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Las armas nucleares de Corea del Norte: ¿y ahora qué?

El callejón sin salida internacional debido al programa de armas nucleares de Corea del Norte ha persistido durante décadas, y desde 2009 están suspendidas las conversaciones a seis bandas entre las dos Coreas, China, Japón, Rusia y Estados Unidos. Entretanto, las esperanzas de que Pyongyang reduzca sus programas de armas debido a la presión directa de Pekín hasta ahora se han visto frustradas. Ya en el 2016 el Norte ha llevado a cabo su cuarto ensayo de armas nucleares y lanzado un misil balístico de largo alcance. En este contexto, ¿cómo pueden las naciones de la región dar un nuevo impulso al proceso diplomático para que la península coreana se convierta en una región sin armas nucleares? o, si no lo logran, ¿cuál es la mejor forma de afrontar los problemas que una Corea del Norte nuclear presenta para la seguridad?

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Round 1

Corea del Norte: no sueñen con lo imposible

En enero, Pyongyang anunció con orgullo que había llevado a cabo exitosamente un cuarto ensayo nuclear. En esta ocasión los norcoreanos afirmaron haber probado un dispositivo termonuclear. Los observadores se muestran escépticos.

Termonuclear o no, el ensayo nos recordó un hecho desagradable: Corea del Norte, desafiando a la comunidad internacional y a pesar de una presión considerable, ha desarrollado artefactos nucleares. Está trabajando mucho para conseguir armas nucleares desplegables y sistemas vectores. Esto supone probablemente el desafío más grave para el régimen de no proliferación en décadas, y las peculiaridades de la situación de Corea del Norte significan que este problema solo se puede mitigar, pero no neutralizar.

Duro y blando. La postura de Estados Unidos en relación con el programa nuclear de Corea del Norte, que es de hecho la postura de toda la comunidad internacional, es sencilla: solo se admitirá la «desnuclearización completa, verificable e irreversible». Por desgracia, esta demanda es completamente ilusoria. Los tomadores de decisiones de Corea del Norte tienen razones válidas para creer que deben conservar sí o sí sus armas nucleares, y el mundo carece absolutamente de los medios para socavar esta convicción.

Para empezar, Corea del Norte es una pequeña dictadura, gobernada por una élite hereditaria, rodeada de vecinos hostiles y ricos. A nivel nacional, los líderes del país se enfrentan a una amenaza latente de rebelión popular; a nivel internacional temen un ataque de Estados Unidos. Sus problemas se ven exacerbados por Corea del Sur, cuya existencia hace posible un «escenario alemán», esto es, el colapso de un régimen seguido de la absorción de todo el país por un vecino mucho más rico. El común de los norcoreanos estaría satisfecho con esta posibilidad, como en su momento estuvieron la mayoría de los alemanes del Este. Sin embargo, para la élite gobernante esto significaría perder poder y quizás pagar un precio por los grandes abusos de los derechos humanos ocurridos en las décadas pasadas. Por consiguiente, el gobierno de Corea del Norte cree que necesita una fuerza disuasiva que pueda evitar tanto una invasión extranjera (al estilo de Irak) como el apoyo extranjero de una sublevación internacional (al estilo de Libia). Esta fuerza disuasiva solo puede estar dada por armas nucleares.

Hasta ahora los intentos por conseguir el Santo Grial de la desnuclearización han seguido dos líneas. La línea blanda procura fundamentalmente comprar las armas de Corea del Norte; intercambiar beneficios económicos por el programa nuclear de Pyongyang. La línea dura implica sanciones, volviendo la vida más difícil para los habitantes de Corea del Norte, generando presión internacional para el cambio de política y, por consiguiente, presionando a Corea del Norte para la desnuclearización.

Los intentos de sobornar a los norcoreanos para conseguir la desnuclearización son vanos. La historia reciente ha enseñado a los gobernantes de Corea del Norte que no deben confiar en las dulces promesas de los extranjeros. Los norcoreanos recuerdan que el único dictador que intercambió alguna vez su programa de adquisición de armas nucleares por promesas de ayuda económica fue Muamar el Gadafi de Libia, que pagó esta decisión con su vida. También recuerdan que, en 1994, Ucrania accedió a la remoción de las ojivas nucleares que había heredado de la Unión Soviética. Lo hizo a cambio de la garantía de integridad territorial prestada por Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos, garantía que apenas valió el papel en el que se imprimió. Los diplomáticos norcoreanos también conocen la triste suerte de Saddam Hussein de Irak y siguen diciendo que la única razón por la que fue derrocado y asesinado es que no tenía armas nucleares. Los líderes de Corea del Norte creen que, sin armas nucleares, serán peligrosamente vulnerables. Para ellos, la pérdida de poder no significará escribir memorias en el sur de Francia. Significará la prisión, o la ejecución.

Los intentos por lograr la desnuclearización a través de sanciones son igual de vanos. Las sanciones funcionan de forma indirecta, haciendo la vida más difícil dentro de un país, tanto a las personas normales y corrientes como a la élite. El descontento sobre las dificultades materiales lleva a que las personas ejerzan presión sobre el gobierno y demanden que se revisen las políticas que provocaron las sanciones internacionales. En Estados democráticos o semi-democráticos, esta presión popular puede ejercerse a través de las elecciones. En sociedades menos liberales, una revolución o golpe de Estado siempre es posible.

Sin embargo, las sanciones contra Corea del Norte han sido silenciosamente saboteadas por China. A pesar de que los diplomáticos chinos no están contentos con las ambiciones nucleares y la política arriesgada de Corea del Norte, tienen todavía razones válidas para preferir el statu quo de una península coreana relativamente estable, aunque dividida. Aun cuando China cambie este enfoque -lo que, de hecho, puede estar ocurriendo justamente ahora- todavía es dudoso que las sanciones cambien la postura de Pyongyang en relación con las armas nucleares. Aun cuando las sanciones arruinaran la economía de Corea del Norte, que recientemente ha experimentado algo así como una recuperación, todavía sería improbable que las sanciones dieran los resultados políticos deseados. Aun cuando las sanciones provocaran una hambruna masiva, sería improbable que dieran estos resultados.

Esto se debe sencillamente a que los norcoreanos no tienen forma de influir sobre la política de gobierno. Son dóciles y están aterrorizados. Viven en un país en el que la proporción de prisioneros en relación con la población general es más o menos la misma que en la Rusia de Iósif Stalin. Viven en un país cuyas elecciones son conocidas en todo el mundo porque, desde 1957, dan una «tasa de aprobación del 100 por ciento» de los candidatos del gobierno.

