África quiere evitar el aumento de la hambruna, la propagación de enfermedades nuevas y emergentes y la inestabilidad política —los cuales harían que el desarrollo fuera un espejismo— se debe evitar la posibilidad de una detonación nuclear.

A principios de 2014, México será el anfitrión del evento de seguimiento de la conferencia en Oslo. Ahí, los países africanos deberán hacer un balance y ser muy claros acerca de lo que perderían en términos de desarrollo si se utilizase un arma nuclear. Si alguna vez fue cierto que "más vale prevenir que lamentar", ahora es el momento de hacerlo.

Poca capacidad, una catástrofe absoluta

Muchos países forman parte de los instrumentos de leyes internacionales humanitarias, tales como las Convenciones de Ginebra, la Convención de Armas Biológicas y la Convención de Armas Químicas. El derecho internacional humanitario busca responder a los problemas humanitarios que surgen, directa o indirectamente, del conflicto armado (ya sea o no, un conflicto internacional). Este tipo de derecho limita la posibilidad de las partes beligerantes de utilizar ciertos métodos y armas de guerra, protegiendo así a los civiles y sus patrimonios. Muchas de las naciones que han optado por ser participantes de los instrumentos del derecho internacional humanitario lo han hecho por una de dos razones: en general, favorecen a la paz, o temen que se produzcan grandes eventos catastróficos, tales como una detonación nuclear.

Varios principios básicos sirven de base en el derecho internacional humanitario. Uno es el principio de la distinción, que requiere que las fuerzas armadas sólo ataquen a combatientes, jamás a civiles. Pero un ataque nuclear, aunque en teoría el objetivo sólo fuera un blanco militar, conllevaría serias consecuencias para la salud pública. Aumentaría  en la población civil el riesgo de padecer enfermedades degenerativas –en especial el cáncer de piel, hígado, riñones, estómago y pulmón. Los efectos más extremos, lamentablemente, aparecerían en los segmentos más vulnerables de la población: los niños y los ancianos. Los riesgos de salud se extenderían a la comida, que sería nociva para las personas en el país afectado y no podría ser exportada, empeorando así el desastre económico que afligiría a cualquier nación donde se detonase una bomba. Por consiguiente, una nación podría verse con muy pocos alimentos comestibles, pocos recursos financieros y con una población drásticamente reducida. Cualquier estado afectado de esta manera no tendría opción alguna más que declararse en zona de emergencia radiológica y pedir apoyo internacional para ayudarla a proteger a su población. Mientras tanto, la población civil probablemente armaría un éxodo hacia territorios no contaminados o menos contaminados, aún si esto significara cruzar fronteras. (Esto no ocurrió en la secuela del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, en gran parte porque en ese entonces había muy poco conocimiento de los efectos de altas dosis de radiación para la salud).

Un segundo principio es el de la proporcionalidad, que prohíbe ataques que causarían muertes, lesiones y daños a bienes, que sean excesivos con respecto a la ventaja militar que se anticipa. Sin duda, una explosión nuclear viola este principio, ya que es inevitable que afecte a territorios muy vastos y a poblaciones muy numerosas. Un tercer principio, implícito en instrumentos tales como la Convención de la Haya para la Protección de los Bienes Culturales, prohíbe el ataque de sitios de patrimonio cultural. Sin embargo, una detonación nuclear no haría discriminaciones, de tal manera que es casi imposible llevar a cabo un ataque nuclear sin destruir sitios de importancia cultural. La población civil en zonas afectadas, que sufre de muchas muertes, riesgos de salud persistentes y destrucción de bienes, probablemente huiría si viera su patrimonio cultural en ruinas. 

Completamente vulnerable.  En caso de una detonación nuclear, las naciones estarán mejor preparadas para responder y mitigar la catástrofe si tuviesen ciertos elementos básicos de infraestructura. Esto incluye, como mínimo, una arquitectura nacional para la detección de la radiación, un centro de respuesta a emergencias radiológicas, un centro adecuado de comunicaciones, un hospital especializado para las emergencias radiológicas, un centro de descontaminación para la población y personal capacitado y adecuado, que incluya elementos de protección civil y brigadas de emergencia radiológica. En países donde han ocurrido accidentes radiológicos se han mitigado a menudo los efectos en un corto plazo en gran parte, gracias a una adecuada capacidad de respuesta nacional. Sin embargo, los países con pocos recursos económicos tienen, de entrada, muy poca capacidad de respuesta.

