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By Alexander Golts (ES), January 8, 2013
La siguiente anécdota ilustra la manera en que las autoridades rusas responden a las críticas a su política nuclear.
En enero de 2012, Vladimir Putin — en ese entonces, Primer Ministro de Rusia, y ahora Presidente — se enfureció durante una reunión con los jefes de redacción de la mayoría de los medios de comunicación más importantes de la nación. Quejándose con Alexei Venediktov de la estación de radio Ekho Moskvy, donde había escuchado recientemente a dos analistas de defensa — Alexander Konovalov, presidente del Instituto para Asesoramientos Estratégicos y yo — decir “tonterías”, Putin aseguraba que los analistas estaban promoviendo los intereses de una potencia extranjera, refiriéndose a Estados Unidos.
Putin estaba especialmente molesto por la sugerencia de Konovalov de que la ubicación de las instalaciones de misiles de defensa estadounidenses no deberían preocuparle al liderazgo político y militar de Rusia, ya que amenazaban muy poco, si es que en realidad amenazaban, las capacidades de disuasión nuclear. De hecho, Putin expresó que si Estados Unidos desplegara instalaciones de radar para un sistema de defensa de misiles en Georgia, Rusia podría apuntar algunos de sus misiles a Tbilisi. Pero Washington no tiene planes para desplegar instalaciones de radar en Georgia. Es cierto, cuatro senadores republicanos en Estados Unidos propusieron esta idea el año pasado, pero no era más que pura propaganda y muy pocos en Washington tomaron en serio la propuesta. Putin cree sinceramente que es un experto en el ámbito de armamento nuclear, pero su postura sobre la defensa de misiles indica lo contrario.
Histeria y demonios. Pero como el armamento nuclear es fundamental para la política exterior rusa, los periodistas que cubren y cuestionan la política sobre armamento nuclear pueden encarar acusaciones de que su trabajo no es patriótico. Desde que Putin llegó al poder, se han hecho esfuerzos concertados de la diplomacia rusa para darle prioridad a los temas sobre la estrategia nuclear. Desde el punto de vista del Kremlin, Rusia sólo puede demostrar que es una superpotencia al enfatizar su potencial nuclear. Por lo tanto, y de cualquier manera posible, tiene que utilizar el gran arsenal nuclear que heredó de la Unión Soviética para ejercer mayor influencia en los asuntos internacionales. De hecho, en discusiones con Occidente y sobre todo con sus homólogos estadounidenses, Moscú parece que sólo quiere discutir temas nucleares y muy poco de lo demás. Putin ha trabajado intensamente para que la cuestión del número de ojivas nucleares sea lo primero en la agenda internacional, para así poner en la sombra otros temas, donde Rusia se muestra débil — tales como el nivel de desarrollo económico del país, el que no concuerda con las ambiciones de superpotencia de Putin. Él cree que Estados Unidos es la causa principal de todos sus problemas y cada vez que puede le recuerda a Washington que todavía existe un país en el mundo que tiene la capacidad de destruir a Estados Unidos.
En los últimos años, Moscú a menudo ha expresado su descontento con las políticas de Occidente usando los clichés de la Guerra Fría. Por ejemplo, el Kremlin no está contento con el deseo de Georgia de unirse a la OTAN y con la posibilidad de que Ucrania también se una. Por lo tanto, afirma que es inevitable que Occidente construya bases militares en esos países si se unen a la OTAN, y que estas bases estarán equipadas con misiles apuntandos hacia Rusia. A Moscú le desagrada cuando Estados Unidos y países en Europa Occidental expresan malestar ante la supresión de las libertades civiles en Rusia — y responde poniéndose histérico en cuanto a la posibilidad de que la OTAN aumente su superioridad militar.
Mucho de esto fue evidente en el discurso de Putin en Munich en el 2007, donde manifestó que la paz basada en el miedo a la destrucción mutua “era suficiente para estar seguros”, pero que “hoy en día parece que la paz no es algo seguro”. Volvió a poner sobre la mesa de negociación temas tales como el balance de armas convencionales y la defensa de misiles en Europa, mientras acusaba una y otra vez a Estados Unidos, al igual que a otros países de la OTAN, de intentar alcanzar mayor superioridad militar que Rusia.
La idea de que las armas nucleares son la posesión más importante del Estado impide la discusión de temas serios tales como si Rusia necesita mantener la paridad nuclear con Estados Unidos. Tampoco existe un debate legítimo en Rusia sobre los temas nucleares más urgentes del momento — el sistema de defensa de misiles de EE.UU. Rusia insiste en que Estados Unidos, por medio de su defensa de misiles, está socavando la estabilidad estratégica y amenazando la disuasión nuclear de Moscú. Pero a nadie en Rusia le interesa sostener una discusión seria sobre el tema, y la defensa de misiles se ha convertido en el perfecto demonio que el Kremlin puede utilizar para propósitos políticos de la misma manera que ha utilizado la expansión de la OTAN.
En realidad, Putin está aterrorizado de las amenazas de Occidente. Pero no le teme a una guerra mundial, más bien le teme a una Revolución Naranja en Rusia. El Kremlin se muestra paranoico en cuanto a una “revolución de color”. Las preocupaciones sobre los planes de defensa de misiles de EE.UU. son falsas — los líderes rusos saben que estos planes no amenazan la capacidad de disuasión de Rusia — pero están preparados para luchar contra la “plaga naranja” dondequiera que se presente en el mundo. Estados Unidos llevó a cabo el cambio de régimen en Irak y ayudó a hacer lo mismo en Libia. Ahora parece que quiere repetirlo en Siria, y, de acuerdo al Kremlin, Estados Unidos planea un cambio de régimen en Rusia.
Insinuaciones, alusiones y alta traición. Bajo estas circunstancia, poner en duda la política nuclear del gobierno, pone en entredicho toda la política exterior del país. Esto afecta a los periodistas y también a las organizaciones no gubernamentales. Varias organizaciones de investigación rusas contratan a expertos altamente calificados sobre temas nucleares. Éstas incluyen el Centro de Seguridad Internacional, encabezado por un académico de relaciones internacionales Alexei Arbatov; el Instituto para Estudios sobre EE.UU. y Canadá, encabezado por Sergei Rogov; y el Centro Carnegie de Moscú. Expertos destacados tales como los Generales jubilados Vladimir Dvorkin y Viktor Esin están afiliados con estas organizaciones pero la comunidad de expertos prefiere no participar directamente en discusiones con el Kremlin sobre temas nucleares. Más bien, prefiere hacer alusiones e insinuaciones tan sutiles que el Gobierno puede ignorarlas tranquilamente. Los analistas pueden sugerir maneras para continuar con el proceso de desarme — pero los funcionarios del gobierno afirman que a Moscú no le interesa el tema.
Ahora las autoridades tienen a su disposición una herramienta nueva y altamente eficaz para detener cualquier discusión sobre armamento nuclear. Recientemente, Rusia promulgó una ley contra la alta traición que podría criminalizar a cualquiera que se asociara con organizaciones, cuyas actividades sean percibidas como una amenaza para la seguridad en Rusia. Desde luego, la seguridad es un concepto que puede ser interpretado de varias maneras y la nueva ley es una manera excelente de callar a cualquiera — incluyendo a los periodistas — que no estén de acuerdo con la postura oficial.
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