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¿Prohibir la bomba?

Décadas después de que varios estados con armas nucleares se comprometieron a iniciar su desarme "en buena fe" y "cuanto antes", la frustración sobre la velocidad del desarme se hace cada vez más evidente. Por ejemplo, existen llamados a establecer un tratado que prohíba las armas nucleares, convirtiendo así a las naciones con armas nucleares en prófugas de la justicia. A continuación, autores de México, India y Chile abordan la pregunta: ¿Cómo se afectarían las expectativas del desarme si las naciones no-nucleares establecieran un tratado que prohibiera las armas nucleares por completo? Y, ¿cómo se podría imponer tal prohibición?

Round 1

¿Poder para las naciones no nucleares?

Las definiciones de diccionario de "radical" incluyen "promover medidas extremas para retener… un estado político de los hechos". Esta definición describe bien el comportamiento de las naciones nucleares. Estos países dependen de su capacidad nuclear como eje de su posicionamiento estratégico y practican un radicalismo nuclear para asegurar su capacidad continua de depender de las armas nucleares. Los idealistas nucleares, por otro lado —los idealistas incluyen la mayoría, pero no todas las naciones no nucleares— ven el desarme como un imperativo urgente de seguridad y una prioridad moral. Los radicales y los idealistas se mantienen en conflicto y alcanzar los objetivos del Tratado de No Proliferación Nuclear parece ahora un sueño lejano.

Los dos bandos, a pesar de las tensiones que están desarrollando, han cooperado para diseñar mecanismos políticos y técnicos para controlar y manejar la tecnología nuclear. Esta arquitectura global ha logrado mucho en la no proliferación, la seguridad nuclear, e incluso en la reducción de arsenales nucleares, pero sigue muy lejos de conseguir el desarme. Peor aún, ha limitado seriamente el papel que los estados no nucleares pueden jugar en la "realpolitik nuclear" de las negociaciones hacia un desarme general. Las relaciones entre los estados nucleares y no nucleares han sido, y continuarán siendo, completamente asímétricas.

Los Estados no nucleares pueden haber perdido su mejor oportunidad de corregir esta asimetría en 1995. Ese fue el año en el que se planteó la extensión indefinida del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP); de hecho, la extensión fue el elemento más importante de las negociaciones que hubo en torno de la Conferencia de Examen del TNP de 1995. Los estados no nucleares tenían influencia, y podrían haberla usado para obligar a hacer mejoras en el Artículo VI del tratado, el cual exige a los estados que lleven a cabo negociaciones para el desarme de buena fe y cuanto antes. Pero el artículo VI se mantuvo inalterado,tan deficiente como siempre. Desde entonces, los países sin armas nucleares han tenido motivos para recordar 1995 con remordimiento.

Al no haber logrado sacar provecho de su influencia entonces, ¿podrán algún día los Estados no nucleares desempeñar un papel importante en el desarme? ¿Podrán empujar significativamente a los Estados nucleares hacia el desarme o incluso forzarlos a hacerlo?

Una cosa es segura: a los estados no nucleares parece habérseles agotado la paciencia para con los canales establecidos para el desarme. Un ejemplo de ellos es la demanda que interpusieron las Islas Marshall este año contra las naciones nucleares por su falta de desarme en la Corte Internacional de Justicia. El problema radica en que, aunque la Corte falle a favor de las Islas Marshall, no podrán hacer cumplir su veredicto. E incluso si se les impusiera algún tipo de sanción a los radicales nucleares, estos probablemente tratarían las sanciones como si fueran irrelevantes a su proceso de desarme.

Lo que se necesita no es acción legal sino política. Solo a través de la política pueden las naciones no nucleares esperar que se compense la asimetría que caracteriza sus relaciones con los países nucleares.

Una forma de atacar la asimetría podría ser el establecimiento de una zona global libre de armas nucleares. Grandes áreas del mundo, como África, Asia Central, América Latina y el Caribe, Mongolia, el Sudeste Asiático y el Pacífico Sur, ya están cubiertas por las zonas libres de armas nucleares. Si estas zonas se unieran y alentaran la creación de nuevas zonas en otras partes, el resultado sería un nuevo bloque político muy grande que, aunque no podría obligar a los estados nucleares a prescindir de sus armas, al menos podría entablar un diálogo con ellos sobre una base mucho más igualitaria. Asimismo, las naciones no nucleares podrían iniciar un proceso para enmendar el Artículo VI del TNP para hacerlo más duro y específico. El nuevo lenguaje podría requerir que "veinticinco años después de la fecha de la extensión indefinida del Tratado, se ha de convocar una conferencia para establecer un proceso claro para el desarme nuclear total en un cronograma definido."

Pero a la hora de la verdad, ¿qué probabilidades tienen los estados no nucleares de obtener el control del proceso de desarme? ¿Qué probabilidades hay de que obliguen a los estados nucleares a eliminar sus arsenales nucleares? En realidad, las probabilidades son bajas en ambos casos. Las naciones nucleares gozan de una asimetría de poder sobre otros países, y alterar su comportamiento será muy, muy difícil.