Después de una detonación nuclear, los países más pobres quedarían completamente vulnerables: carecerían de la infraestructura necesaria y de personal calificado para responder eficazmente. Los efectos humanitarios de una detonación en este tipo de países, tanto inmediatamente como a mediano y largo plazo, serían incalculables. En los países de ingresos medios, las consecuencias serían algo menores, pero aún así serían catastróficas. Ni siquiera los países desarrollados, donde la tecnología avanzada está fácilmente disponible, estarían aptamente capacitados para responder adecuadamente a las consecuencias de una explosión nuclear. De hecho, nadie en el mundo estaría preparado para encarar un desastre de la escala de una detonación nuclear. 

Las armas nucleares son horripilantemente destructivas, tanto en términos humanitarios como medioambientales, y se podría decir que cualquier individuo o grupo de individuos que ordenaran su uso serían culpables de un crimen de lesa humanidad. El mundo debe seguir trabajando para conseguir algún día que las armas nucleares sean abolidas.

Un fracaso monumental en un mundo interconectado

La posibilidad de una detonación nuclear en cualquier parte del mundo es espeluznante, pero, por varias razones, no es completamente impensable. La lógica de la sospecha de la disuasión entre adversarios nucleares podría desencadenarse dado un cambio en las circunstancias geopolíticas. Ciertos agentes no estatales insatisfechos podrían obtener la información necesaria y conseguir los materiales adecuados para construir un arma nuclear. O, un simple accidente podría resultar en una detonación. En cualquiera de estas situaciones, una sola detonación podría llevar a una espiral de represalias.

Antes de pasar al tema de los efectos humanitarios de una detonación nuclear, tal vez sea adecuado reconocer que una detonación no inspiraría necesariamente al mundo a retroceder hacia la historia nuclear; es decir, renunciar al átomo. Desde que el poder del átomo se descubrió por vez primera, los intentos para controlar esa energía han sido un tormento (véanse los programas de armamento que siguen estableciéndose y la importancia otorgada a la energía nuclear civil en muchos lugares). El renunciar al átomo después de una detonación dependería del tamaño de la detonación y de quién fuese el más afectado. Si una detonación sucediera en un enclave privilegiado en el Hemisferio Norte, la atención internacional recibida sería mucho mayor que si ésta ocurriera en un entorno más marginalizado en el Hemisferio Sur (aunque por lo general, la densidad de la población a menudo es mucho mayor en los países en vías de desarrollo y la pérdida de vidas probablemente también sería más alta). Lamentablemente, el valor agregado de la vida humana no siempre es consistente, y esto influye mayormente en lo que podríamos llamar la política de la aflicción.

Entretanto, la detonación podría ser un triste recordatorio de la desconfianza que aún existe entre los seres humanos,  de la miopía que caracteriza el punto de vista de las grandes y medianas potencias y de las "tecnologías del matar" exploradas recientemente por Robert Jay Lifton  en el Bulletin of the Atomic Scientists. Una detonación nuclear representaría un fracaso colosal de la política pública internacional y no sólo amenazaría a la ecoesfera que los seres humanos habitan, sino también a su humanidad misma.

Circunstancias graves. Bajo estas circunstancias, ¿cómo afectaría una detonación nuclear a las naciones de bajos y medianos ingresos y a sus metas de desarrollo? Para empezar, las naciones ubicadas bastante lejos del sitio de la explosión también resentirían los efectos. Hoy en día, el mundo está estrechamente interconectado y los sucesos ya no se confinan a las zonas donde ocurren. El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas subraya esta realidad en su Informe de Desarrollo Humano del 2013, el cual argumenta que "a medida que los retos globales de desarrollo se vuelvan más complejos y transfronterizos por naturaleza, es vital que se lleve a cabo una acción coordinada para los retos más urgentes de nuestra época, ya sea para la erradicación de la pobreza, el cambio climático o la paz y la seguridad". Y los esfuerzos para trabajar en las cuatro áreas de desarrollo, en las cuales se centra el informe —"robustecer la equidad, lo que incluye la dimensión de género; otorgarle más voz y participación a los ciudadanos, incluyendo a la juventud; confrontar las presiones medioambientales; y gestionar el cambio demográfico"— serían afectados negativamente en todos los casos por una detonación nuclear.

Efectivamente, como lo argumentó brevemente Ray Acheson, de la organización de desarme Reaching Critical Will, una detonación comprometería gravemente los esfuerzos para lograr todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Asimismo, socavaría las iniciativas de la disminución de pobreza, así como los esfuerzos cooperativos para fomentar el desarrollo; limitaría la productividad agrícola; minaría el bienestar de las mujeres y niños; dañaría la infraestructura nacional; y reduciría la biodiversidad del planeta. 