Entretanto, los miembros de la élite norcoreana tienen buenas razones para evitar un golpe de Estado. Incluso un golpe exitoso provocaría inestabilidad, lo que, a su vez, haría posible la revolución. La revolución, seguida de la unificación, llevaría a que toda la élite perdiera su poder y quizás se viera obligada a pagar un precio por su accionar incorrecto. La élite siente que no tendrá ningún beneficio por sacudir el barco, sin importar cuánto extrañe su coñac Hennessy preferido.

Hay que dejar de perder el tiempo. Lamentablemente las políticas de EE. UU. y de la ONU tienden a oscilar entre la línea dura y la blanda. Ninguna de las dos va a funcionar. Seguir adelante con el objetivo imposible de la desnuclearización incluso puede considerarse peligroso, porque se pierde tiempo que podría dedicarse a avanzar en la meta mucho más realista de congelar el potencial nuclear de Corea del Norte. Por supuesto la congelación tendría un precio; Corea del Norte no hace nada gratis. Corea del Norte detendría su programa nuclear y dejaría de hacer ensayos con armas nucleares o de lanzar misiles. Sin embargo, básicamente con fines de disuasión, conservaría la tecnología y los equipos que ya ha acumulado. A cambio, Estados Unidos y la comunidad internacional harían numerosas concesiones políticas y quizás ofrecerían ayuda importante.

Este compromiso puede parecer injusto pero, a diferencia del sueño de la desnuclearización, es realista. Por desgracia, el mundo sigue persiguiendo lo imposible, pasando de la línea dura a la blanda una y otra vez, mientras que los norcoreanos se mantienen ocupados haciendo más y mejores armas nucleares.

 

Corea del Norte: un acuerdo negociado sigue siendo la mejor esperanza

En un discurso dirigido al Congreso del Partido de los Trabajadores el 7 de mayo, Kim Jong-un dijo a su audiencia que Corea del Norte era «un Estado responsable con armas nucleares» que no usaría armas nucleares «a menos que fuerzas agresivas hostiles con armas nucleares invadan su soberanía». Prometió «luchar por la desnuclearización global» pero hizo hincapié en la continuación de la «línea del Byungjin», una política que procura el desarrollo simultáneo de la economía de Corea del Norte y sus programas nucleares. Los comentarios de Kim se pueden interpretar como un rechazo absoluto de las demandas internacionales para que Pyongyang abandone sus armas nucleares.

Durante los últimos siete años, mientras las conversaciones a seis bandas han estado frustradas, Corea del Norte ha consolidado su arsenal nuclear. Se estima que el Norte ha acumulado materiales nucleares a un ritmo constante, y en la actualidad algunas fuentes estiman que posee unas 10 ojivas nucleares. Pyongyang llevó a cabo un cuarto ensayo nuclear en enero. Posee una amplia variedad de vehículos de lanzamiento, que van desde misiles de corto alcance de tipo Scud a misiles de rango intermedio Nodong y Musudan a, quizás, misiles balísticos lanzados por submarinos. Pyongyang está cerca de desarrollar misiles balísticos intercontinentales y afirma que también ha hecho progresos en la miniaturización y diversificación de sus ojivas nucleares.

Una Corea del Norte nuclear presenta graves amenazas para la seguridad de la península coreana, todo el noreste de Asia y el mundo entero. Las armas nucleares de Corea del Norte alteran considerablemente el equilibrio militar de la península y, en última instancia, impiden la coexistencia pacífica en ese lugar. Los impactos para la seguridad regional son igualmente profundos; un efecto dominó nuclear podría dar lugar a la proliferación en otros lugares del noreste de Asia. A su vez, existe la posibilidad de que Corea del Norte exporte materiales, tecnología e incluso ojivas nucleares a otras regiones, amenazando las mismas bases de la seguridad global en esta era de terrorismo global.

Así qué, ¿cómo se puede salir del atolladero nuclear de Corea del Norte? Las sanciones no han logrado mucho. La confrontación militar no es una opción. Ahora más que nunca las negociaciones son el único camino hacia adelante. Sin embargo, también es cierto que las negociaciones podrán tener éxito si son prácticas, flexibles y están dispuestas a escuchar con atención a Pyongyang.

Lo que no va a funcionar. En la actualidad los enfoques internacionales del problema nuclear de Corea del Norte se basan en sanciones internacionales y en la lógica del crimen y el castigo. De conformidad con este planteamiento, los delitos de Corea del Norte (posesión de armas nucleares e infracción de las resoluciones de la ONU) deben castigarse con sanciones contundentes y exhaustivas. Así, se argumenta que estas sanciones causarán tanta incomodidad en el Norte que el régimen correrá riesgo de colapsar y que Kim Jung-un se verá obligado a optar por la desnuclearización. Sin embargo, Corea del Norte no es Irán. Es una sociedad muy cerrada y está muy acostumbrada a las sanciones. Entretanto, es poco probable que China aplique sanciones que perjudiquen la estabilidad en el Norte, y el patrón de conducta típico de Pyongyang ha sido mostrarse más desafiante cuando más presión se ejerce. Vincular las sanciones al colapso de un régimen -una idea común en Seúl, Washington y Tokio- parece presuntuoso y equivocado.

Algunos entendidos en Seúl sostienen que Corea del Sur debería contrarrestar las amenazas nucleares de Pyongyang desarrollando su propio programa de armas nucleares. Sin embargo, ni bien Corea del Sur declarara una campaña de armas nucleares, se vería enfrentada a fuertes obstáculos. La industria de la energía nuclear del país, que tiene únicamente fines comerciales, estaría arruinada (al igual que la alianza tradicional de Seúl con Washington). Probablemente se golpearía a Corea del Sur con sanciones internacionales, que harían caer en picada a la economía. Es más, esto podría tener un efecto dominó nuclear en el noreste de Asia, empezando por Corea del Sur, propagándose a Japón, e incluso podría llegar a Taiwán. Sin embargo, en primer lugar no es realista creer que Seúl podría usar un programa nuclear como un arma contra Corea del Norte (y China). Para empezar, Seúl no tiene siquiera el control operativo de sus propias fuerzas en tiempo de guerra (en caso de hostilidades en la península, las fuerzas surcoreanas pasarían a estar bajo el control de un comando estadounidense). Por otro lado, un programa de armas nucleares de Corea del Sur daría a los conservadores de Japón una excusa para expandir el ejército japonés. Las armas nucleares de Corea del Sur son simplemente la respuesta equivocada a las armas nucleares de Corea del Norte.

Un ataque preventivo al Norte, o cualquier tipo de acción militar, también está fuera de discusión. Aun dejando de lado la violación de normas internacionales que aparejaría un ataque, la opción militar fracasaría debido a las formidables capacidades defensivas de Corea del Norte. A su vez, cualquier ataque preventivo podría escalar fácilmente y convertirse en una guerra plena que pondría en peligro las vidas y bienes de los surcoreanos. Estados Unidos es muy consciente de estos riesgos y de las limitaciones fundamentales de la fuerza militar en la península coreana. Estados Unidos puede destrozar a Corea del Norte, pero no puede ganarle una guerra.