La prohibición de las armas nucleares: un ejercicio hueco

Hace casi 300 años, en su obra Los Viajes de Gulliver, Jonathan Swift satirizó a los intelectuales, científicos, técnicos y pensadores de su era, junto con sus intereses oscuros y esotéricos. En la fantástica Academia de Lagado, el Gulliver de Swift descubrió un lugar donde las eminencias buscaban destilar rayos del sol de los pepinos, criar corderos que no produjeran lana y sembrar la tierra con cascarilla en lugar de grano. Gulliver también encontró un arquitecto que buscaba construir casas "que empezaban desde el techo y se construían hacia los cimientos". Los esfuerzos del arquitecto se asemejan a los esfuerzos de los estados no nucleares para establecer un tratado que prohíba las armas nucleares.

Las seis potencias nucleares —Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido y la India— están entre los diez primeros países por producto interno bruto. Juntas, estas naciones representan cerca del 45 por ciento de la actividad económica global. ¿Será posible creer que las seis naciones más poderosas, desde una perspectiva económica y militar —naciones que gozan de un extremo poder coercitivo— se verán en problemas si países sin mucha influencia global entran en un tratado que declare ilegales las armas nucleares? ¿Especialmente cuando Corea del Norte y Pakistán —las naciones nucleares más impredecibles, socialmente frágiles, y políticamente inestables— proporcionan razones convincentes para que las seis mantengan, aumenten y modernicen sus fuerzas nucleares?

En una edad llena de incertidumbre, las iniciativas de desarme tienden a causar poco efecto. La Segunda Conferencia del Impacto Humanitario de las Armas Nucleares, llevada a cabo en México en febrero apenas apareció en las noticias. La demanda legal de las Islas Marshall en contra de las naciones nucleares ante la Corte Internacional de Justicia se vio como una mera curiosidad, algo de interés solo para los expertos en desarme y la no proliferación. Cualquier tratado que prohíba las armas nucleares sería ignorado de igual manera. Iría en contra del sistema internacional, un sistema basado en las políticas de poder, uno en donde el peso económico y el poderío militar podrían hacer lo correcto.

Adicionalmente, muchas naciones que podrían favorecer un tratado que prohíba las armas nucleares, entre ellas países escandinavos y algunos de los "tigres" del Este y Sureste Asiatico,  dependen para su seguridad del mismo poderío nuclear estadounidense que un tratado buscaría erradicar. Estas naciones, por lo tanto, obtienen poca credibilidad al momento de establecer un tratado; sin embargo, si estas naciones fueran excluidas de la iniciativa del tratado, este tendría incluso menos importancia de la que tiene ahora.

Las amenazas de sanciones tecnológicas y económicas —no los argumentos morales— obligan a las naciones a aceptar las normas de desarme y no proliferación. Por lo tanto, son las naciones más poderosas —aquellas reconocidas como naciones nucleares en el Tratado de No Proliferación (TNP)— las que han ejecutado las restricciones del tratado. Irán se ha visto obligado a comprometer su programa nuclear, a detenerse antes de llegar al umbral de arsenal, debido a que naciones poderosas como Estados Unidos han impuesto sanciones y ejecutado las palancas disponibles bajo el régimen global de la no proliferación. (También es pertinente el hecho de que Irán, al contrario de la Corea del Norte de Kim Jong-un, quiere ser parte de la comunidad internacional.)

Si un tratado que prohibiera las armas nucleares fuese establecido, ¿qué obligaría a que las naciones nucleares obedecieran? Solo la persuasión moral. Esto podría haber tenido alguna relevancia en los primeros años de la Guerra Fría, cuando el Primer Ministro indio Jawaharlal Nehru sabiamente usó el tema del desarme para poner las superpotencias a la defensiva moral y como una cubierta política para sus propias ambiciones nucleares "de doble faz". Pero los argumentos morales no tienen mucho significado hoy en día. Por lo tanto vemos a Japón, desde hace tiempo en la vanguardia del desarme, reinterpretando su "constitución de la paz" para que el ejercito pueda desempeñar un rol más amplio. Dependiendo del calculo estratégico de Japón y de las acciones de la rival China, Japón podría incluso tomar la decisión de adquirir armas nucleares. Por lo tanto, los cálculos estratégicos de una nación son moldeados solo hasta cierto punto por las nociones del bien universal.

Una mejor idea. Los cimientos para llegar a un "cero global" serán colocados, y los pilares para un desarme estructurado erigidos, solamente cuando los Estados Unidos y Rusia, bajo un régimen internacionalmente verificable, se deshagan de sus arsenales nucleares a un paso mucho más rápido que el presente. Pero hay algo más que las naciones nucleares pueden hacer hoy en día para acercarse a la línea de salida del desarme: establecer una convención, como la propugnada por la India, que prohíba el primer uso de las armas nucleares. La mayoría de las naciones nucleares no perderían nada al aceptar esta convención, ya que ya afirman que son racionales y razonables y desaprueban el primer uso de las armas nucleares, ya sea por completo o fuera de circunstancias extremas.

La doctrina nuclear de Pakistán no tiene provisión alguna en contra del primer uso de las armas nucleares. Y Corea del Norte, aunque ha derogado una ley que contiene lenguaje que se aproxima a prohibir el primer uso de armas nucleares, incurre en ciertos comportamientos y retórica que tienden a debilitar cualquier garantía de no usar primero las armas nucleares. Pero incluso se podría esperar de naciones que ostentan una política del primer uso para asustar a otros países al supuestamente amenazar su existencia misma que firmen la convención en contra del primer uso, siempre y cuando las seis potencias principales se unan primero.

