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By P. R. Kumaraswamy (ES), April 26, 2012
En esta Mesa Redonda se ha llegado al consenso que no se debe negar el acceso a la energía nuclear a los países en desarrollo debido a las preocupaciones sobre la proliferación. Aunque la proliferación nuclear no se debe tomar a la ligera, tampoco se pueden ignorar las preocupaciones excesivas vinculadas a la energía nuclear que la comunidad de la no proliferación alberga (en especial las organizaciones de la sociedad civil que encabezan una cruzada en contra de la energía nuclear).
La perenne crisis energética que muchos países de bajos y medianos ingresos afrontan, no permite que las buenas noticias perduren. La mayor parte del tiempo, las noticias sobre la escasez de energía nunca llegan a los periódicos. En cambio, los accidentes nucleares de Chernobyl y de la Planta Nuclear Fukushima Daiichi parecen transmitir un mensaje poderoso y mortífero: nunca más. A pesar de que estos accidentes fueron atroces, mantener las cosas en su justa dimensión es esencial. El accidente industrial que ocurrió en el año 1984 en Bhopal, India, produjo de inmediato más muertes que Chernobyl (aun cuando las pérdidas humanas a largo plazo por ambos incidentes se siguen contando).
Pero a pesar de que no se presta mucha atención a la escasez de energía en los países en desarrollo, muchas naciones utilizan o consideran la adopción de energía nuclear precisamente por la dependencia creciente o perenne de las importaciones de hidrocarburos. En la India, China y hasta en Japón, la energía nuclear no puede disociarse de la dependencia de hidrocarburos. Tal dependencia siempre ha sido problemática debido a la volatilidad de precios y la inestabilidad política en el Golfo Pérsico que es rico en petróleo — pero las nuevas sanciones al petróleo emitidas por Occidente en contra de Irán han dificultado y encarecido las transacciones petroleras comerciales. Aunque las sanciones en contra de Irán se deben a las preocupaciones por la proliferación, estas mismas sanciones hacen que la energía nuclear sea más atractiva. Se puede esperar que los países dependientes de importaciones, tales como China y la India, tiendan a considerar la energía nuclear como una opción, tanto para mejorar la seguridad energética como para minimizar la injerencia de Occidente de mediano a largo plazo. Estos países también pudieran tener la tentación de usar su creciente influencia financiera para desafiar las políticas occidentales de energía nuclear.
Pese a todas estas preocupaciones sobre la proliferación, ¿cuántos países en realidad han buscado el emplazamiento de armas a lo largo de los años? Tras más de seis décadas después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, solo nueve países poseen armamento nuclear. Aunque se puede dar algo de crédito al régimen global de no proliferación por ello, es importante considerar que el emplazamiento de armas es un asunto costoso y arriesgado. De hecho, los retos tecnológicos y financieros para el desarrollo de armamento nuclear podrían ser rebasados por los costos de seguridad involucrados. En el caso de Irán, por ejemplo, el emplazamiento de armas podría socavar los intereses de seguridad del país al alentar a las naciones árabes y hasta a Turquía a buscar un paraguas nuclear o armamento nuclear. Por lo general, los países no deciden adquirir armamento nuclear sin evaluar seriamente los riesgos y la decisión de hacerlo se basa en un cálculo minucioso. Otorgar mucha importancia a la decisión de muy pocas naciones de adquirir armamento nuclear, solo añade confusión al debate global sobre las necesidades energéticas.
Para ser más eficiente, la comunidad global de la no proliferación debe comprometerse seriamente con la crisis energética que afrontan muchos países de bajos y medianos ingresos. Este compromiso forzosamente implicaría el reconocimiento de las fuerzas que empujan al mundo en desarrollo a considerar la energía nuclear y ofrecería tres claras ventajas.
Primero, si la comunidad de la no proliferación abandonara su proclividad de ver con sospecha a cada nación que busca adquirir la energía nuclear, podría identificar de manera más eficaz los verdaderos promotores de la proliferación y luego actuar de manera decisiva para detenerlos. Segundo, los países desarrollados podrían contribuir más al progreso económico del mundo en desarrollo si consideraran a la energía nuclear como una plataforma para el crecimiento.
Tercero, el mundo desarrollado podría fomentar un debate significativo sobre la energía nuclear dentro de los países en desarrollo, si dejara de poner obstáculos al uso de energía nuclear en el mundo emergente. Después de todo, la energía nuclear no es una panacea para los problemas socioeconómicos en los países de bajos y medianos ingresos — en realidad puede que ni siquiera sea un remedio para la escasez energética. Como Gilberto M. Jannuzzi y Shahriman Lockman ya han señalado en la Mesa Redonda, la energía nuclear no solo es cara sino que en varios casos puede ser contraproducente para el medio ambiente y la tecnología en los países en desarrollo. Estas realidades continuarán siendo poco claras mientras el mundo desarrollado no vea la energía nuclear como una alternativa energética. Si este error se rectificara, los países en desarrollo podrían lidiar de manera realista con cuestiones tales como la viabilidad económica y el perfil de seguridad de la energía nuclear — y a la larga afrontar sus necesidades energéticas de manera menos complicada.
Los defensores de la no proliferación deben reconocer los desafíos energéticos de los países en desarrollo y al mismo tiempo apartar estos desafíos de las preocupaciones sobre la proliferación. De lo contrario, la no proliferación se transformará en una fuerza que impedirá la toma racional de decisiones tanto en el mundo desarrollado como en el emergente.
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