Las únicas opciones viables son el diálogo y la búsqueda de un acuerdo negociado. El diálogo no ha funcionado en el pasado, pero esta no es razón para descartarlo. Lo que se necesita es un enfoque nuevo e ingenioso para procurar un acuerdo negociado. Este tipo de enfoque requiere la disposición a escuchar, una actitud práctica y una gran dosis de flexibilidad.

Lo que podría funcionar. Si las partes que negocian con Corea del Norte quieren encontrar soluciones aceptables para todos, deben decir lo que piensan, pero también escuchar a Pyongyang. Mostrarse sordo a las preocupaciones del Norte es un camino que solo lleva a la salida. Hablar con y escuchar a Pyongyang exige ponerse en los zapatos del Norte y promover que el Norte haga lo mismo. A su vez, si el Norte se pinta como un Estado villano, que no es digno de confianza, o si se insiste en condiciones previas unilaterales, el diálogo solo se entorpecerá.

Las negociaciones con Pyongyang también deben ser prácticas y realistas. Los objetivos deben ajustarse conforme a las circunstancias. En términos concretos, dado que no puede obligarse al Norte, de forma absoluta y rápida, a desmantelar sus armas nucleares, el objetivo a corto plazo debería ser una moratoria de los programas nucleares de Pyongyang. La moratoria impediría al Norte seguir haciendo progresos técnicos y produciendo más materiales nucleares. De hecho, Pyongyang ha dicho reiteradamente que abandonaría las actividades nucleares si se cumplieran determinadas condiciones, de modo que ya podría existir una estrategia viable con el enfoque gradual propuesto por el académico de Stanford, Siegfried Hecker, de congelar, reducir y desmantelar de forma verificable el arsenal del Norte.

Por último, se requiere flexibilidad. En las negociaciones con Corea del Norte deberán ponerse todas las cartas sobre la mesa. Estas «cartas» podrían comprender la detención provisoria de las maniobras militares conjuntas entre Corea del Sur y Estados Unidos, la negociación de un tratado de paz para reemplazar el armisticio que puso fin a la guerra de Corea, la aceptación formal del derecho de Corea del Norte a los usos pacíficos de la energía atómica y a un programa espacial, y la normalización de las relaciones diplomáticas entre Corea del Norte y Estados Unidos. Estas posibilidades no deben excluirse solo porque Pyongyang las demanda. Es más, mantener un diálogo sobre estos temas sería una forma de tantear las intenciones de Pyongyang y exigir la responsabilidad por cualquier incumplimiento de la obligación de buena fe de Corea del Norte.

En este contexto crítico, la Realpolitikse requiere desesperadamente, y todos los que negocien con Corea del Norte deberían tener en cuenta que el tiempo no está necesariamente de su lado.

 

Aceptemos la realidad: un enfoque pragmático sobre Pyongyang

Ahora que Corea del Norte llevó a cabo su cuarto ensayo nuclear en enero, la península coreana parece estar más lejos que nunca de la desnuclearización. Dada esta realidad, ¿cuál es la forma más eficaz de abordar el problema nuclear?

Los obstáculos para los avances son enormes. Las inclinaciones de Pyongyang son sumamente realistas, y las autoridades del país consideran que la disuasión nuclear es la máxima garantía de la seguridad. Probablemente seguirá viendo las cosas de esa manera durante algún tiempo. El Norte percibe la actitud de Washington también como esencialmente realista, de modo que probablemente Pyongyang esté apostando a que la política estadounidense con respecto a Corea del Norte finalmente cambie de rumbo. Esto es particularmente cierto si tomamos en cuenta que Washington cambia de régimen cada cuatro u ocho años.

De hecho, es posible que el Norte crea que, una vez que acepte la realidad nuclear en la península coreana, Washington atenúe las sanciones. Este cálculo puede tener sentido. Estados Unidos nunca aprobó que Israel tuviera armas nucleares, pero tuvo que acostumbrarse a la dura realidad de un Israel armado, y proteger a Tel Aviv del establecimiento de una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio. Tampoco Washington aprueba una India nuclear y de hecho impuso sanciones a Nueva Delhi, tras el ensayo nuclear de India en 1998. Sin embargo, a pocos días de los ataques terroristas del 11 de septiembre, estas sanciones se levantaron. En 2008 Estados Unidos incluso levantó su prohibición de cooperar con India en materia nuclear a nivel civil, prohibición que había impuesto a través del Grupo de Suministradores Nucleares al que había contribuido a crear en 1975, precisamente para castigar a India por su ensayo nuclear «pacífico» en 1974. En lo que refiere a Pakistán, en 2004 Estados Unidos designó a este país como un aliado importante extra OTAN para obtener la colaboración de Islamabad en la lucha contra el terrorismo, a pesar de que Pakistán desarrollaba armas nucleares. Entretanto, el presidente Obama está procurando que se normalicen las relaciones con Cuba, tras décadas de hostilidades entre Washington y La Habana. Todo esto puede contribuir a que Pyongyang crea que Washington no seguirá esperando décadas para normalizar las relaciones con Corea del Norte.

Entretanto, China y Corea del Norte han sido aliados durante décadas. Sin embargo, China ha cooperado más estrechamente con Estados Unidos en las sanciones contra Corea del Norte, de modo que es probable que Pyongyang sienta que Pekín lo ha traicionado. Así que, nuevamente, considerando la creciente desconfianza que caracteriza a las relaciones entre Washington y Pekín, es posible que el Norte apueste a que China se proteja de cualquier posibilidad futura de reconciliación entre EE. UU. y el Norte.

Corea del Norte sin dudas ha notado la insistencia de China para que las sanciones contra Pyongyang no generen inestabilidad en la península, el riesgo de una guerra o problemas humanitarios. China simplemente no quiere, tanto si Pyongyang tiene armas nucleares como si no, ver cómo colapsa Corea del Norte. Esta postura parecería asegurar la supervivencia de Corea del Norte. De hecho, a Pekín puede preocuparle más el «reequilibrio» de Washington en Asia que el programa nuclear de Pyongyang. Pekín y Washington pueden cooperar con respecto a Corea del Norte en cierta medida, pero no se tienen confianza, y las dos partes se cubrirán. Esto podría jugar a favor de Corea del Norte y poner en peligro la eficacia de la colaboración entre Estados Unidos y China.

En consecuencia, es poco probable que la península coreana esté libre de armas nucleares a corto plazo. Así pues, el problema nuclear coreano solo podrá abordarse con éxito, si el enfoque adoptado es por naturaleza gradual, pragmático y colaborador, y si ofrece garantías para todas las partes. Corea del Norte solo se sentirá atraída por propuestas de desnuclearización que adopten la filosofía según la que todos ganan.

