Cómo aprendí a odiar la bomba

By Joelien Pretorius: ES, February 21, 2017

El tratado de prohibición de las armas nucleares que se propone parecería tener muchas cosas en común con el control de las armas nucleares. Después de todo, ambos enfoques reconocen que las armas nucleares son peligrosas y procuran reducir el número de armas nucleares en el mundo. Sin embargo, la verdad es que el control de armas y el tratado de prohibición confieren a las armas nucleares significados muy diferentes. La consecuencia es que solo uno de los enfoques, el tratado de prohibición, tiene alguna esperanza de conducir al desarme nuclear general.

Como escribí anteriormente en esta mesa redonda, no considero que el tratado de prohibición sea una herramienta que pueda obligar a los Estados con armas nucleares a renunciar a ellas. Por el contrario, es una herramienta que puede estigmatizarlas y afianzar más el tabú contra su utilización, creando así las condiciones para el desarme.

«Estigmatizar» significa calificar algo (o a alguien) de vergonzoso, detestable y digno de condena. ¿Por qué es tan importante estigmatizar a las armas nucleares?

Para señalar lo evidente, las armas nucleares causan destrucción masiva. No hay palabras para describir el sufrimiento humano causado por las bombas atómicas lanzadas en Japón en 1945, que eran pequeñas en comparación con los artefactos que se han desarrollado y almacenado desde entonces. En la actualidad, una guerra nuclear podría causar estragos ambientales a una escala que pondría en riesgo de extinción a los seres humanos. Los efectos de las detonaciones nucleares no tendrían ninguna contención espacial ni temporal, sino que atravesarían fronteras y generaciones. Según todos los criterios razonables, las armas nucleares contravienen el derecho internacional humanitario, que regula cómo deben pelearse las guerras.

Por estas razones, no cabe esperar que los Estados que no poseen armas nucleares se comporten como si las armas nucleares simplemente formaran parte de los derechos de soberanía de los Estados que sí cuentan con ellas. Por el contrario, las detonaciones nucleares y sus consecuencias están dentro de los problemas más acuciantes de toda la humanidad, tanto de los Estados, como de la sociedad civil y las personas físicas. Esta es la actitud subyacente a la iniciativa humanitaria, un proceso político que ahora ha dado lugar a la inminente negociación de un tratado que prohíba las armas nucleares.

Entretanto, el enfoque del control de armas es muy diferente. A pesar de su utilidad e importancia, el control de armas no hace suficiente énfasis en la urgencia del desarme nuclear. El control de armas reconoce en las armas nucleares los mismos peligros reconocidos por el tratado de prohibición, pero supone que estos peligros se pueden llevar a un nivel aceptable, si se reducen los arsenales y los niveles de alerta, se instalan líneas directas, etc.

El control de armas está condicionado a que los actores a cargo de las armas nucleares eviten las catástrofes comportándose de forma racional. Presupone un entorno ordenado y el cumplimiento de las normas. Ahora bien, aquí radica el problema: el control de armas no renuncia a la idea de que las armas nucleares, al obrar como disuasión de una guerra, especialmente de una guerra nuclear, suponen un beneficio para la humanidad. La aceptación de la disuasión nuclear es la perdición del control de armas. El control de armas exige que las armas nucleares no se controlen demasiado pues, de lo contrario, los actores podrían llegar a sentir que sus enemigos con armas nucleares no están dispuestos a utilizarlas. Esto podría significar el fracaso de la disuasión.

El control de armas sufre un dilema. Intenta dominar a las armas nucleares, pero al mismo tiempo mantiene el pretexto para poder usarlas. Esto da lugar a extrañas estrategias, como la «teoría del loco» de Richard Nixon, que implica proyectar una imagen de inestabilidad psicológica para convencer a los enemigos de que podrían usarse armas nucleares. Con este tipo de enfoque, se invierten la estabilidad y racionalidad que el control de armas adjudica por lo general a la disuasión nuclear. En la actualidad a veces se invoca la teoría del loco para explicar las imprevisibles y cambiantes opiniones de Trump sobre las armas nucleares.

Incluso atendiendo a la mejor de sus interpretaciones, el enfoque del control de armas con respecto a las armas nucleares es contradictorio. Estas armas son malas pero, si les ponemos límites, son buenas; siempre y cuando no les pongamos demasiados límites. Según su peor interpretación, el control de armas insta a la humanidad, tomando prestado el título de la película de Stanley Kubrick, Dr. Strangelove, a «dejar de preocuparse y aprender a amar la bomba».

No sostengo que el control de armas sea inútil, pero no es suficiente. No eliminará del mundo a las armas nucleares, y su eliminación es la única forma que verdaderamente puede proteger a la humanidad de su uso.

El tratado de prohibición de las armas nucleares anuncia que la humanidad debería preocuparse, y debería aprender a odiar la bomba. Para estigmatizar a las armas nucleares de esta forma es necesaria la labor política. Su eliminación requiere un trabajo técnico. Ninguno de estos procesos será fácil o rápido. Sin embargo, al igual que en la campaña del siglo XIX para abolir la esclavitud, esta empresa no es imposible.

 



Topics: Nuclear Weapons

 

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