En mi opinión, el impacto de una detonación nuclear sobre las naciones de bajos y medios ingresos sería más desconcertante en cuanto a tres áreas específicas. Primero, la detonación probablemente empeoraría las condiciones nutricionales de algunos países en vías de desarrollo, que en algunos casos ya son pésimas. También perturbaría los patrones globales  de la disponibilidad y distribución alimenticia, generando así ansiedad económica patológica que, como sugiere Acheson, haría que la gente acaparara la comida. Igualmente, una detonación afectaría severamente a la calidad de la tierra, del agua y del aire y, por ende, dañaría la productividad agrícola. Estos daños inflarían los precios de los productos agrícolas y limitaría el acceso de la gente pobre a la comida, hasta en las naciones ubicadas lejos del lugar de la explosión.

Segundo, una detonación destruiría la subsistencia de mucha gente, debido a los efectos medioambientales. Muchas de las naciones pobres son principalmente agrarias y también se caracterizan por tener terrenos fragmentados y bajo rendimiento del cultivo. Las personas que dependen de la tierra para su sustento, en caso de una detonación, —que podría alterar el clima y crear una tipo de "invierno nuclear"— tendrían que enfrentarse a un mayor empobrecimiento y a una mayor división de derechos. Bajo tan graves circunstancias, hasta una ola de suicidios de agricultores no sería impensable. Por lo tanto, las fisuras económicas existentes en economías estructuralmente desaventajadas se podrían agrandar.

Tercero, la salud y el bienestar de las poblaciones del mundo en desarrollo se verían en grave peligro. No sólo aumentarían los precios de la comida, sino que los medicamentos básicos probablemente no tendrían suficiente abasto, —tanto en áreas directamente afectadas como en otras regiones, puesto que las provisiones se destinarían a las zonas afectadas. Particularmente, el bienestar de las mujeres y los niños podría verse gravemente amenazado —tal y como señaló Acheson, "las mujeres sufren de manera desproporcionada durante desastres y … sus necesidades específicas por lo general son ignoradas durante las iniciativas de alivio y rehabilitación".  También señaló que "la violencia en contra de la mujer se dispara bajo el estrés en ambientes afectados por este tipo de desastres". El impacto negativo en la calidad de vida de la mujer probablemente afectaría directamente el bienestar de los niños: la capacidad de la mujer para cuidar a sus hijos disminuiría y los niños se verían afectados en varias áreas, desde la nutrición hasta el desarrollo cognitivo. 

Las naciones más pobres sufrirían gravemente en estas tres dimensiones, pero yo argumentaría que los países con medios ingresos no son harina de otro costal. La desigualdad visible a menudo caracteriza a las economías de estos países, y varios segmentos de la población ya se encuentran mal y sufren de pobreza deshumanizante. La capacidad de las naciones de ingresos medios para realizar inversiones básicas en el desarrollo humano se vería gravemente afectada después de una detonación. Resarcir la desigualdad de ingresos sería más difícil si la detonación hiciera que la economía global se contrajera. No obstante, los países con ingresos medios demuestran una mayor capacidad que los países más pobres y contarían con una posición ventajosa para poder amortiguar el shock de una detonación nuclear.

Round 2

Provocando un temor racional

La segunda ronda de esta discusión se ha enfocado en las maneras en que los temas humanitarios pueden ser incorporados de la mejor manera posible en los argumentos de que las armas nucleares deben ser abolidas. Como co-presidente de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW, por sus siglas en inglés), a menudo se espera de mí que plantee tal argumento. Desde el punto de vista de IPPNW, las armas nucleares deben ser abolidas precisamente por las consecuencias humanitarias. Pero lo que es sorprendente, tomando en cuenta los argumentos sólidos a favor del desarme, es que estos argumentos a veces generan reacciones negativas.

Es fácil presentar un caso humanitario. Los números de muertes a escalas masivas siempre son repugnantes, pero más aún cuando no es por causa de desastres naturales, sino por beligerancia o locura. Cabe tan sólo señalar a Hiroshima y Nagasaki para ilustrar el sufrimiento que acompaña a la guerra nuclear –los cuerpos calcinados, la mirada nublada de ojos ciegos o la incapacidad de respuesta de los sistemas municipales para proporcionar ayuda a los que más la necesitan. En dichas situaciones, hasta los supervivientes podrían sentir envidia de los muertos. Y no estoy ni siquiera teniendo en cuenta los efectos a largo plazo de las detonaciones nucleares, tales como la hambruna, "el invierno nuclear", los nuevos tipos de cánceres emergentes y los defectos congénitos generalizados.