El establecer dicha convención ayudaría a construir confianza en la viabilidad de los esfuerzos hacia un desarme completo. Por otro lado, la historia del armamento sugiere que las naciones se desharán de sus arsenales nucleares solo cuando haya algo más letal para reemplazarlos. Mientras tanto, un tratado que prohíba las armas nucleares constituiría apenas una acción simbólica vacía: un ejercicio hueco llevado a cabo por estados más pequeños que buscan, quizá, emparejar la arena de juego internacional. Sería tan solo un pinchazo en la conciencia, no mucho más.

Imponer la prohibición, prevenir la captura del tratado

En estos primeros años del siglo XXI, el sistema internacional parece ser cada día más inestable. Las relaciones entre Moscú y Washington muestran tensiones renovadas. Parece que el Medio Oriente se está convirtiendo en una gran zona de conflicto. Algunas áreas del mundo, entre ellas mi propia región, Latinoamérica y el Caribe, están experimentando violencia sin precedentes fuera del contexto de un conflicto armado convencional, en parte debido al crimen organizado transnacional y la prevalencia de las armas pequeñas y armas ligeras. Mientras tanto, la inequidad de ingreso global se encuentra en niveles muy altos. En un mundo como este, simplemente no es seguro tener arsenales de armas nucleares.

A lo largo de las últimas décadas, el movimiento en contra de las armas nucleares ha registrado algunos éxitos, pero también ha sufrido sus derrotas. El Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares ha vigilado la proliferación de tecnología beligerante (aunque Corea del Norte apenas se unió al club hace unos años) pero no ha logrado los mismos resultados en el desarme. Las esperanzas de establecer una zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente se están desvaneciendo. La Conferencia sobre el Desarme no ha logrado prácticamente nada desde los años noventa. En general, los mecanismos existentes para el desarme no han estado a la altura de los principios expresados en la Carta de la ONU; por ejemplo, la responsabilidad de prevenir la guerra y defender los derechos humanos fundamentales.

Un camino prometedor hacia el futuro es "la iniciativa humanitaria", un nuevo esfuerzo para el desarme centrado alrededor de una serie de conferencias sobre el impacto humanitario de las armas nucleares. (Noruega fue anfitrión de la primera conferencia en 2013, México de la segunda en febrero, y Austria organizará la tercera en diciembre). La iniciativa busca poner en evidencia dos hechos: que la mera existencia de armas nucleares amenaza la seguridad de las naciones y los pueblos alrededor del mundo, y que ningún país está preparado para responder a las crisis humanitarias que una detonación nuclear crearía (aún si la detonación sucediera en un conflicto regional limitado). La iniciativa también busca aclarar el desorden que rodea el desarme nuclear; todo lo que se ha dicho sobre reducir gradualmente los arsenales, o de cómo responder a las deficiencias de los tratados existentes, o conseguir garantías de los países con armas nucleares de que ellos no serán los que las utilicen primero. La iniciativa humanitaria genera una esperanza fundamentada para que un tratado que prohíba las armas nucleares sea establecido.

La iniciativa incorpora actores, estrategias e ideas de los esfuerzos exitosos previos para la eliminación de minas y municiones en racimo: dos tipos de armas que incesantemente toman vidas y privan a la gente de sus medios de subsistencia. El Tratado de la Prohibición de Minas de 1997 y la Convención sobre Municiones en Racimo del 2008 puede que no hayan llegado a una aceptación universal aún; los Estados Unidos, Rusia y China, entre otros, permanecen fuera del alcance de estos instrumentos, pero las minas antipersona han sido estigmatizadas y sucede lo mismo con las municiones en racimo. El comercio internacional de estas armas prácticamente ha colapsado, y una prohibición virtual sobre su eso está en vigor. Estos esfuerzos de erradicación de armas, construidos sobre el trabajo anterior en el control de armas nucleares, los cuales detuvieron la proliferación, prohibieron las armas nucleares en algunas regiones y han detenido casi en su totalidad las pruebas nucleares. Ahora, sin embargo, el movimiento convencional para el desarme nuclear ha perdido ímpetu, así que la iniciativa humanitaria está buscando revitalizar el proceso, tomando como precedentes inmediatos los procesos de Ottawa y Oslo en torno a las minas y las municiones en racimo. En términos de principios, prácticas y experiencia acumulada de política exterior, los diferentes procesos de desarme están cuidadosamente entrelazados.

Varios estados han mostrado su apoyo a la iniciativa humanitaria, al igual que numerosas agencias intergubernamentales y organizaciones de la sociedad civil. Pero, ¿acaso la iniciativa llevará a un proceso diplomático formal? ¿Culminará en un tratado que lleve el desarme más allá de sus límites actuales, tal vez un tratado capaz de prohibir en su totalidad las armas nucleares? Estas son preguntas difíciles.

