Corea del Norte: no sueñen con lo imposible
By Andrei Lankov: ES |
En enero, Pyongyang anunció con orgullo que había llevado a cabo exitosamente un cuarto ensayo nuclear. En esta ocasión los norcoreanos afirmaron haber probado un dispositivo termonuclear. Los observadores se muestran escépticos.
Termonuclear o no, el ensayo nos recordó un hecho desagradable: Corea del Norte, desafiando a la comunidad internacional y a pesar de una presión considerable, ha desarrollado artefactos nucleares. Está trabajando mucho para conseguir armas nucleares desplegables y sistemas vectores. Esto supone probablemente el desafío más grave para el régimen de no proliferación en décadas, y las peculiaridades de la situación de Corea del Norte significan que este problema solo se puede mitigar, pero no neutralizar.
Duro y blando. La postura de Estados Unidos en relación con el programa nuclear de Corea del Norte, que es de hecho la postura de toda la comunidad internacional, es sencilla: solo se admitirá la «desnuclearización completa, verificable e irreversible». Por desgracia, esta demanda es completamente ilusoria. Los tomadores de decisiones de Corea del Norte tienen razones válidas para creer que deben conservar sí o sí sus armas nucleares, y el mundo carece absolutamente de los medios para socavar esta convicción.
Para empezar, Corea del Norte es una pequeña dictadura, gobernada por una élite hereditaria, rodeada de vecinos hostiles y ricos. A nivel nacional, los líderes del país se enfrentan a una amenaza latente de rebelión popular; a nivel internacional temen un ataque de Estados Unidos. Sus problemas se ven exacerbados por Corea del Sur, cuya existencia hace posible un «escenario alemán», esto es, el colapso de un régimen seguido de la absorción de todo el país por un vecino mucho más rico. El común de los norcoreanos estaría satisfecho con esta posibilidad, como en su momento estuvieron la mayoría de los alemanes del Este. Sin embargo, para la élite gobernante esto significaría perder poder y quizás pagar un precio por los grandes abusos de los derechos humanos ocurridos en las décadas pasadas. Por consiguiente, el gobierno de Corea del Norte cree que necesita una fuerza disuasiva que pueda evitar tanto una invasión extranjera (al estilo de Irak) como el apoyo extranjero de una sublevación internacional (al estilo de Libia). Esta fuerza disuasiva solo puede estar dada por armas nucleares.
Hasta ahora los intentos por conseguir el Santo Grial de la desnuclearización han seguido dos líneas. La línea blanda procura fundamentalmente comprar las armas de Corea del Norte; intercambiar beneficios económicos por el programa nuclear de Pyongyang. La línea dura implica sanciones, volviendo la vida más difícil para los habitantes de Corea del Norte, generando presión internacional para el cambio de política y, por consiguiente, presionando a Corea del Norte para la desnuclearización.
Los intentos de sobornar a los norcoreanos para conseguir la desnuclearización son vanos. La historia reciente ha enseñado a los gobernantes de Corea del Norte que no deben confiar en las dulces promesas de los extranjeros. Los norcoreanos recuerdan que el único dictador que intercambió alguna vez su programa de adquisición de armas nucleares por promesas de ayuda económica fue Muamar el Gadafi de Libia, que pagó esta decisión con su vida. También recuerdan que, en 1994, Ucrania accedió a la remoción de las ojivas nucleares que había heredado de la Unión Soviética. Lo hizo a cambio de la garantía de integridad territorial prestada por Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos, garantía que apenas valió el papel en el que se imprimió. Los diplomáticos norcoreanos también conocen la triste suerte de Saddam Hussein de Irak y siguen diciendo que la única razón por la que fue derrocado y asesinado es que no tenía armas nucleares. Los líderes de Corea del Norte creen que, sin armas nucleares, serán peligrosamente vulnerables. Para ellos, la pérdida de poder no significará escribir memorias en el sur de Francia. Significará la prisión, o la ejecución.
Los intentos por lograr la desnuclearización a través de sanciones son igual de vanos. Las sanciones funcionan de forma indirecta, haciendo la vida más difícil dentro de un país, tanto a las personas normales y corrientes como a la élite. El descontento sobre las dificultades materiales lleva a que las personas ejerzan presión sobre el gobierno y demanden que se revisen las políticas que provocaron las sanciones internacionales. En Estados democráticos o semi-democráticos, esta presión popular puede ejercerse a través de las elecciones. En sociedades menos liberales, una revolución o golpe de Estado siempre es posible.
Sin embargo, las sanciones contra Corea del Norte han sido silenciosamente saboteadas por China. A pesar de que los diplomáticos chinos no están contentos con las ambiciones nucleares y la política arriesgada de Corea del Norte, tienen todavía razones válidas para preferir el statu quo de una península coreana relativamente estable, aunque dividida. Aun cuando China cambie este enfoque -lo que, de hecho, puede estar ocurriendo justamente ahora- todavía es dudoso que las sanciones cambien la postura de Pyongyang en relación con las armas nucleares. Aun cuando las sanciones arruinaran la economía de Corea del Norte, que recientemente ha experimentado algo así como una recuperación, todavía sería improbable que las sanciones dieran los resultados políticos deseados. Aun cuando las sanciones provocaran una hambruna masiva, sería improbable que dieran estos resultados.
Esto se debe sencillamente a que los norcoreanos no tienen forma de influir sobre la política de gobierno. Son dóciles y están aterrorizados. Viven en un país en el que la proporción de prisioneros en relación con la población general es más o menos la misma que en la Rusia de Iósif Stalin. Viven en un país cuyas elecciones son conocidas en todo el mundo porque, desde 1957, dan una «tasa de aprobación del 100 por ciento» de los candidatos del gobierno.
Entretanto, los miembros de la élite norcoreana tienen buenas razones para evitar un golpe de Estado. Incluso un golpe exitoso provocaría inestabilidad, lo que, a su vez, haría posible la revolución. La revolución, seguida de la unificación, llevaría a que toda la élite perdiera su poder y quizás se viera obligada a pagar un precio por su accionar incorrecto. La élite siente que no tendrá ningún beneficio por sacudir el barco, sin importar cuánto extrañe su coñac Hennessy preferido.
Hay que dejar de perder el tiempo. Lamentablemente las políticas de EE. UU. y de la ONU tienden a oscilar entre la línea dura y la blanda. Ninguna de las dos va a funcionar. Seguir adelante con el objetivo imposible de la desnuclearización incluso puede considerarse peligroso, porque se pierde tiempo que podría dedicarse a avanzar en la meta mucho más realista de congelar el potencial nuclear de Corea del Norte. Por supuesto la congelación tendría un precio; Corea del Norte no hace nada gratis. Corea del Norte detendría su programa nuclear y dejaría de hacer ensayos con armas nucleares o de lanzar misiles. Sin embargo, básicamente con fines de disuasión, conservaría la tecnología y los equipos que ya ha acumulado. A cambio, Estados Unidos y la comunidad internacional harían numerosas concesiones políticas y quizás ofrecerían ayuda importante.
Este compromiso puede parecer injusto pero, a diferencia del sueño de la desnuclearización, es realista. Por desgracia, el mundo sigue persiguiendo lo imposible, pasando de la línea dura a la blanda una y otra vez, mientras que los norcoreanos se mantienen ocupados haciendo más y mejores armas nucleares.