Los trabajadores de salud pública, que conocen demasiado bien la fuerza explosiva, aunque en menor escala de la que sería generada por una detonación nuclear, están bien posicionados para contribuir al discurso público sobre el armamento nuclear y las consecuencias humanitarias. Los doctores que participan en la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear intentan advertirle al mundo sobre un posible desastre nuclear –para provocar un miedo racional. Esto se puede llevar a cabo a un nivel científico, por ejemplo, al presentar estudios sobre el cáncer de piel causado por la precipitación radioactiva. También se puede hacer a un nivel humano, al presentar testimonios de los Hibakusha (palabra japonesa que designa a los supervivientes de la bomba atómica), incluyendo a los doctores.

Todos estos argumentos mandan un mensaje convincente. Sin embargo, los activistas de la salud pública podrían enfrentarse a reacciones sorprendentes por parte de algunas audiencias. Y no me refiero a belicistas que de manera cínica ignoran las pruebas que exigen que se prohíban las armas nucleares. Y tampoco me refiero a aquellos en el ámbito de defensa y protección que utilizan las doctrinas de disuasión para justificar la existencia continua de las armas nucleares, o a los que señalan su uso potencial como misiles antibúnkers.

Por lo contrario, me refiero a aquellos que, cuando se les recuerda a Hiroshima y Nagasaki, argumentan que esos bombardeos no tienen nada que ver con el presente, que fueron eventos excepcionales en un pasado muy lejano. O a aquellos que, cuando se les habla del sufrimiento de los Hibakusha, consideran que es una táctica repugnante para crear miedo(algunos hasta creen que las víctimas de los bombardeos atómicos, que osaron luchar contra el poderoso Estados Unidos de América y sus aliados, merecen ese destino). Los especialistas en salud pública que hacen campaña en contra de las armas nucleares podrían ser acusados de provocar miedo o tachados como profetas del día del juicio final.

Aquellos que se oponen a la abolición nuclear a menudo señalan que las armas nucleares no han sido utilizadas en una guerra desde 1945. Pero esto es pura suerte, y no se garantiza que la suerte perdure para siempre. La posibilidad de una aniquilación a grande escala, o hasta a nivel global, es real –sería posible con tan sólo una equivocación. Y a menos que las personas puedan, como Bertrand Russell y Albert Einstein les instaban en 1955, "a recordar [su] humanidad y a olvidar el resto", los hongos atómicos podrían tener la palabra final.

Acciones, no palabras

En la primera ronda, mis colegas y yo concordamos ampliamente en que la detonación nuclear, ya sea deliberada o accidental, afectaría a Estados e individuos de manera muy seria, y este daño no se detendría en las fronteras. La historia lo corrobora: las detonaciones en el pasado han traído consecuencias desastrosas, tanto de manera inmediata, como a largo plazo, y esto ha sido demostrado (aunque de diferentes maneras) tanto en los ensayos nucleares, como en las detonaciones durante tiempos de guerra. Y aun así, a pesar de que la coyuntura política ha cambiado drásticamente desde que se establecieron las reservas masivas de armas nucleares durante la Guerra Fría, el mundo sigue siendo amenazado por el potencial destructivo del armamento nuclear. 

En el segundo ensayo de la Mesa Redonda, Siddharth Mallavarapu centró la conversación sobre las maneras en que los temas humanitarios podrían ser incorporados a los argumentos que afirman que las armas nucleares deben ser abolidas. En mi opinión, este tipo de argumentos no son lo necesario para conseguir la abolición. Al contrario, los Estados sin armamento nuclear deben ejercer presión efectiva sobre los estados con armamento nuclear hasta que se llegue a un total consenso de que la posesión y el uso de armas nucleares deben ser prohibidos.

En marzo de 2013, una conferencia en Oslo sobre el impacto humanitario del armamento nuclear constituyó un gran paso hacia adelante para que las detonaciones nucleares fueran cosas del pasado. Esta reunión de dos días atrajo a representantes de más de 125 países, una serie de organizaciones de la ONU y no gubernamentales y muchas de las organizaciones mediáticas. Lamentablemente, ninguno de los países reconocidos como los estados dotados de armamento nuclear bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear participaron (aunque, entre los países con armas nucleares fuera del tratado, India y Pakistán sí estuvieron representados).

