Renuncia al primer uso: lo mejor es mantener la ambigüedad
By Raymund Jose G. Quilop: ES |
Con el establecimiento de una política de renuncia al primer uso, Barack Obama haría gala de buen juicio, al menos en términos de política internacional. En cierta medida, este cambio de política permitiría conciliar la cruzada de Obama por un eventual desarme nuclear con el formidable arsenal nuclear que continúa en posesión de Washington. Daría cierta coherencia a la declaración de Obama de 2009 en la que afirmó que Estados Unidos intentaría «procurar la paz y la seguridad de un mundo sin armas nucleares», así como con las propias preocupaciones de Obama sobre la seguridad nuclear, que quedaron demostradas a través de la serie de Cumbres sobre Seguridad Nuclear que inició.
Los pronunciamientos como la declaración de una política de renuncia al primer uso ofrecen útiles indicaciones sobre las orientaciones políticas de los gobiernos en general y de las administraciones en particular. Ayudan a los países a entender mejor las políticas y posturas en materia de defensa de las demás naciones. Funcionan como medidas para el fomento de la confianza que, al menos según sus defensores, pueden mejorar la paz y estabilidad globales y reducir tanto las tensiones como los déficits de confianza entre potencias competidoras. Aun así, una declaración de renuncia al primer uso por parte de Estados Unidos sería meramente una declaración. ¿Contribuiría realmente de forma importante a mantener la paz nuclear? Tengo mis dudas.
Rivales y aliados. Algunos sostienen que la única finalidad de las armas nucleares es disuadir un primer ataque por parte de otro Estado con armamento nuclear. Afirman que la capacidad de disuasión de las armas nucleares radica en la capacidad de iniciar un segundo ataque, no el primero. Yo pienso otra cosa, que la disuasión de los ataques nucleares se debe tanto a la capacidad de responder frente a un ataque como a la preparación para dar el primer golpe. Si los rivales consideran que una nación «tiene deliberadamente un brazo atado a la espalda» como escribió Arthur Herman, del Hudson Institute, estos rivales podrían de hecho verse alentados a dar el primer golpe, apuntando en este proceso a objetivos nucleares. Si este fuera el caso, la declaración de una política de renuncia al primer uso iría en perjuicio de la disuasión nuclear.
Así que, nuevamente, los ataques nucleares preventivos no son el único tipo de agresión que debe disuadirse. Tomemos como ejemplo las reclamaciones territoriales chinas sobre el mar de la China Meridional. La política declarada de Washington es no tomar partido en disputas territoriales sobre el mar de la China Meridional, pero Pekín considera que Estados Unidos ha salido en defensa de las naciones del sudeste asiático, en particular las Filipinas y Vietnam. ¿Estados Unidos sería capaz de usar alguna vez armas nucleares en primer lugar en un conflicto con China sobre el mar de la China Meridional? Quizás no, pero una política de renuncia al primer uso sacaría a Pekín todas las dudas. Por consiguiente, China podría reivindicar sus pretensiones territoriales con aún más agresividad, a pesar del fallo de la Corte Permanente de Arbitraje en julio pasado en el que se determinó que la «línea de las nueves rayas» sobre la que Pekín basa sus amplias pretensiones sobre el mar de la China Meridional no tiene ningún fundamento en el derecho internacional.
Una política de renuncia al primer uso también podría dar lugar a una mayor agresividad en Pyongyang. A pesar de que Corea del Norte ha sostenido siempre que la amenaza nuclear que presenta Estados Unidos es una de las principales razones que la han llevado a procurar armas nucleares, sería ingenuo pensar que Pyongyang abandonaría las armas nucleares solo porque Estados Unidos adoptara la renuncia al primer uso. En su lugar, cabe fácilmente imaginar que una declaración de renuncia al primer uso daría alas a Corea del Norte para continuar con su programa nuclear de forma aún más agresiva. Declarar una política de renuncia al primer uso simplemente envía el mensaje equivocado a los posibles agresores. El enfoque más pragmático es que los Estados con armas nucleares mantengan cierta ambigüedad sobre si y por qué podrían usar armas nucleares en primer lugar, como hace actualmente Estados Unidos.
La declaración de una política de renuncia al primer uso podría también perjudicar la credibilidad del paraguas nuclear que Estados Unidos extiende sobre sus socios, lo que podría dar lugar a que los aliados fabricaran sus propias armas nucleares. Si se decide a fabricar armas nucleares, Japón tiene tanto la tecnología como los materiales fisibles para hacerlo con facilidad. Corea del Sur, con su fuerte base tecnológica y su amplio sector civil de la energía nuclear, también es sumamente capaz de desarrollar armas nucleares. Si se materializan estos escenarios, si los aliados empiezan a dudar de las garantías de seguridad de EE. UU., la renuncia al primer uso contribuiría a la proliferación de las armas nucleares y socavaría los esfuerzos para eliminarlas.
Como ya se mencionó, algunos aliados en el sudeste asiático albergan inquietudes acerca de las reclamaciones territoriales de China sobre el mar de la China Meridional. Sin embargo, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático acogería probablemente una política estadounidense de renuncia al primer uso, como un paso para afirmar al sudeste asiático como la verdadera región libre de armas nucleares concebida en el Tratado de Bangkok de 1995. Por desgracia, el tratado aún no se ha cumplido totalmente, dado que los cinco Estados reconocidos con armas nucleares no han aceptado su protocolo asociado. Sin el protocolo, la zona libre de armas nucleares en el sudeste asiático sigue siendo simplemente una idea sobre un pedazo de papel.