Las posturas de las naciones al respecto a la prohibición de las armas nucleares no serán ajenas a los principios y prioridades generales de su política exterior. Ergo, no todos los estados que buscan un instrumento legalmente vinculante tendrán el mismo espacio para maniobrar. Por ejemplo, Honduras forma parte de la zona de no proliferación de armas nucleares de Latinoamérica y el Caribe. Está suscrita a la declaración para el desarme emitida en 2013 por la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe. Forma parte de la iniciativa humanitaria. Pero también es un país que se encuentra en el lugar 120 de 186 en el índice de desarrollo humano del Programa de Desarrollo de la ONU. Su socio comercial más grande es Estados Unidos. Un país que tiene "un estimado de 4.650 ojivas nucleares disponibles para su entrega por más de 800 misiles de balística y aviones." ¿Cómo influirá la dependencia económica de Honduras en los Estados Unidos en su comportamiento durante el proceso diplomático para prohibir las armas nucleares?

La iniciativa humanitaria solo tendrá éxito si los países que la apoyan presentan un frente unido. Esto significa que las naciones a la vanguardia de la iniciativa deberán establecerse como el grupo central de "campeones", por así decirlo. El grupo debería incluir representantes de una variedad de regiones, pero al mismo tiempo, el grupo deberá mantenerse lo suficientemente compacto como para que se permita una formulación estratégica similar. Dicho grupo permitiría el establecimiento de posturas regionales sobre el tratado de prohibición, con la idea de que, a medida que región tras región muestre su apoyo a la prohibición, la presión se incremente sobre las naciones nucleares para participar en un proceso de tratado (el movimiento de los Países No Alineados, que contiene una mayoría de los estados miembro de la ONU, podría jugar un rol importante en esto.)

El proceso no estará aislado de las demás actividades para el desarme y la seguridad internacional, o de la política exterior en general, así que el progreso no será simple ni lineal. Esto significa que la paciencia y una perspectiva histórica serán indispensables. Pero cuando el momento sea justo, la iniciativa humanitaria podrá evolucionar hacia un debate importante en los foros políticos establecidos; cabe esperar que se arribe a un proceso diplomático formal para establecer el tratado de prohibición.

En cualquier caso, antes de que dicho proceso empiece, los mecanismos vinculantes deberán ser analizados y discutidos. Los mecanismos deben incluir estándares comunes y medibles de acuerdo a lo que la prohibición y el desarme conlleven; estructuras para la cooperación y asistencia internacional; un calendario y un presupuesto; y un cuerpo supervisor dotado de los poderes apropiados. Un fundamento institucional fuerte es requerido si las armas prohibidas han de ser eliminadas y su eventual regreso ha de ser prevenido por las próximas décadas.

Si tales mecanismos no son debidamente abordados antes de que un proceso diplomático comience, las naciones nucleares podrían "capturar" cualquier tratado que llegue a darse. Si las naciones llegan a la mesa de negociación portando tan solo generalidades y promesas, algunos estados inevitablemente detendrán cualquier progreso hacia un tratado internacional fuerte, significativo y duradero, o podrían diluir cualquier instrumento que surja. Un debate enorme solo favorecerá a los guardianes del status quo. Solo producirá un tratado simbólico.

Desde el este y el sur de Asia hasta el este del Mediterráneo y el Mar Negro, existen tensiones geopolíticas que podrían agravarse a cualquier hora hasta convertirse en un conflicto armado de gran escala que incluya naciones dotadas con armamento nuclear. Bajo dichas circunstancias, ¿podrán los seres humanos permitirse no establecer un tratado sólido y vinculante que prohíba  las armas nucleares en su totalidad?

Round 2

Escapando de la pecera

En su libro de 2010, El gran diseño, los físicos Stephen Hawking y Leonard Mlodinow analizaron la decisión del concejo de la ciudad de Monza, Italia, de prohibir el uso de peceras curvas. Era cruel, según las creencias del consejo, forzar a los peces ver una distorsión de la realidad. ¿Pero cómo asegurarse, argumentaban Hawking y Mlodinow, que la visión de uno mismo no está distorsionada? La realidad, argumentaban los autores, es una distorsión permanente. El cómo se ve depende de cómo se observa.

Los autores en esta mesa redonda —incluyendo a Bharat Karnad, quién cree que las posibilidades de lograr el desarme mediante un tratado que prohíba las armas nucleares son muy, muy bajas—  parecen estar de acuerdo en que el "cero nuclear" es un objetivo que vale la pena. ¿Pero cuál es la perspectiva correcta para observar la realidad de los esfuerzos para el desarme?

Héctor Guerra se ha enfocado principalmente en la iniciativa humanitaria, un esfuerzo liderado por los estados no nucleares, los cuales, él cree, "generan una esperanza justificada de que se establezca un tratado que prohíba las armas nucleares por completo". Karnad argumenta que las bases para el desarme se establecerán sólo cuando los Estados Unidos y Rusia "se deshagan de sus armas nucleares a un ritmo mucho más rápido del actual". Pero, mientras tanto, establecer una convención para prohibir las armas nucleares "acercaría [al mundo] a la línea de partida del desarme". Por lo tanto, Guerra y Karnad ven la política como la variable principal para el desarme, aunque Guerra se refiere a la política principalmente como "experiencias, prácticas y principios de política exterior" mientras que Karnad piensa más en términos de "políticas de poder". Esto significa que Guerra ve el desarme como un proceso que empieza desde abajo, mientras que Karnad lo ve como algo que es dictado desde arriba.