México emergió como anfitrión de la conferencia  de seguimiento programada para principios de 2014. Y México es una elección adecuada. Se ha opuesto a las armas nucleares desde 1967 de manera oficial, cuando se firmó y ratificó el Tratado de Tlatelolco, que establece que América Latina y el Caribe son zonas libres de armamento nuclear. La importancia de la conferencia de seguimiento yace en parte en el hecho de que la continuidad es vital para las iniciativas de desarme. Los estados sin armamento nuclear deben ejercer gran presión si quieren que se prohíban las detonaciones nucleares –pero la presión debe ser de manera prolongada.

Los argumentos a favor del desarme nuclear son extremadamente sólidos y ampliamente conocidos. Por lo tanto, ahora es el momento para presentar nuevos argumentos. Ahora es el momento para realizar un trabajo sostenido y enérgico que resulte en un tratado que prohíba las detonaciones nucleares.

El conocimiento acumulado. Me gustaría señalar un punto adicional: a pesar de que el armamento nuclear debe ser abolido, esto no quiere decir, desde mi punto de vista, que deba suceder lo mismo con la energía nuclear. Los orígenes de la energía atómica, tan vinculados al desarrollo y al uso del armamento nuclear durante la Segunda Guerra Mundial, son lamentables. Pero en los últimos 70 años, los seres humanos han acumulado un enorme conocimiento sobre "los átomos para la paz". Este conocimiento, cuyas aplicaciones varían de la energía, a la industria, hasta la medicina, ha generado una mayor calidad y esperanza de vida.

En concreto, las personas han aprendido lecciones valiosas de accidentes tales como los que sucedieron en Chernobil y en la Central Nuclear Fukushima Daiichi. Las personas pueden debatir arduamente sobre la energía nuclear, pero las prácticas en campos tales como la seguridad radiológica y de transporte van mejorando ininterrumpidamente. La preparación para emergencias, la gestión de deshechos y la protección en contra de actos terroristas también van progresando. Yo argumentaría que los accidentes no son el peligro más acuciante asociado a la energía nuclear; más bien, las personas dentro del sistema que son corruptas o maliciosas son mucho más inquietantes. Pero el máximo peligro son las armas nucleares mismas.

Cómo presentar el caso

En la primera ronda, mis colegas y yo analizamos varias maneras en las cuales una detonación nuclear significaría un desastre para la posibilidad de desarrollo de los países subdesarrollados. Dado que se llegó a un consenso sobre ese tema, tal vez sea el momento de evaluar cómo debemos organizar las reflexiones sobre el desarrollo para respaldar los argumentos en pro de la abolición de las armas nucleares. Mi ámbito, relaciones internacionales, nos proporciona un punto de partida para esta discusión.

En el análisis de las relaciones internacionales, un gran acervo de literatura examina temas tales como la disuasión, las motivaciones estatales para adquirir armas nucleares y las dinámicas de estrategia entre los países con armas nucleares. Sin embargo, casi no se presta atención a la renuncia del armamento nuclear –el desarme unilateral, como el que ocurrió en Sudáfrica después del apartheid, o  la creación de  zonas libres de armamento nuclear, como en África y América latina. ¿Por qué la renuncia al armamento nuclear padece de tan poca atención? En gran parte, es debido a la gran influencia de la que goza el realismo, una de las tres perspectivas más importantes en relaciones internacionales, dentro de este ámbito.

Los realistas clásicos se apegan a la perspectiva sombría sobre la naturaleza humana del filósofo Thomas Hobbes, y por consiguiente, dudan bastante de que las naciones puedan crear la confianza necesaria para eliminar las armas nucleares. Los realistas suelen pensar que las iniciativas de desarme son infructuosas en un mundo anárquico y lleno de incertidumbre. Efectivamente, el tardío realista estructural Kenneth Waltz argumentó que el armamento nuclear merecía crédito parcial por la estabilidad que caracteriza al mundo bipolar y porque "la propagación gradual del armamento nuclear es mejor que no tener ninguna propagación".

Es más, corriendo el riesgo de generalizar, señalaría que los realistas probablemente no serían una audiencia entusiasta del argumento que afirma que una detonación nuclear, en particular en un país desarrollado, representaría una interrupción inaceptable para el desarrollo de las naciones de bajos y medios ingresos. Desde el punto de vista de muchos realistas, la mayoría de las naciones en vías de desarrollo son piezas secundarias en el sistema internacional,  no influyen de manera significativa en los eventos globales y, por ende, no deben ser tomados en serio. Esto es una enorme argucia dada la interconexión contemporánea del mundo, pero de todas maneras existe esta actitud. 

