La secrecía: el último refugio

By Alexander Golts (ES), January 17, 2013

Para ser sincero, cuando el Bulletin of Atomic Scientists me invitó a participar al lado de colegas del mundo en desarrollo en una discusión de Mesa Redonda sobre el periodismo nuclear, tenía mis reservas. Después de todo, Rusia es el sucesor principal de la Unión Soviética, un país que durante la Guerra Fría estaba a la par con Estados Unidos en el ámbito nuclear. Hoy en día, Rusia, debido a su gigantesco arsenal de armas y a su industria avanzada de energía nuclear (la que construye plantas tanto nacionales como en el extranjero, notoriamente en China y la India) ocupa el segundo lugar en el ámbito nuclear. Por lo tanto tenía mis dudas sobre si Rusia verdaderamente debería discutir sobre temas nucleares en el mundo en desarrollo.

Para mi sorpresa, mis colegas participantes, a juzgar por sus primeros ensayos, enfrentan muchos de los mismos problemas que he encarado como periodista nuclear. El principal, dentro de ellos, es la oleada de secrecía que enfrenta cualquier persona que quiera escribir sobre temas nucleares en Rusia, y evidentemente, también en India y Egipto.

Podría argumentar que en el campo nuclear, no existen tantos secretos verdaderos como hace 30 o 50 años. Es fácil encontrar libros de cursos universitarios de física sobre el diseño de bombas atómicas. Debido a los tratados entre Rusia y Estados Unidos, la ubicación del armamento nuclear de estos países y la organización de sus fuerzas nucleares no son un gran secreto, y esto en gran parte también es válido para Francia y el Reino Unido por causa de sus instituciones democráticas transparentes. Los secretos nucleares más importantes de otras naciones tampoco son secretos debido a lo que se le llama discretamente “recursos nacionales” (supervisión espacial, espionaje y cosas de esa índole). Hoy, la información verdaderamente secreta comprende detalles técnicos específicos sobre armas y la producción de éstas — y estos temas no le interesan al público en general.

Aún así, un manto de secretismo rodea los temas nucleares, y esto permite que los altos funcionarios puedan esconder sus errores e incompetencia cuando llega el momento de tomar decisiones sobre temas de seguridad. El gobierno ruso recientemente anunció que pretende desarrollar y desplegar mísiles de combustible líquido pesado para remplazar los mísiles SS-18 salientes. Se tomó la decisión en completa secrecía, sin discusión, sin consulta alguna con expertos. Pero uno debe cuestionar cómo se producirán los misiles. En la era de la Unión Soviética, se diseñaron y manufacturaron misiles “pesados” en Ucrania. Rusia nunca ha fabricado misiles terrestres de carburante líquido “pesado”. Por lo tanto, Rusia debe diseñar nuevos misiles y tal vez tendrá que construir plantas para producirlos. Todo esto costaría miles de millones de dólares. Los líderes de la industria de defensa rusa ven con entusiasmo la producción de nuevas armas, al igual que generales de alto rango de las Fuerzas Estratégicas de Cohetes. Pero nadie se pregunta si los misiles son necesarios para la seguridad del país.

El Presidente Vladimir Putin insiste en que la seguridad nacional de Rusia se debe asegurar al mantener la igualdad cuantitativa con Estados Unidos en el contexto de ojivas nucleares. El motivo por el cual él desea arduamente los vehículos “pesados” de entrega, que pueden cargar una docena de ojivas nucleares. A los ojos de Putin, sólo la paridad cuantitativa, con la promesa de destrucción mutua asegurada podría generar la estabilidad. Pero ¿cómo calculan los estrategas rusos el daño que podría infligir una guerra nuclear? Esto también es un gran secreto. ¿Seguirán el tipo de formula que el Secretario de Defensa de EE.UU. Robert McNamara estableció en los años 1960, en la cual se calculó que “el nivel inaceptable de daños” era la destrucción del 50 por ciento de la capacidad industrial de la nación y de un 20 a 25 por ciento de su población? Desde mi punto de vista, explotar tan sólo una ojiva representa un daño inaceptable y una ojiva es suficiente para disuadir cualquier proclividad agresiva de EE.UU. Pero en este caso, Rusia está gastando enormes recursos para nada.

La cultura de secrecía convierte a los líderes nacionales en rehenes de aquellos que les proporcionan información. Por ejemplo, Putin aún cree que Estados Unidos quiere utilizar interceptores terrestres para destruir los misiles balísticos de Rusia en la fase de impulso. El Congreso de EE.UU. detuvo financiamiento del proyecto en el 2009, pero Putin ignora la información disponible y abierta al público y prefiere confiar en sus informes secretos.

La secrecía es el último refugio de un burócrata. Ahí esconde la incompetencia y disfraza su propio interés — mientras hace todo lo posible para evitar que se discutan sus propias decisiones.



 

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