Lo que puede funcionar, de forma provisoria, es demandar a Corea del Norte una política de «tres no»: no seguir desarrollando armas nucleares (inclusive ensayos nucleares); no transferir armas nucleares fuera de territorio norcoreano y no usar (o amenazar con usar) armas nucleares. Fundamentalmente, se pedirá a Pyongyang que acepte un régimen de «congelación nuclear», que incluiría un límite unilateral para el control de armas y un sistema de verificación adecuado. Como contrapartida, si Pyongyang adhiere a los «tres no», Corea del Norte recibiría un paquete de beneficios, incluyendo un acuerdo multilateral de garantía de seguridad, la iniciación de un proceso diplomático para lograr la normalización de las relaciones norcoreanas con Estados Unidos y otras naciones, y el levantamiento de las sanciones económicas, comerciales y a la inversión.

Es evidente que este proceso no logrará inmediatamente la desnuclearización. Sin embargo, Corea del Norte es inflexible en cuanto a que no renunciará a sus capacidades nucleares, de modo que todos los planteamientos en pos del desarme deben ser graduales. Establecer la desnuclearización como un objetivo a corto plazo solo llevaría a un fracaso total. Es mejor simplemente poner en marcha las cosas con diplomacia.

Básicamente, la finalidad de los «tres no» sería establecer una atmósfera productiva de moderación nuclear cooperativa. En algunos sentidos esta fórmula se asemeja al enfoque subyacente al acuerdo nuclear con Irán. En las negociaciones para llegar al acuerdo, la comunidad internacional no pudo convencer a Irán de que aceptara el desmantelamiento completo, verificable e irreversible de sus programas nucleares. Sin embargo, Irán se comprometió a eliminar la mayor parte de sus capacidades en materia de enriquecimiento de uranio, aunque conserva ciertas competencias del ciclo del combustible nuclear. El punto es que ambas partes transaron: Irán consiguió que se mitigaran las sanciones restringiendo sus operaciones nucleares dudosas, mientras que la comunidad internacional redujo en gran medida el riesgo de que Irán se convierta en un Estado con armas nucleares, aun cuando no se logró el desmantelamiento completo.

Si se siguiera este modelo en la península coreana, si las tensiones nucleares se contuvieran a través de medidas cooperativas, graduales, con el objetivo de reducir la amenaza nuclear, la comunidad internacional (inclusive Corea del Norte) podría dar nuevos bríos al proceso diplomático para lograr que la península coreana esté libre de armas nucleares. Una vez que las etapas iniciales de este planteamiento tuvieran éxito, las autoridades de Pyongyang podrían cambiar su postura sobre la importancia de las armas nucleares para la seguridad nacional. Con el tiempo, el Norte podría estar dispuesto a adoptar medidas concretas para eliminar todo su arsenal nuclear.

La desnuclearización de la península coreana es una posibilidad lejana, que seguirá siendo distante mientras el mundo se niegue a asumir un compromiso pragmático con el Norte.

 

Round 2

¿Bases para un avance importante en la declaración de Pyongyang?

Las tensiones en la península norcoreana han empeorado en los últimos meses. En marzo, las Naciones Unidas endurecieron las sanciones contra el Norte debido a que Pyongyang había probado un arma nuclear y lanzado un satélite a principios de año. El 6 de julio, Estados Unidos impuso sanciones directamente sobre el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, debido a su participación en violaciones de los derechos humanos. Pyongyang se refirió a las sanciones de EE. UU. como «un crimen repugnante». Poco después, Seúl y Washington anunciaron sus planes conjuntos de desplegar un sistema de defensa contra misiles en Corea del Sur a cargo de Estados Unidos. Pyongyang amenazó con adoptar «contramedidas físicas» contra el sistema y anunció que cerraba un canal para el diálogo entre Estados Unidos y Corea del Norte que había funcionado a través de la misión de la ONU en el Norte.

Aun así, en medio de toda esta situación, a tan solo horas antes de que Washington anunciara sus sanciones contra Kim, un vocero del Gobierno norcoreano hizo una interesante declaración sobre la desnuclearización. La declaración hizo cinco demandas a Estados Unidos y Corea del Sur; prometió que el Norte adoptaría «medidas correspondientes» de cumplirse con las demandas, y ofreció la posibilidad de un «avance» en el impasse nuclear de la península.

La declaración demandaba en primer lugar que se «den a conocer públicamente todas las armas nucleares de Estados Unidos» en Corea del Sur. En segundo lugar, «deben desmantelarse y verificarse» todas las armas nucleares en el Sur (junto con las instalaciones en las que se encuentran). En tercer lugar, Washington debe garantizar que no desplegará armas nucleares ofensivas en Corea del Sur y «sus alrededores». En cuarto lugar, Estados Unidos debe comprometerse a no usar nunca armas nucleares contra Corea del Norte. Por último, Washington debe retirar de Corea del Sur todas las tropas «con derecho a usar armas nucleares».

Seúl inmediatamente rechazó la propuesta por «engañosa», efectuada con la finalidad de socavar los esfuerzos para endurecer las sanciones. Por su parte, Washington no emitió ninguna respuesta significativa. Sin embargo, si se examina con atención, aunque la propuesta parezca a primera vista típicamente retórica y propaganda, sugiere que puede tener cierto fundamento como punto de partida para un acuerdo negociado de la disputa nuclear. Algunas de las demandas de Pyongyang son relativamente fáciles de satisfacer. Las otras podrán atenderse mediante el compromiso y la negociación.

Las primeras dos se pueden satisfacer con facilidad porque se refieren a armas nucleares estadounidenses inexistentes en Corea del Sur. Washington retiró sus armas nucleares de la península en 1991, y nunca volvió a introducirlas. De hecho, una declaración conjunta efectuada en la conclusión de las conversaciones a seis bandas en septiembre de 2005 indicó claramente que Estados Unidos no tenía armas nucleares en Corea del Sur, y Corea del Norte firmó, por supuesto, la declaración conjunta. La demanda de verificación del Norte tampoco debería presentar un obstáculo importante: el general Charles Campbell, que era entonces comandante de la 8.a Armada de Estados Unidos, expresó, en una entrevista en un periódico de 2005, su voluntad de permitir la verificación nuclear en las instalaciones del ejército estadounidense en el Sur.

Adelantándonos por un momento, de forma similar la cuarta demanda no presenta ningún problema irresistible. Se trata, en esencia, de una garantía negativa de seguridad y de una política de renuncia al primer uso hacia el Norte. Ahora bien, Washington tiene muchas razones para no usar armas nucleares contra Corea del Norte, en particular en primer lugar. Estas van desde consideraciones humanitarias, así como compromisos asumidos en virtud del Tratado de No Proliferación Nuclear y la declaración conjunta de 2005, hasta la probabilidad de reacciones estratégicas negativas por parte de China y Rusia.