El segundo punto importante de las relaciones internacionales es el institucionalismo liberal.  Los adeptos de este punto de vista probablemente rechazarían la idea waltziana de que la propagación de las armas nucleares podría ser algo bueno y, como el politólogo de Stanford, Scott Sagan, enfatizarían que los peligros del uso accidental o irracional de armas nucleares jamás podrían ser eliminados en su totalidad. Los institucionalistas liberales, en parte por su creencia de que los temas económicos pueden ser la base para la cooperación internacional, tal vez serían un público relativamente receptivo hacia los argumentos con base en el desarrollo a favor de la eliminación de lo nuclear.

La tercera agrupación importante en relaciones internacionales está comprendida por teóricos críticos –feministas, neo marxistas, teóricos poscoloniales y así en adelante. Los teóricos críticos probablemente conectarían el tema de armas nucleares a cuestiones de raza, género, estatus social y ciudadanía. Se inclinan hacia la perspectiva que apunta que las armas nucleares son la manifestación de las desigualdades profundas y putrefactas del sistema internacional. Como tal, es bastante probable que simpaticen con los argumentos de que, dado el peligro que representan las armas nucleares para el desarrollo, deban ser eliminadas.

Estas corrientes no son simples abstracciones; tienen resonancia en el mundo real. Las acciones de las superpotencias, por ejemplo, demuestran una gran cantidad de escepticismo realista. Los cinco países reconocidos bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) como países con armamento nuclear son obligados por el Artículo VI del TNP a reivindicar el desarme en general. Sin embargo, después de más de cuatro décadas desde que entró en vigor el tratado, los objetivos expresados en el Artículo VI aún parecen una quimera.

La corriente de los institucionalistas liberales encontraría apoyo en Europa, en especial en Berlín –Alemania tal vez sería receptiva a los argumentos de que el multilateralismo es una necesidad urgente en el caso de que se quisiera alcanzar el desarme global y si se quisiera evitar un desastre humanitario en el mundo en vías de desarrollo. Los argumentos de los teóricos críticos, entretanto, probablemente tendrían eco en algunas regiones del Hemisferio Sur, puesto que es ahí donde las desigualdades del sistema internacional son más visibles. En pocas palabras, los argumentos con base en el desarrollo para el desarme nuclear deben confeccionarse en función al público en particular. Pero persuadir a los Estados con armamento nuclear a que realicen el desarme parece una tarea difícil, sin importar qué tipo de  argumentos sean presentados.

Round 3

Ante el temor, una esperanza latente

En su último ensayo de la Mesa Redonda, Jaime Aguirre Gómez mencionó mi afirmación previa en la cual argumentó que el desarme debe provocar un temor racional en los demás. Aguirre concordó conmigo —sin embargo mencionó que nadie se beneficiaría de una situación donde el temor sea racional y necesario.

La naturaleza predispone al ser humano a que se comporte de manera racional cuando percibe que la racionalidad le aportará un beneficio determinado. El filósofo alemán Immanuel Kant, en su ensayo "Hacia la paz perpetua", argumentó que hasta se podría organizar a una raza de diablos para que se comporte de maneras beneficiosas mutuamente, siempre y cuando tenga capacidad de raciocinio.

¿Pero el miedo en sí puede ser racional? La fisiología médica del miedo funciona de tal manera que prepara a los individuos en peligro a que huyan o se defiendan. En la mayoría de los casos, el temor inspira respuestas razonables que son proporcionales al peligro al que se enfrentan. Esto representa el miedo razonable. En otras instancias, provoca acciones no pertinentes, desproporcionadas y hasta contraproducentes. Este tipo de miedo es irracional —no es el tipo que debe ser utilizado para respaldar los argumentos para el desarme. El truco para las organizaciones como la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW, por sus siglas en inglés), del cual soy co-presidente, es utilizar el miedo para propiciar reacciones razonables y proporcionadas ante la existencia de armas nucleares. Los representantes del IPPNW utilizan el miedo razonable con el mismo propósito que un doctor lo utiliza para practicar la medicina preventiva.

La persona que ignora los consejos de su doctor de cambiar su dieta para evitar la diabetes, que posteriormente desarrollará esta enfermedad, al final podría modificar su dieta aunque al principio rechazó los consejos del médico. Si bien es un poco tarde, este comportamiento es racional. Pero otras personas dentro del círculo de amigos del paciente podrían aprender de la experiencia negativa de éste y cambiar su propia dieta antes de que desarrollen la diabetes. Para los médicos, es común ver que sus pacientes conviertan el miedo racional en un objetivo, en acciones positivas y que se beneficien de él. En estas instancias, el miedo tiene un propósito. Funciona para dar esperanzas.