Mi punto de vista es que las naciones no nucleares no prevalecerán sobre los estados nucleares en el proceso hacia el desarme hasta que sean capaces de ejercer un poderío político mayor. Igualmente, mientras que los estados nucleares mantengan el poderío político que ostentan hoy en día, lograr el "cero" seguirá siendo altamente improbable. Esto parecería alinearme más con Karnad que con Guerra, pero a decir verdad, yo difiero de ambos colegas en que tiendo a ver los temas nucleares desde arriba y desde abajo. No creo que el desarme se logre en algún momento cercano, pero en respuesta a esta desafortunada realidad, enfatizaría que las naciones nucleares y las no nucleares pueden dar pasos en concreto para minimizar las amenazas nucleares.

Los estados no nucleares, por ejemplo, pueden presionar más vigorosamente para alcanzar la universalidad de los instrumentos ya existentes para el desarme y la no proliferación, tales como el Tratado de la No Proliferación Nuclear y el Tratado de Prohibición Completa de las Pruebas Nucleares. Los estados nucleares y no nucleares pueden implementar una serie de pasos respaldados por el Grupo Experto en Gobernanza de Seguridad Nuclear ante la Cumbre de Seguridad Nuclear de 2014, pasos que incluyen la universalización del régimen de seguridad nuclear y el establecimiento de una convención del marco de seguridad nuclear. Y otros países, ya sean nucleares o no, podrían unirse a las casi tres docenas de estados que, al firmar la "Iniciativa Trilateral" en la Cumbre de 2014, se han visto obligados a dar pasos concretos hacia el cumplimiento de los altos estándares de la seguridad nuclear.

¿Eliminarían tales acciones las armas nucleares? No. Pero reducirían las posibilidades de una catástrofe mientras las armas nucleares siguen presentes en la Tierra. Y, junto con las estructuras existentes para el desarme y la presión de la sociedad civil, podrían hacer del "cero" una meta alcanzable algún día.

Diagnóstico: Tlatelolco-itis

Los ensayos de la primera ronda escritos por mis colegas Héctor Guerra y Rodrigo Álvarez Valdés indican que sufren de una enfermedad identificada como Tlatelolco-itis: la propensión a ignorar aquellas características del Tratado de Tlatelolco que indican que no es una base práctica para el desarme universal. Ambos hombres parecen usar el tratado como piedra angular para su razonamiento de un mundo sin armas nucleares. (Guerra, a decir verdad, jamás menciona el tratado, pero su perspectiva sobre el desarme en general parece ser consistente con la Tlatelolco-itis).

El Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, también conocido como el Tratado de Tlatelolco, ha liberado a los latinoamericanos de los peligros existenciales que forman parte de la competencia nuclear. Pero el tratado y su régimen son afortunados de sobrevivir las fricciones nucleares que alguna vez caracterizaron las relaciones entre Brasil y Argentina. Más allá de esto, el establecimiento del tratado fue provocado (en gran parte) por la Crisis de los misiles en Cuba, pero se hizo políticamente posible gracias a la arquitectura de seguridad dominante de Estados Unidos en el mundo occidental. Es decir, los compromisos de seguridad de los EE.UU. en la región aplacaron los miedos albergados por los estados signatarios de que el comunismo se esparciera en América Latina (en parte por el puesto remoto de los soviéticos en Cuba). Gústeles o no, los miembros del Tratado de Tlatelolco aún se mantienen bajo la sombrilla protectora de los Estados Unidos. Por lo tanto, su estado relativo a las armas nucleares es, en efecto, igual al de los estados no nucleares dentro de la OTAN. Cualquier declaración de que América Latina no tiene nada que ver con las armas nucleares es falsa.

Ni Guerra ni Álvarez reconocen esto. De hecho, Álvarez argumenta que si las zonas libres de armas nucleares unieran fuerzas, podrían proveer una base para el desarme global. Él admite que tal estrategia no tiene grandes oportunidades de tener éxito. Pero lo que no admite es que la zona libre de armas nucleares original (Tlatelolco) está organizada alrededor de una garantía implícita de seguridad nuclear. Ni Guerra ni Álvarez sugieren que los Estados Unidos, el Reino Unido y Francia (los tres estados nucleares que poseen territorio en Latinoamérica) se deshagan incondicionalmente de sus armas nucleares, que los tres estados se desarmen antes de que otros estados nucleares lo hagan. Pero entonces, ¿cómo puede considerarse a la región verdaderamente libre de armas nucleares?

Además, Guerra admite que los mecanismos establecidos para llegar al desarme, tal como la Conferencia sobre Desarme de la ONU, han "sufrido algunos fracasos" y que la tecnología nuclear se ha esparcido. Sin embargo, él considera que la iniciativa "prohíban la bomba" es un camino para sensibilizar al mundo a los riesgos de estas armas, aunque el peligro ya es bastante bien reconocido. Mientras tanto, Guerra considera la iniciativa humanitaria como algo para "arreglar el desorden que rodea al desarme nuclear", con lo cual se refiere a la estrategia escalonada incremental de la Conferencia sobre Desarme. Sin embargo, de manera problemática, él cree que los tratados que establecieron prohibir las minas antipersona y municiones en racimo pueden mostrar el camino para el desarme nuclear. Pero los procesos de Ottawa y Oslo hacia la eliminación de estos dos tipos de armas no fueron tan tensos como las negociaciones sobre las armas nucleares. Y en cualquier caso, las minas antipersona y municiones en racimo son similares a los gases venenosos, algo periférico a la seguridad de los estados, y por lo tanto, susceptibles a una prohibición.