No obstante, la tercera demanda, es decir, la garantía de EE. UU. de no desplegar armas nucleares ofensivas en Corea del Sur y «sus alrededores», puede resultar problemática. Esta garantía puede requerir suspender los ejercicios del ejército de Estados Unidos en Corea del Sur que impliquen armas estratégicas, como portaaviones nucleares, submarinos nucleares y bombarderos estratégicos.

La quinta demanda, concerniente al retiro de las tropas, también puede ser problemática, porque para la mayoría de los surcoreanos el retiro de las tropas estadounidenses constituye un tabú.

Aun así, estos puntos podrían negociarse. Por ejemplo, Corea del Sur y Estados Unidos podrían excluir a las armas estratégicas ofensivas de sus ejercicios militares conjuntos. A su vez, en lo que respecta a las fuerzas estadounidenses en la península, el ex líder del Norte Kim Jong-il mencionó una vez al ex líder del sur Kim Dae-jung que Pyongyang podía tolerar las fuerzas de EE. UU. en Corea del Sur, siempre y cuando no fueran hostiles con el Norte. En cualquier caso la declaración de Pyongyang no menciona un retiro completo de las tropas, sino más bien el anuncio de la intención de retirarlas.

Corea del Sur y Estados Unidos deberían examinar seriamente la propuesta de Corea del Norte. No hay dudas de que para Seúl y Washington sería difícil llegar a la mesa de negociación sobre la base únicamente de las demandas actuales de Pyongyang. Para que Seúl y Washington aceptaran negociar, el Norte tendría que especificar las medidas recíprocas en pos de la desnuclearización que adoptaría una vez satisfechas sus demandas. No obstante, de especificarse, la reciente declaración de Pyongyang podría servir muy bien de base para el diálogo y la negociación serios.

 

El grave riesgo nuclear que supone la inestabilidad en Corea del Norte

La «cuestión coreana» es un poco como un volcán dormido. No ha sucedido nada particularmente dramático durante décadas, y se ha mantenido el statu quo durante tanto tiempo que las personas se han acostumbrado a él. Pero el hecho triste y simple es que el statu quo en la península es inherentemente inestable. Más tarde o más temprano, es probable que caiga la élite política y económica de Corea del Norte. Esto presentará la perspectiva muy riesgosa del caos violento, al estilo de Libia o Siria, en un país que posee armas nucleares y que se encuentra a lo largo de una línea de fisura estratégica donde convergen y muchas veces chocan los intereses de Estados Unidos, China y Rusia.

Las raíces de la inestabilidad. En 1948, cuando surgió el régimen pro-soviético en Pyongyang y el régimen pro-estadounidense en Seúl, ninguna de las partes reconoció el derecho a existir de su homóloga. Cada Gobierno se consideró a sí mismo la única autoridad legítima de la península. Cada uno de ellos reivindicó la unificación como un objetivo a largo plazo, aunque solo según sus propias condiciones. Sin embargo, si bien el régimen estalinista del Norte heredó del Gobierno colonial japonés la economía industrial más desarrollada de Asia Oriental, con excepción del mismo Japón, a la dictadura de derecha del Sur le tocó tomar el poder en un lugar atrasado y agrícola. En el transcurso de un par de décadas se cambiaron los papeles. Tras un breve período de crecimiento, la economía norcoreana se estancó y empezó a derrumbarse. El Sur se convirtió en un modelo, un éxito económico absoluto.

Hoy día, dependiendo de cómo se calcule, la brecha económica de ingresos entre el Norte y el Sur está entre 1:14 y 1:40. Es posible que esta sea la brecha más amplia que separa a dos países con una frontera común. El surcoreano promedio disfruta más o menos del mismo poder de compra que alguien en Francia o Italia. El norcoreano promedio puede comprar prácticamente lo mismo que alguien de Uganda o Sierra Leona. Por consiguiente, el Sur, al menos potencialmente, ejerce un poderoso encanto para los norcoreanos quienes, en consecuencia, se supone que no deben saber lo que sucede en el Sur, para que no se pongan nerviosos ni rebeldes. Pyongyang prohíbe todas las radios sintonizables, permite el acceso a Internet solo para algunos oficiales de muy alto rango y extranjeros, y ejerce un estricto control sobre los pocos residentes extranjeros del país. Los observadores internacionales tienden a considerar paranoicas a este tipo de restricciones. Sin embargo, estas medidas son de vital importancia para la supervivencia del régimen. Lo mismo ocurre con la masiva burocracia de seguridad de Pyongyang y su gran número de campos para prisioneros políticos. En el Norte es necesario encargarse rápida y duramente de cualquier persona con ideas peligrosas.

Empeorando las cosas, los miembros de la élite norcoreana (semi-hereditaria en todas sus facetas) creen que el colapso del régimen significaría su ruina personal y quizás incluso la muerte. Si Corea se unifica siguiendo el modelo alemán -el único ejemplo realista que puede concebirse- la élite norcoreana no espera recibir ninguna cuota de poder. Por consiguiente, los miembros de la élite están decididos a sobrevivir y, si las cosas se ponen feas, a luchar.

En los últimos años la situación económica de Corea del Norte ha mejorado notablemente, entre otras razones porque Kim Jong Un, contrariamente a la impresión generalizada, es un gestor financiero razonablemente bueno. La hambruna pertenece al pasado, y los emprendedores están asumiendo el control de la economía a pesar de la feroz retórica estalinista de Pyongyang. A pesar de que el sector privado técnicamente continúa siendo ilegal, se tolera, y recientemente incluso se ha estimulado con discreción. Hoy día, la gente de Corea del Norte está mucho mejor alimentada y vestida que en cualquier momento desde fines de la década de los cuarenta.

Sin embargo, este éxito económico no supone una gran diferencia política en el Norte. Cuando los norcoreanos valoran su calidad de vida, no toman como referencia la hambruna de fines de los noventa, sino más bien a China y Corea del Sur, que todavía están a años luz por delante del Norte. Es más, las personas en Corea del Norte viven bajo la poderosa ilusión de que, en caso de que ocurra la unificación, alcanzarán instantáneamente el mismo nivel de vida del que disfrutan los habitantes de Seúl.

El statu quo no podrá sostenerse a largo plazo. La supervivencia del régimen depende de mantener la unidad entre la élite; no solo de apparátchiks de la segunda o tercera generación de familias establecidas, sino también de los líderes empresariales de fortuna reciente. Depende de que se siga teniendo éxito en controlar y aterrorizar a los habitantes de Corea del Norte. Depende también de que se mantenga el aislamiento del país; una tarea cada vez más difícil en medio de una revolución global de las tecnologías de la información. Las naciones que apuesten por la paz en la península coreana harían bien en reflexionar ahora seriamente sobre la posibilidad de una crisis al estilo de Siria, una crisis en la que las armas nucleares podrían jugar un papel muy importante.

