The authoritative guide to ensuring science and technology make life on Earth better, not worse.
By Sonja Schmid: ES, May 20, 2016
La preparación y la respuesta ante emergencias nucleares son en gran medida tareas técnicas, físicas. Implican equipos como bombas, generadores, contenciones y helicópteros. Sin embargo, no son solo técnicas. Como señaló mi colega de mesa redonda, Manpreet Sethi, para la preparación y respuesta también es necesario contar con sofisticados instrumentos legales y capacidades organizativas. Es más, como se indicó en la sección para los comentarios de los lectores, la preparación y la respuesta también deben incluir sofisticados recursos regulatorios y en materia de capacitación.
Sin embargo, no importa cuántas convenciones internacionales ha ratificado una nación y no importa qué tan flexible (o inflexible) sea su forma de afrontar los accidentes no previstos en el diseño, las decisiones críticas durante una emergencia real quedan, en última instancia, en manos del personal de la planta, y es su criterio sobre la magnitud de la emergencia el que se aplica para adoptarlas. A medida que avanza una catástrofe, cambian las opiniones. Los expertos modifican sus posturas sobre la gravedad de la catástrofe y sus posibles consecuencias. Descubren que sistemas que anteriormente se pensaba que no estaban relacionados, en realidad se entrecruzan.
Todo esto entorpece el tipo de comunicación que Sethi demanda en la Primera Ronda, es decir, la comunicación eficaz durante una emergencia. Sethi, al referirse a los retrasos en la comunicación de información precisa que acompañaron tanto a Chernóbil como a Fukushima, escribió que "los funcionarios públicos [durante una emergencia] deben poder acceder rápidamente a la opinión científica autorizada y de expertos, para poder tomar buenas decisiones con extrema premura". Sethi sostiene que los funcionarios deben estar en condiciones de clasificar la gravedad de un accidente rápida y correctamente. No obstante, un problema que presentan los accidentes graves es que por lo general es muy difícil, tanto para los funcionarios como para los expertos, evaluar con rapidez y precisión qué tan mal están las cosas en realidad. Mientras la catástrofe aún está en proceso, puede ser imposible clasificarla con precisión o, más bien, una catástrofe puede clasificarse de formas diferentes a medida que evoluciona.
Por consiguiente, el verdadero problema puede yacer en la comunicación de información incompleta, o que no se entiende correctamente, y en la adopción de decisiones sobre la base de dicha información. A pesar de que la "opinión científica autorizada y de expertos", a la que Sethi se refiere, es totalmente crucial durante una emergencia, no es infalible.
Consecuencias legítimas. Un área en la que la opinión de expertos es verdaderamente decisiva, y al mismo tiempo rebatida con vehemencia, tiene que ver con las consecuencias médicas de las catástrofes nucleares. En la Primera Ronda, Augustin Simo mencionó que, hasta ahora, las víctimas mortales de Chernóbil han sido unas 56. Sethi dio una cifra similar (aunque reconoce que las muertes pueden aumentar a largo plazo). Ambos autores presentaron estas cifras como prueba de que la industria nuclear es lo suficientemente segura. Implícitamente sus argumentos incluyen comparaciones con víctimas de actividades más mundanas, por ejemplo, unas 90 personas mueren todos los días en los Estados Unidos en accidentes de automóviles, camiones y motocicletas. Siempre es tentador hacer comparaciones cuando se examinan tecnologías de alto riesgo, como la energía nuclear. No obstante, este tipo de comparaciones presentan un problema doble.
En primer lugar, existe por lo general una gran controversia en relación con las víctimas mortales de una catástrofe nuclear. Un informe de 2005 de la Organización Mundial de la Salud y otras organizaciones, sobre las víctimas mortales de Chernóbil, predijo que "con el tiempo, podían morir hasta 4000 personas a consecuencia de la exposición a la radiación". Sin embargo, un informe de Greenpeace de 2006 cuestionó estos números, y estimó que la catástrofe terminará causando 250 000 cánceres y que, de estos, unos 100 000 serán mortales. Estas estimaciones tan divergentes demuestran lo increíblemente complicado que resulta atribuir muertes dilatadas en el tiempo a causas específicas. De hecho, la comunidad internacional solo ha aceptado una única conexión causal directa entre Chernóbil y el cáncer, relacionada con el cáncer de tiroides en niños. Aun esta limitada aceptación, afirma Olga Kuchinskaya de la Universidad de Pittsburgh, en su valiente libro The Politics of Invisibility ("La política de la invisibilidad"), solo se debe a los esfuerzos de científicos bielorrusos, a los que cada vez se margina más en su propio país.
En segundo lugar, las muertes no son las únicas consecuencias de las catástrofes, tanto nucleares como de otro tipo. El trauma de vivir una situación de emergencia, el estrés de tener que pasar por una evacuación (temporal) o incluso la "fobia sobre la energía nuclear", a la que alude Simo (tanto si es justificada como si no lo es); todo esto puede tener consecuencias psicológicas y para la salud mental, no menos debilitantes que el cáncer. Es decir, las muertes no son la única consecuencia negativa legítima de los accidentes nucleares. Incluso los cánceres en remisión pueden ser más importantes de lo que parece; para "curar" el cáncer de tiroides muchas veces es necesario extirpar quirúrgicamente la tiroides a los pacientes, que además deben someterse a una terapia restitutiva durante toda su vida.
Como ilustra la incertidumbre sobre las víctimas morales de Chernóbil, ni la "opinión científica" ni la de "expertos" son siempre unánimes. Los conocimientos científicos no son inmunes a la controversia, y las opiniones de los expertos cambian con el tiempo.
Share: [addthis tool="addthis_inline_share_toolbox"]