Finalmente, Guerra argumenta que la "experiencia acumulada, las prácticas y los principios de la política exterior" están "estrechamente relacionados" con los "procesos de desarme". Pero las experiencias, prácticas y principios de la política exterior también son una función de las fronteras disputadas, conflictos recurrentes y la necesidad de las naciones para prevenir las guerras —y si fuera el caso, luchar en ellas— a través de medios militares convencionales y nucleares. Construir un caso para el desarme sobre cualquier otra premisa, tal como lo hace Guerra, es buscar soluciones simplistas a un problema infernalmente complejo.

Una empresa nada sentimental

Las armas nucleares son como un genio que no puede ser devuelto a la botella; este es un sentimiento familiar, que se ha repetido por varias décadas. Sin embargo, la iniciativa humanitaria es otro genio que también está fuera de la botella. Mi colega de la mesa redonda Bharat Karnad se refirió en la primera ronda a un tratado de prohibición de las armas nucleares, el cual podría resultar de una iniciativa humanitaria, como "un ejercicio vacío llevado a cabo por estados más pequeños" y "un pinchazo en la conciencia, no mucho más". Por lo tanto, se podría suponer que la iniciativa humanitaria es apenas una empresa sentimental, una petición sin esperanzas de la plebe a los zares del establecimiento de las armas nucleares. Sin embargo, la iniciativa humanitaria es, en realidad, una construcción altamente realista.

Para empezar, es una movimiento amplio que se basa en la experiencia acumulativa de varios: de diplomáticos jóvenes y experimentados, científicos y académicos, activistas y profesionales de la sociedad civil y organizaciones no gubernamentales, sobrevivientes de la violencia armada, ambientalistas, parlamentarios, juristas y artistas, entre otros. Estos individuos vienen de países dotados de armas nucleares en sus territorios, de naciones que no tienen armas nucleares pero cuya "seguridad" depende de las armas de destrucción masiva de otros gobiernos, y de las regiones del mundo en donde las naciones viven sin armas nucleares en su totalidad.

Pero más que esto, la iniciativa humanitaria se basa en la comprensión madura de la historia del desarme. No es un capricho ciego a las medidas que se han llevado a cabo desde 1946, tanto para prevenir la proliferación como para promover el desarme. No es ciega a los debates previos sobre la legalidad del uso o amenaza de uso de armas nucleares, y sobre si su uso equivaldría a un crimen de guerra. En efecto, la iniciativa se basa en la plena conciencia de que, ya que el mundo aún enfrenta la amenaza de las armas nucleares después de casi 70 años de esfuerzos para el desarme, se requieren medidas adicionales.

Nuevas estrategias. Karnad señala que el sistema internacional está "basado en las políticas del poder" y que, al interior de este,"el peso económico y el poderío militar podrían hacer lo correcto". Él indica que hay seis naciones nucleares que representan aproximadamente el 45 por ciento de la actividad económica global. Pero el "realismo" que Karnad adopta acepta demasiado fácilmente los riesgos que acompañan las políticas del poder: guerras, injusticias que incluyen las violaciones de derechos humanos, y crímenes de lesa humanidad. "El realismo" acepta demasiado pronto la concentración del poder económico actual, en donde el uno por ciento de la población mundial tiene casi la mitad de la riqueza global.

Vale la pena destacar que el poder no depende solo del poderío militar y económico. Con el transcurso del tiempo, los seres humanos han demostrado la capacidad de desarrollar nuevas estrategias para la sobrevivencia colectiva; estrategias que abarcan la cooperación, templanza, empatía, compasión y solidaridad. A nivel global, estas estrategias se han convertido en normas internacionales, instituciones y estructuras legales que, la mayor parte del tiempo, permiten que haya relaciones pacificas entre las naciones y que los seres humanos resuelvan sus diferencias sin acudir a la guerra. Sobre esta premisa se gestará la iniciativa humanitaria. Esto es lo que brinda a la iniciativa una verdadera oportunidad de éxito. Esto es el contraargumento a una visión mundial determinada que no va más allá de la punta de un misil.

Ciertos individuos dentro del establecimiento nuclear pueden determinar el destino de la población de un país entero. Unos pocos estados pueden imponer condiciones de vida o muerte para miles de millones de personas. ¿Qué significa esto para el desarrollo de la democracia en el mundo? ¿Qué quiere decir para el futuro de la civilización humana?  Por fortuna, es posible escapar de los límites del determinismo armamentista "realista" que busca restringir la mente de la gente. La iniciativa humanitaria es uno de los medios para forjar una realidad diferente.