 

Pragmatismo, principios, y el dilema de Corea del Norte

Tras el ensayo de armas nucleares de India en 1998, la administración Clinton se dio cuenta de que India no tendría intenciones de abandonar su programa de armas nucleares en el futuro próximo. Por lo tanto, elaboró una estrategia para «limitar, reducir, eliminar» que en teoría tenía como objetivo la eliminación final de todas las armas nucleares indias. Es momento de adoptar una postura realista en relación con Corea del Norte y aplicar la misma fórmula allí.

Como coinciden mis colegas de mesa redonda, Corea del Norte no puede desnuclearizarse mediante sanciones. Tampoco a través de intervenciones militares. Nadie puede «comprar» el arsenal del Norte dando beneficios económicos a Pyongyang. Así que, el único planteamiento realista es hablar con Pyongyang, si no para eliminar el arsenal nuclear de Corea del Norte por el momento, al menos para limitarlo en sus niveles actuales. Con suerte, es posible que el Norte esté dispuesto a reducir su arsenal con el tiempo. Algún día podría incluso renunciar totalmente a sus armas nucleares.

De hecho, en el contexto norcoreano, «limitar» equivaldría al control de armas nucleares. «Reducir» significaría el desarme nuclear, sin importar si este terminara siendo total o incompleto. Sin dudas las naciones que negocien con Pyongyang insistirían en un programa gradual mediante el cual, en el futuro, el control de armas se convertiría en desarme. De no hacerlo, parecería que no tuvieran escrúpulos. Sin embargo, en esta etapa Corea del Norte estaría encantada de ver cómo el mundo reemplaza al desarme nuclear por el control de armas nucleares como su objetivo de política inmediato. Pyongyang podría considerar la disminución de la presión para el desarme como un éxito preliminar de política. Incluso podría resultarle atrayente la idea de unirse a un régimen para el control de armas nucleares, siempre y cuando pudiera cambiar su participación por dinero. De hecho, cuando Pyongyang se comprometió a adoptar una política limitada de renuncia a ser el primero en usar armas nucleares, en el Congreso del Partido de los Trabajadores en mayo, demostró en cierta medida que desea que lo consideren un actor nuclear responsable.

Los conservadores en Estados Unidos y otros lugares del mundo se resistirán, por supuesto, a cualquier programa gradual que incluya concesiones. El ejemplo de India solo refuerza su insistencia en que el desarme nuclear debe ser anterior a cualquier acuerdo con el Norte. Para muchos observadores, India consiguió todo lo que quería de Estados Unidos, sin limitar y reducir realmente su arsenal nuclear. Justo esta semana el primer ministro Modi visitó Washington, con lo que, desde que asumió el cargo en 2014, ya ha viajado a Estados Unidos cuatro veces. India obtuvo una exención del Grupo de Suministradores Nucleares (GSN) en 2008 y ahora, con el apoyo de EE. UU., Nueva Delhi aparentemente se estaría uniendo al Régimen de Control de las Tecnologías de Misiles y estaría más cerca de formar parte del GSN. Nueva Delhi y Washington negociaron recientemente un acuerdo preliminar sobre intercambios logísticos que, de adoptarse, permitirá a cada uno de los países acceder a suministros, componentes y servicios de las instalaciones militares del otro. Así que, es verdad, el comportamiento de Washington hacia India ha sido inescrupuloso, y esto ha confirmado la convicción de Pyongyang de que debería jugarse la carta nuclear lo máximo posible, en lugar de renunciar a ella. Sin embargo, cuando los conservadores demandan que Corea del Norte abandone sus armas nucleares como una condición previa de las negociaciones y la ayuda, solo se convierten en un obstáculo para un importante acuerdo, que permitiría limitar o reducir el arsenal nuclear de Corea del Norte y mejorar las relaciones de Pyongyang con el resto del mundo.

Obviamente, contar con Corea del Norte para mitigar la amenaza nuclear constituirá un enorme desafío. No obstante, esta no es razón para no intentarlo, especialmente cuando no existe otra alternativa.

 

Round 3

Es posible que haya llegado el momento para una zona libre de armas nucleares en el noreste de Asia

En julio Seúl estuvo de acuerdo con el despliegue estadounidense en Corea del Sur de un sistema de defensa contra misiles, conocido como THAAD (Terminal High Altitude Area Defense). La decisión generó una feroz resistencia de los partidos políticos de la oposición así como del Gobierno chino. Los miembros de los partidos de la oposición exigieron que el Gobierno diera inmediatamente marcha atrás con su decisión e iniciara consultas con la Asamblea Nacional. China instó a que se suspendiera el despliegue y advirtió sobre medidas de represalia. Sin embargo, la presidenta Park Geun-hye rechazó categóricamente estas demandas, reafirmando su posición de que las crecientes amenazas nucleares y de misiles de Corea del Norte no dejan ninguna alternativa al despliegue del THAAD.

La estrategia de Park en relación con el Norte equivale a un agresivo ataque que implica sanciones más duras, aislamiento internacional y defensa contra misiles. El diálogo, la negociación y la resolución pacífica de diferencias han desaparecido de su léxico. Incluso parece estar dispuesta a correr el riesgo de que se intensifique el conflicto. Sin embargo, todavía queda un método viable para convencer a Kim Jong-un de que abandone las armas nucleares: procurar que exista una zona libre de armas nucleares en el noreste de Asia.

Hace mucho tiempo que Corea del Norte demanda un tratamiento equitativo, conforme al derecho internacional, en lo que refiere a la reducción y eliminación de las amenazas nucleares. Pyongyang también exigió, como condición del desarme, recibir garantías legalmente vinculantes de que otros países no proferirán amenazas nucleares contra el Norte. Estas exigencias podrían satisfacerse a través de un tratado multilateral que estableciera una zona libre de armas nucleares en la región. De conformidad con este tratado, los Estados con armas nucleares adoptarían políticas de renuncia al primer uso de las mismas y ofrecerían garantías negativas de seguridad, es decir, garantías de que no usarán ni amenazarán con usar armas nucleares contra Estados que no las posean. Por su parte, los Estados sin armas nucleares se comprometerían a continuar sin tenerlas o, en el caso de Corea del Norte, un país con armas nucleares se comprometería al desarme nuclear.

Ya en 1972, en los círculos de control armamentista de EE. UU. se introdujo por primera vez el concepto de una zona libre de armas nucleares en el noreste de Asia. En 1996 el experto en desarme, Hiro Umebayashi, formuló su visión de una zona libre de armas nucleares que incorporaba una fórmula «3+3». Según este modelo, Japón y las dos Coreas conformarían una zona libre de armas nucleares, mientras que China, Rusia y Estados Unidos ofrecerían garantías negativas de seguridad a los Estados no nucleares de la región.

