Hay que admitir cuando das miedo

By Nancy Gallagher: ES, July 17, 2015

Estoy de acuerdo con mis colegas de la mesa redonda, Wu Chunsi y Bharath Gopalaswamy, sobre los puntos importantes: no es lógico que por poseer armas antisatélite cualquier país iniciaría una guerra nuclear, y la implementación universal de políticas creíbles de la política de no usar armas primero reduciría el riesgo nuclear de manera más directa que limitar las armas espaciales. Sin embargo, discrepo con la premisa subyacente de mis colegas que cuando los estadounidenses advierten sobre los peligros a la seguridad internacional por la propagación de las capacidades antisatélite, solo están intentando, —para poder preservar el dominio militar, tecnológico y económico de EE.UU—, evitar que los competidores potenciales pudiesen adquirir las capacidades que Washington ya desarrolló hace varias décadas.

Sin importar lo que según hacen los funcionarios de varias naciones, la propagación de las capacidades antisatélite es verdadera. China, con el "experimento ultra terrestre" de 2007, demostró que podía destruir uno de sus propios satélites con tecnología diseñada para matar, como demostró Estados Unidos en 2008 que podía adaptar un interceptor de defensa misil, Aegis, para destruir uno de sus propios satélites (el USA-193, cuyo tanque de gasolina supuestamente podría haber amenazado "la seguridad pública".) Del mismo modo, aunque la India está realizando investigaciones antisatélite bajo el contexto del programa balístico para la defensa de misiles, en vez de bajo un programa básico de desarrollo antisatélite, no existe ninguna importancia militar sobre esta distinción.

Los efectos negativos eventuales de las armas antisatélite sobre la estabilidad de la disuasión, la estabilidad en crisis y de la carrera armamentística han sido debatidos por décadas. Las preocupaciones sobre dichos temas no fueron inventadas para restar legitimidad al programa espacial de China. Efectivamente, representaban el meollo de la lógica de control de armas que llevó a la creación del Tratado del Espacio Ultra Terrestre de 1967, y también llevó a la creación de un régimen tácito de las limitaciones antisatélite, que aún perduran, en cierto modo, hasta la fecha. A finales de los años cincuenta, los misiles balísticos de punta nuclear representaban, tanto para la Unión Soviética, como para Estados Unidos, una capacidad de antisatélite latente. A finales de los años sesenta, los soviéticos realizaron experimentos con armas antisatélite rudimentarias en la modalidad no nuclear. Sin embargo, ni Moscú ni Washington se dedicaron al programa antisatélite tan rápido como deberían de haberlo hecho. Ninguno de ellos realizó un ataque antisatélite. Ambas partes calcularon que cualquier ventaja de corto plazo que podría aumentar al destruir el satélite del adversario durante una crisis, no sobrepasaría el riesgo de un conflicto agravado.

Para estar seguros, la política antisatélite de EE.UU no ha sido coherente en los últimos años. El Gobierno de Carter intentó sin éxito negociar las limitaciones legales sobre el desarrollo y el uso de armas antisatélite. El Gobierno de Reagan, que consideraba que la Unión Soviética era menos predecible, transparente y limitada de lo que es considerada China en la actualidad por los líderes políticos y militares de línea dura de EE.UU, rechazó este acercamiento. El Gobierno de George W. Bush se dedicó a las armas antisatélite (y a la defensa de misiles), a lo mínimo, con el mismo entusiasmo que el Gobierno de Reagan, aunque su lógica se basaba en evitar que los países más débiles pudieran lanzar ataques asimétricos en contra de Estados Unidos y sus aliados y no para disuadir ataques masivos de los poderes militares del mismo tamaño aproximadamente.

Hoy en día, el programa militar de EE.UU sigue siendo el número uno en el espacio por una gran ventaja, pero no ejerce el completo control ofensivo y defensivo que exhorta la Visión de 2020 del Comando Espacial de EE.UU; un grado de dominio que podría brindarle libre acceso a Washington del uso del espacio para sus propios fines; la capacidad de proteger todos sus bienes espaciales; y la capacidad de negarle acceso al espacio a los demás países con intenciones hostiles. La comunidad internacional tampoco le ha pedido al ejército de EE.UU que "tome el mando del patrimonio espacial"  como parte de un servicio público global. De todos modos, los demás países no estarían de acuerdo con los esfuerzos de EE.UU de tomar el mando del patrimonio espacial, por lo tanto cumplir con tal misión sería difícil, caro y arriesgado.

De ahora en adelante, Estados Unidos, China y la India y las demás naciones probablemente desarrollarán capacidades sofisticadas en el espacio, ya sea de doble uso, o estrictamente militares, aunadas a escenarios elaborados de cómo estas capacidades podrían ser utilizadas para ganar o compensar ventaja en una crisis o en una guerra de menor importancia. El recelo aumentará. El dinero se desviará para otros usos. El secreto en cuanto al presupuesto espacial, los programas de adquisición y las operaciones aumentaría. Una amplia gama de riesgos de seguridad se volvería más grave.

El diálogo estratégico solo podrá mejorar la situación si las partes admiten que algunos de sus experimentos en el espacio ultra terrestre, los proyectos de defensa de misiles y los esfuerzos para controlar el patrimonio espacial generan un sentimiento de gran inseguridad en las demás naciones. Ciertamente, esta misma puede ser reducida como lo que sucedió por varias décadas, por medio de una mezcla de reglas formales, limitaciones informales recíprocas y tranquilidad. Pero como aludió Wu, la inseguridad probablemente se reducirá si los esfuerzos para robustecer el orden, con base en leyes en el espacio, se realizan de una manera beneficiosa, equitativa e inclusiva para todas las partes. Dichos esfuerzos no pueden centrarse únicamente en un tipo de amenaza, como las armas de antisatélite destructivas, o de un solo tipo de riesgo, como la guerra nuclear.


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