Round 3

La cura, no la enfermedad

En la segunda ronda, mi colega Bharat Karnad nos diagnosticó a Héctor Guerra y a mí de padecer de algo llamado Tlatelolco-itis: "una tendencia a pasar por alto aquellas características del Tratado de Tlatelolco que indican que no es una base práctica para el desarme universal". Él argumentó que sólo la arquitectura global de seguridad de EE.UU. pudo establecer el tratado y detalló que las naciones latinoamericanas "todavía caen … dentro del ámbito protector de Estados Unidos". Esto, señala él, hace que el estatus de estas naciones en relación con las armas nucleares sea "en efecto, igual que el de los estados no nucleares dentro de la OTAN".

El argumento de Karnad tiene cierta validez en cuanto a lo dicho. No obstante, no logra reconocer un hecho principal: que el planeta entero, debido al alcance y a la movilidad de los sistemas de misiles nucleares, cae dentro del "ámbito" de los estados nucleares. En ocasiones, este "ámbito" toma la forma de una sombrilla nuclear y, a veces, simplemente toma la forma de una amenaza. Por lo tanto, el argumento de Karnad, aunque sí contiene una pequeña perspectiva, no puede minimizar las contribuciones que ha hecho el Tratado de Tlatelolco a la no proliferación y el desarme.

Karnad comete otro error al no reconocer la voluntad política que sustenta el tratado. Si el estatus de los países latinoamericanos con respecto a las armas nucleares no es diferente a aquel de los estados no nucleares de la OTAN, ¿entonces por qué Latinoamérica se ha organizado en una zona libre de armas nucleares desde 1969 mientras que una zona tal no se ha establecido en Europa, aún pese a que la Guerra Fría terminó en 1989? Las naciones europeas no nucleares ciertamente habrían podido organizar una zona si lo hubieran querido. Después de todo, ellas caen dentro de la "arquitectura global de seguridad respaldada por Estados Unidos". El hecho de que no lo hayan establecido indica que carecen de voluntad política. De igual manera, la falta de voluntad política es el factor principal detrás del fracaso hasta ahora en establecer una zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente. Cuando realmente existe la voluntad política para establecer una zona libre de armas nucleares, estas se prohíben. La prueba son los tratados, no sólo de Tlatelolco, sino también los de Rarotonga, Bangkok, Pelindaba y Semipalatinsk. Karnad examina el Tratado de Tlatelolco y diagnostica una enfermedad: Tlatelolco-itis. Yo examino el tratado y descubro una cura: el Tlatelolco-ismo global.

Un efecto recíproco. En mi ensayo de la segunda ronda, escribí que Guerra ve el desarme como un proceso que se origina desde abajo, mientras que "yo generalmente veo los asuntos nucleares desde arriba y desde abajo". Sin embargo, al reflexionar me parece que la iniciativa humanitaria hacia el desarme, la cual Guerra ha discutido con amplitud, puede ofrecer la mejor opción disponible para abordar el desarme desde ambas direcciones simultáneamente. Lo que quiero decir es que si la iniciativa se expandiera hacia un movimiento que buscara declarar inconstitucionales las armas nucleares de nación en nación, podría potenciar la herramienta más poderosa de los países: sus constituciones, y lograrlo de tal manera que involucre a las fuerzas que se ejercen desde arriba, partiendo de los actores políticos, y a las que se ejercen desde abajo, partiendo de la sociedad civil. Efectivamente, la noción de transformar las detonaciones nucleares y sus implicaciones humanitarias en un asunto global constitucional podría bien valer la pena discutirse en Viena este diciembre, en la próxima conferencia programada de la iniciativa.

Cabalgando el caballo de batalla moral

Mis colegas de la mesa redonda, Rodrigo Álvarez Valdés y Héctor Guerra, reconocen que deshacerse de las armas nucleares es un objetivo encomiable pero difícil de obtener. Seguramente el desarme será difícil de conseguir a través de las mejoras en la gobernabilidad de seguridad nuclear que argumenta Álvarez o a través de la poco realista "iniciativa humanitaria" de Guerra (un esfuerzo de prohibir la bomba bajo otro disfraz).

Sin embargo, Guerra continúa con la esperanza de que la iniciativa humanitaria —debido al involucramiento de grandes sociedades civiles, organizaciones no gubernamentales, científicos desilusionados, y académicos y activistas sumamente entusiasmados a lo largo y ancho del mundo—  logrará lo que el toma y daca diplomático en la Conferencia sobre el Desarme no ha logrado a lo largo de las últimas décadas. El optimismo de Guerra confunde deliberadamente las buenas intenciones con las metas alcanzables.

Guerra me acusó en la segunda ronda de aceptar "con demasiada facilidad" las disparidades económicas globales y los riesgos inherentes a las políticas de poder. Mi respuesta es que veo al mundo tal cual es y, lamentablemente, el mundo está controlado por países poderosos que pretenden preservar y promover sus intereses nacionales. Estos suelen definir sus intereses de manera estricta, y no suelen considerar el largo plazo ni demostrar mucho interés por el bien global. Al decir esto, no pretendo promover las políticas y el comportamiento de estado que retrasan los esfuerzos de desarme. Pero de nuevo, no se debe confundir lo que debe ser con lo que es.