En 2010, respondiendo a los ensayos nucleares de Corea del Norte, el Instituto Nautilus y su director, Peter Hayes, propusieron una fórmula «2+3». Conforme a este modelo, un tratado para una zona libre de armas nucleares determinaría la condición de Estados sin armas nucleares de Corea del Sur y Japón; Estados Unidos, China y Rusia adherirían como Estados con armas nucleares, y Corea del Norte, a pesar de que al principio del tratado tendría armas nucleares, cumpliría con este posteriormente, como Estado sin armas nucleares. Desde entonces, esta idea se ha perfeccionado para incluir a un consejo regional que delibere sobre cuestiones de seguridad, un acuerdo regional de no hostilidad, la sustitución del Armisticio de Corea por un tratado final de paz, el fin de las sanciones contra Corea del Norte, y un paquete de ayuda económica para Pyongyang que podría incluir un acuerdo paralelo sobre actividad nuclear no militar en el Norte. Es más, la zona que se conformara en virtud de este acuerdo aparejaría un mecanismo de inspección, control y verificación, así como la institución de garantías negativas de seguridad para Corea del Norte (estas garantías se establecerían a medida que Pyongyang fuera logrando los objetivos de desnuclearización).

Este enfoque merece ser digno de atención, entre otras razones porque aborda todas las amenazas nucleares de la región de forma ecuánime. En contraste, las conversaciones estancadas a seis bandos se han centrado en las amenazas provenientes de Corea del Norte, mientras que otras cuestiones sobre la seguridad regional han desempeñado un papel subordinado.

Un problema evidente del enfoque del Nautilus es que la condición de Corea del Norte como nación con armas nucleares en los últimos años solo se ha intensificado. Aun así, nada impide que Pyongyang cumpla los requisitos de un tratado para una zona libre de armas nucleares a un ritmo gradual, avanzando solo a medida que los Estados con armas nucleares ofrezcan garantías negativas de seguridad y establezcan políticas de renuncia al primer uso. De hecho, este tipo de planteamiento podría muy bien satisfacer las demandas que Pyongyang hizo en su propuesta del 6 de julio sobre desnuclearización (propuesta que traté en la Segunda Ronda).

Un primer paso para establecer una zona libre de armas nucleares sería que las seis partes solicitaran al secretario general de la ONU y a la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas la convocatoria de una reunión de expertos para examinar el concepto detrás de la zona. Las organizaciones de la sociedad civil, como la Asia-Pacific Leadership Network for Nuclear Non-Proliferation and Disarmament (Red de liderazgo de Asia y el Pacífico para la no proliferación y el desarme nucleares), podrían llevar a cabo esfuerzos paralelos.

El establecimiento de una zona libre de armas nucleares en el noreste de Asia puede sonar demasiado idealista. Sin embargo, entre las graves confrontaciones militares de la península y la amenaza de una guerra catastrófica, ¿qué tan realistas pueden ser los ciclos interminables de negociaciones estancadas?

 

El futuro acuerdo con Corea

El callejón sin salida nuclear de Corea del Norte no podrá resolverse mientras la desnuclearización se considere la única solución aceptable. No hay duda de que quienes proponen sanciones y presión seguirán difundiendo sus argumentos durante los próximos años, e incluso décadas. Lo mismo harán quienes creen en una solución diplomática «al estilo de Irán». Sin embargo, ahora podemos estar bastante seguros de que ningún tipo de presión o recompensa económicas podrán persuadir a los tomadores de decisiones de Corea del Norte de renunciar a sus armas nucleares, que consideran su única garantía de seguridad. Por consiguiente, la desnuclearización solo podrá lograrse si hay un cambio de régimen en Pyongyang. El cambio de régimen es un escenario posible, especialmente a largo plazo, pero no uno predecible.

Una vez que se acepten estas incómodas verdades, el paso siguiente será buscar formas de mitigar las consecuencias negativas de la nuclearización del Norte.

En general, las sanciones internacionales probablemente provocan más daños que beneficios. Ahora bien, las sanciones que reducen el acceso de Corea del Norte a la tecnología y componentes nucleares y de misiles deberían mantenerse y afianzarse. El amplio apoyo internacional para continuar este tipo de sanciones «limitadas» será relativamente fácil de obtener. Estas sanciones no impedirán totalmente a Corea del Norte avanzar con su programa nuclear, pero probablemente retrasen considerablemente los progresos.

Más allá de las sanciones, el mejor enfoque, y el más realista (o, al menos, el «menos peor») es negociar la congelación del programa nuclear de Pyongyang. En cierto sentido, este acuerdo sería una nueva versión del Acuerdo marco de 1994, que consiguió retrasar el programa nuclear del Norte. Conforme a este acuerdo, Corea del Norte aceptó congelar las operaciones y, a continuación, desmantelar sus reactores moderados por grafito. A cambio, recibiría envíos regulares de petróleo crudo y dos reactores de agua ligera para la generación de electricidad.

Según una versión actualizada del acuerdo, Corea del Norte impondría una moratoria de ensayos nucleares y lanzamientos de misiles de largo alcance. También permitiría a los inspectores acceder a sus centrales nucleares. A cambio, Pyongyang recibiría de forma regular alimentos, ayuda humanitaria y para el desarrollo, así como concesiones políticas, quizás incluyendo alguna forma de relaciones o reconocimiento diplomáticos. El acuerdo establecería explícitamente o aceptaría implícitamente que Corea del Norte podría mantener sus artefactos nucleares existentes.

Es posible y, de hecho, incluso probable, que los norcoreanos intenten hacer trampa (como hicieron desde 1994 a 2002, en los días del acuerdo marco). Sin embargo, la presencia de inspectores extranjeros y el atractivo de los regalos internacionales obligarían a Pyongyang a ser más cuidadoso y, por consiguiente, mucho menos exitoso en sus intentos secretos de mejorar su arsenal nuclear.

Un acuerdo con concesiones recíprocas sería bueno para ambas partes. Corea del Norte conservaría suficientes artefactos nucleares como disuasión y también recibiría la ayuda necesaria para su economía. Estados Unidos y la comunidad internacional tendrían menos razones para preocuparse de la amenaza de Corea del Norte. Y, al menos, la amenaza no crecería todos los años, como sucede actualmente.

Por desgracia, este acuerdo no parece probable, de acuerdo con las condiciones políticas actuales. En Estados Unidos, cualquier presidente que intentara fraguar un trato sería objeto de ataques masivos y sería acusado de pagar a un chantajista y, desde luego, un acuerdo haría que Corea del Norte fuera el primer país en firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear, echarse atrás, adquirir armas nucleares y recibir luego generosas recompensas por su desconocimiento del derecho internacional. Por lo tanto, un acuerdo, sin importar qué tan razonable sea, aparejaría un grave riesgo político para cualquier Gobierno de Estados Unidos. Complicando aún más las cosas, en Washington predominan las esperanzas persistentes y totalmente irreales sobre las sanciones. Los defensores de la línea dura nunca se cansan de afirmar que las sanciones están por dar sus frutos.