De la misma manera, la IPPNW emplea el miedo para propagar la esperanza, utilizando el respecto importante del que gozan los doctores para educar al público sobre los horrores humanitarios por causa de las armas nucleares. Sin embargo, es importante que estos esfuerzos no sean acompañados por drama o sensacionalismo excesivos —es decir, sembrar miedos desmesurados. Esto sólo provocaría el miedo irracional. Los simples hechos de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki son poderosos y evidentes para todos. Estos hechos son lo suficientemente convincentes, para la mayoría del público, de que sólo es posible una conclusión: que las armas nucleares deben ser eliminadas por siempre.

A veces parece que los medios de comunicación, así como también las personas ordinarias, se han cansado del argumento central del desarme de que la guerra nuclear podría aniquilar a la raza humana. Pero tal y como ha enfatizado esta Mesa Redonda, hasta una sola detonación representaría una catástrofe humanitaria. La Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear está convencida de que el reloj hacia la catástrofe sigue avanzando —y que la manecilla del minuto se va acelerando.

El diagnóstico de la IPPNW es que las armas nucleares son malas para la salud. Un tratamiento adecuado consiste en pelear por la eliminación de estas armas. ¿Acaso no confiaría en su doctor?

Cuando el temor es racional, pero perjudicial

En su ensayo de la tercera ronda, Siddharth Mallavarapu —respondiendo a mi declaración previa de que ahora es el momento para un plan de acción para el desarme, sin necesidad de aportar argumentos adicionales a favor de ello— señaló "que un plan de acción no puede separarse del argumento". Tiene razón y, a lo mejor, exageré mi perspectiva en mi previo ensayo. Efectivamente, el mejor método para la abolición del armamento nuclear es un plan de acción vigoroso respaldado por argumentos sólidos.

La existencia del armamento nuclear constituye una amenaza psicológica para todos en el planeta. Esto también se aplica a otras armas de destrucción masiva —biológicas o químicas— que, a pesar de que su potencial destructivo es menor que el del armamento nuclear, son más fáciles de fabricar. Las armas de destrucción masiva no hacen una distinción entre blancos militares o civiles y nadie puede sentirse realmente seguro mientras perduren. Es perjudicial para la mente humana tener que enfrentarse a una amenaza constante debido a la posibilidad de que un estado con armamento nuclear que caiga en la locura, tenga un accidente o un cálculo errado, podría iniciar una guerra nuclear o que terroristas podrían acceder al armamento nuclear. Robert Mtonga escribió en la segunda ronda que los partidarios del desarme deben provocar temor racional en los demás y está en lo cierto. Pero nadie se beneficia de una situación donde el miedo es racional y necesario.

Evidentemente, la existencia de armas de destrucción masiva conlleva consecuencias más allá de las consideraciones psicológicas. Por ejemplo, la existencia de armas de destrucción masiva significa que las naciones deben ejercer un estricto control en sus fronteras; si no, el contrabando ilícito de bienes permitiría que las naciones se convirtieran en promotores de la proliferación nuclear o les otorgaría a los terroristas acceso a materiales peligrosos. Este alto nivel de control estanca el comercio y desalienta el turismo, además de presentar un obstáculo a la cooperación entre naciones.

El flagelo de la guerra. Más de dos décadas después del fin de la Guerra Fría, el arsenal nuclear del mundo aún contiene más de 17.000 ojivas nucleares (incluyendo aquellas que ya no se utilizan, pero que no han sido desmanteladas). Estas armas, que han sido utilizadas en guerra dos veces, tienen el potencial de destruir la civilización humana en cualquier momento.

Como ya lo discutí en la primera ronda, utilizar el armamento nuclear infringiría el derecho internacional humanitario. La simple existencia del armamento va en contra del punto principal de la Carta de Naciones Unidas, cuyo propósito principal es "salvar a las próximas generaciones del flagelo de la guerra". La Cruz Roja Internacional y el Movimiento de la Media Luna Roja han señalado "el sufrimiento humano inexpresable que causan [las armas nucleares], … la amenaza que representan al medioambiente y al futuro de las generaciones y el riesgo de intensificación que crean". El Movimiento ha determinado que "cualquier capacidad de respuesta humanitaria adecuada" aún es carente. Desde la perspectiva de la mayoría de las personas en mi región en América Latina, el uso de armamento nuclear sería nada menos que un crimen de guerra. Por lo tanto, los países en vías de desarrollo —que sufrirían las consecuencias humanitarias de una detonación nuclear aún si no fuesen el blanco de un ataque— deben ejercer presión sostenida para el desarme sobre los países que conservan arsenales nucleares.

Durante la conferencia en Oslo en marzo de 2013 sobre los impactos humanos por causa de detonaciones nucleares, los representantes de varias naciones enfatizaron que la única garantía en contra del uso de armas nucleares es su eliminación completa. En febrero de 2014 habrá una conferencia de seguimiento en mi propio país, México. Ésta le dará al mundo otra oportunidad para abolir las armas nucleares. La labor a realizar debe comprender tanto argumentación como un plan de acción concreto.

Evaluando los controles disponibles

En el ensayo de la segunda ronda, Jaime Aguirre Gómez puntualizó que ahora no es  momento para presentar más argumentos a favor del desarme, sino tiempo para un plan de acción hacia el desarme. Simpatizo ampliamente con el punto de vista de que un plan urgente de acción hacia el desarme es necesario. Pero desde mi punto de vista, el plan no puede separarse del argumento. El argumento a favor del desarme siempre debe tener presente la importancia otorgada a los peligros humanitarios intrínsecos en el mundo, donde algunas naciones, mediante su posesión de arsenal nuclear, ponen en gran riesgo a todos los seres humanos. Muy a menudo, la conversación sobre las armas nucleares se centra solamente en temas abstractos de la seguridad estatal. Los argumentos humanitarios se enfocan más en los seres humanos –aquellos que sufrirían los efectos de una detonación nuclear.

No obstante, vale la pena reflexionar sobre las estrategias que los países sin armamento nuclear deben utilizar para forzar el desarme de los estados con armas nucleares. Ninguna acción por sí sola puede tener un efecto significativo y es necesario el desarrollo de una serie de posibles planes de acción.

Un punto de partida supondría serios esfuerzos para establecer una convención sobre armas nucleares similar a la convención modelo que entregó Costa Rica y Malasia a Naciones Unidas en 2007. Hoy en día, dado el aire de fatiga alrededor del Artículo VI en el Tratado de No Proliferación Nuclear (que requiere que los signatarios lleven a cabo negociaciones hacia el desarme), se requiere un nuevo impulso –y un esfuerzo importante para establecer una convención que pudiese dar ese impulso. Efectivamente, la convención sigue de manera lógica la opinión consultiva de 1996 emitida por la Corte Internacional de Justicia, que –a pesar de que no tuvo peso sobre la legalidad de poseer armamento nuclear— determinó que "la amenaza o el uso de armas nucleares, por lo general, va en contra de las reglas de derecho internacional aplicables al conflicto armado y, en particular, en contra de los principios y reglas de derecho humanitario". Un impulso hacia una convención vinculante obligaría a los estados con armamento nuclear a considerar de nuevo sus programas nucleares de manera fundamental. Y los estados sin armamento nuclear, al imponer presión en el desarme internacional, podrían desempeñar un papel clave en dicha iniciativa.

Los estados sin armamento nuclear podrían buscar una variedad de estrategias distintas para forzar el desarme. Podrían dar pasos relativamente cortos como, por ejemplo, cabildear con  diplomáticos de los países con armas nucleares o reclutar celebridades para hacer una campaña de concientización que pudiese intensificar la presión para el desarme internacional. Los estados sin armamento nuclear, por su parte, podrían considerar el uso de medidas más convincentes, tales como la imposición de restricciones en el comercio o en el uso de aguas territoriales y espacios aéreos. Estos estados incluso podrían introducir el tema de desarme en las negociaciones para el patrimonio global –por ejemplo, podrían indicar que su cooperación en temas de cambio climático depende del compromiso concreto para alterar la conducta nuclear. Pero a la larga, el reto es  cómo cambiar la mentalidad. Un día, el armamento nuclear deberá ser considerado como legado de una época pasada y el nuclearismo será visto no como una fuente de estatus como lo era hasta ahora, sino de vergüenza— parecido al apartheid.

Robert Mtonga escribió en su segundo ensayo que, al presentar argumentos humanitarios para el desarme, a veces se producen respuestas inesperadas, como cuando las personas reaccionan a la discusión de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki como si fueran aberraciones que probablemente no volverán a ocurrir. Tales actitudes pueden ser explicadas por el analfabetismo nuclear, en el cual las personas no comprenden la capacidad de destrucción de estas armas nucleares— aún cuando se les ha explicado con anterioridad. ¿Cuál es la solución para este problema frustrante? Seguir presentando el argumento humanitario.



Topics: Nuclear Weapons

 

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