Corea del Norte, bajo Kim Jong-un, tampoco parece interesada en un acuerdo. El difunto Kim Jong-il aparentemente solo tenía intenciones de producir una pequeña cantidad de artefactos nucleares con fines de disuasión, pero el líder actual parece estar decidido a adquirir un arsenal mucho más importante, que incluya sistemas vectores capaces de atacar a Estados Unidos continental. Es poco probable que considere cualquier acuerdo antes de que se cumplan sus ambiciosas metas.

Como consecuencia, la situación está congelada, y esto es triste. Cada año que se pierde significa que Corea del Norte desarrolla más y mejores armas, y que aumentan los riesgos de proliferación. Sin embargo, más tarde o más temprano, ya no será posible desconocer que las políticas actuales no están funcionando. Puede que entendamos esto tras algunos éxitos espectaculares del programa nuclear y de misiles de Pyongyang, quizás un ensayo exitoso con misiles de largo alcance. Sin importar las circunstancias, es probable que el acuerdo gane terreno en algún momento, y cuanto antes cambien las cosas, mejor. Establecer una moratoria del programa nuclear de Corea del Norte puede no ser una solución ideal, pero parece ser la única realista.

 

En la península coreana: «medidas pragmáticas en pos de objetivos ideales»

«Medidas pragmáticas en pos de objetivos ideales», este era el lema de Henry L. Stimson, un prominente estadista estadounidense de una era ya acabada. La eliminación de las armas nucleares de la península coreana es un objetivo ideal. Sin embargo, se enfrenta a graves obstáculos, como la naturaleza aislacionista y un poco surrealista del régimen norcoreano, que garantiza que no habrá ningún esfuerzo a nivel nacional para desnuclearizar (al menos no por ahora). Entretanto, las interacciones entre Pyongyang, por un lado, y Washington y Seúl, por el otro, con demasiada frecuencia solo han logrado perjudicar las posibilidades de lograr el desarme.

Sin embargo, esto no significa que debamos hundirnos en la desesperación. En su lugar, y atendiendo al lema de Stimson, un enfoque pragmático puede conducir a caminos más auspiciosos.

Tanto si Pyongyang tiene como no tiene armas nucleares, otras naciones deben coexistir pacíficamente con Corea del Norte, de la misma forma que, en la década de los cincuenta, China debía coexistir con Estados Unidos, aun cuando cada tanto Washington anunciara amenazas nucleares o engaños contra Pekín. China no tuvo otra opción que vivir bajo la sombra de las armas nucleares de Estados Unidos. Afrontó las amenazas con sensatez y sobrellevó los tiempos difíciles hasta que fabricó su propia bomba atómica, e incluso entonces actuó con moderación, al seguir una política de disuasión mínima. Posteriormente Pekín normalizó las relaciones con Washington, dejando de lado por el momento el espinoso asunto de la venta de armas de EE. UU. a Taiwán.

De igual forma, como Washington decidió no emprender una ofensiva militar contra el incipiente programa de armas nucleares de Pekín, Estados Unidos tuvo que aceptar la realidad de una China nuclear. Con el tiempo, China adhirió al Tratado de No Proliferación Nuclear y se convirtió en un actor nuclear responsable, y Washington ha logrado convivir pacíficamente con una China nuclear durante más de medio siglo.

China, Estados Unidos e India no aceptan necesariamente la legitimidad de las capacidades de disuasión nuclear de los demás, pero todos se las arreglan para vivir con esa realidad. Dado que ninguno de estos tres países tiene la capacidad militar para privar a los demás de sus armas nucleares, cada país intenta que los demás se conviertan en actores nucleares responsables.

Esta misma lógica se debería aplicar a Corea del Norte. A nivel político, ningún país acepta las armas nucleares de Pyongyang. Sin embargo, la comunidad internacional carece de los medios militares viables necesarios para eliminar los recursos nucleares del Norte. La única opción que queda es, entonces, la coexistencia pacífica con Pyongyang.

La «coexistencia pacífica» no significa que simplemente haya que aceptar lo que haga Corea del Norte. En su lugar, las naciones deben adoptar todas las medidas posibles para influir en la conducta de Pyongyang, intentando que el Norte se comporte de forma más sensata y responsable. Cada vez que Pyongyang tome una medida razonable, como la reciente adopción de una política limitada de renuncia a ser el primero en utilizar armas nucleares, el resto del mundo debería reaccionar de manera positiva. Es cierto que Corea del Norte probablemente modificó su doctrina con el principal objetivo de que su condición de Estado con armas nucleares sea aceptada a nivel internacional. Aun así, debe elogiarse la manifestación de la intención de utilizar armas nucleares de forma responsable.

En julio el Norte anunció un paquete de cinco condiciones previas para su participación en la desnuclearización. Estados Unidos y Corea del Sur no manifestaron ningún interés en acoger esta «propaganda» de Pyongyang, y está claro que parece difícil aceptar ahora alguna de las condiciones, especialmente la demanda de que se retiren las tropas estadounidenses del Sur. Sin embargo, tal como sostuvo mi colega de mesa redonda Chung-in Moon, no todas las condiciones de Pyongyang parecen imposibles de cumplir.

Por ejemplo, el Norte demandó que Estados Unidos no lo atacara ni intimidara con armas nucleares. Este tipo de demanda podría convertirse fácilmente en un elemento de negociación, dado que Estados Unidos no tiene básicamente la necesidad de iniciar un ataque nuclear preventivo contra el Norte. En cualquier caso, al parecer la administración Obama está analizando la viabilidad de convertir la política condicional de renuncia al primer uso de armas nucleares de Washington en una política incondicional.

Si Estados Unidos y Corea del Sur no se olvidan del lema de Stimson, nada les impide abordar al menos algunas de las demandas de Pyongyang. Y, aunque el desarme nuclear total de la península pueda ser irreal a corto plazo, aliviar las tensiones y promover la moderación nuclear son útiles ya de por sí. El desarme nuclear gradual (o, al menos, el control de armas nucleares) es un punto de partida pragmático para una eventual desnuclearización.

Todos los obstáculos para la desnuclearización de la península se sustentan en la desconfianza política. Por lo tanto, todas las partes deberían procurar oportunidades para fomentar la confianza, en lugar de buscar razones para no hacer nada. El programa nuclear de Pyongyang no desaparecerá por sí solo; solamente podrá eliminarse a través de asociaciones constructivas.

 



Topics: Nuclear Weapons

 

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