Guerra también puntualizó que "la iniciativa [humanitaria] se basa en la plena conciencia de que el mundo aún se enfrenta a los peligros de las armas nucleares aún después de casi 70 años de esfuerzos de desarme, y por lo tanto, se requieren medidas adicionales". Sin embargo, jamás ha existido una carencia de conocimientos sobre los peligros de las armas nucleares, y en cualquier caso, los avances en el desarme provienen de procesos diplomáticos deliberados y graduales que no pueden ser apresurados para aumentar la conciencia. El desarme simplemente tomará tiempo. Su paso deliberado pondrá a prueba la paciencia de las almas bienintencionadas como Guerra y Álvarez. No obstante, es precisamente la minuciosidad y claridad de las negociaciones en la Conferencia para el Desarme las que harán que algún día el lento progreso actual hacia el cero nuclear sea irreversible.

No se les puede obligar a tomar el agua. Álvarez señaló en la segunda ronda que "las naciones no nucleares no prevalecerán sobre los estados nucleares para que se desarmen hasta que sean capaces de ejercer un mayor poder político". Para ejercer mayor poder, primero deben desarrollar un mayor peso militar y económico, pero Álvarez no dice si quiere que hagan esto último. Álvarez sí aconseja que las naciones no nucleares "presionen con más intensidad para conseguir la universalidad" para los instrumentos diplomáticos existentes como el Tratado de No Proliferación (TNP) y el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (TPCEN). Pero, ¿que logrará la universalidad? Los estados nucleares generalmente utilizan estos instrumentos para consolidar las posiciones ventajosas que ya ostentan. Mientras tanto, estas naciones promueven la causa del desarme a paso glacial, si acaso.

Lo que me ha sorprendido de esta mesa redonda es la medida en la que las iniciativas anti-bombas pueden parecer caballos de batalla morales, con argumentos legalistas que disimulan lo poco práctico de dichas iniciativas. Aunque es verdad que, al inicio de la Guerra Fría, las deliberaciones en el Primer Comité de las Naciones Unidas cubrieron el desarme con la manta de la legitimidad del derecho internacional, hoy los principales instrumentos de desarme, como el TNP y el TPCEN, han perdido su credibilidad desde hace mucho. Tienen poca influencia sobre el comportamiento de los estados nucleares. Las naciones nucleares quizá puedan ser seducidas para que se acerquen al pozo del desarme, pero no pueden ser obligadas a tomar agua de él. Los defensores del desarme se vuelven demasiado optimistas y magnánimos para su propio bien cuando dibujan al desarme como algo dentro de su alcance, mantenido fuera de alcance tan sólo por los jueguitos hipócritas de algunos pocos estados, por sus consideraciones miopes de poderío militar y realpolitik. Está bien evocar atajos hacia el desarme tales como los esfuerzos para establecer un tratado para la prohibición de armas nucleares. Sin embargo, dichos intentos pueden esperar, en el mejor de los casos, producir un efecto político trampantojo.

Fuera del infierno

Por décadas, los seres humanos se han visto atascados en las profundidades de un infierno de armas nucleares. Pero no necesitan aceptar esto como su morada eterna. Tal como el poeta Dante atravesó el infierno en su viaje hacia el cielo, los seres humanos deben de transitar hacia una nueva etapa en su historia, dejando atrás las armas de destrucción masiva que violan los principios de la Carta de la ONU y el derecho humanitario internacional.

En la segunda ronda, Bharat Karnad destacó que "para construir un caso para el desarme" sin considerar, entre otras cosas, que "la necesidad de las naciones de ahuyentar las guerras" a través de "medios militares nucleares" es "buscar soluciones simplistas a un problema complejamente infernal". Esto invita a considerar que la dependencia del hombre sobre las armas nucleares es mórbida. El conformismo arriesgado, como lo expresa Karnad, expone a los seres humanos a la constante y presente posibilidad de la aniquilación. El trabajo hacia un desarme general representa una lucha en contra del determinismo. Nuevamente, Dante atravesó el infierno. No se quedó ahí.

Mismo fin, nuevos medios. El movimiento en pro del desarme aún no ha logrado su objetivo final. Sin embargo, es importante recordar qué es lo que ya se ha logrado para la reducción de la expansión de arsenales nucleares y para la promoción de su erradicación. Las pruebas nucleares han sido todo, menos erradicadas; sin embargo, la proliferación ha sido limitada, y zonas libres de armamento nuclear cubren vastas zonas del mundo. Si bien son éxitos, no son un fin en sí. Son un medio para llegar a un fin: regresar al mundo a la condición de libertad de las armas nucleares, la cual ostentó por toda su historia hasta las últimas siete décadas.

Para promover el desarme en lo que avanza el siglo XXI, se requieren nuevos medios. El sistema internacional ha cambiado desde 1945, cuando la primera prueba nuclear se realizó; desde 1970, cuando el Tratado de No Proliferación entró en vigor; y desde 1991, cuando terminó la Guerra Fría. Existen nuevos retos hoy en día, y nuevas posibilidades también. La iniciativa humanitaria hacia el desarme nuclear es una de dichas posibilidades.

La iniciativa no es una construcción dogmática que sus adherentes buscan imponer sobre otros. Más bien es un proceso colectivo que toma sus ideas de un amplio rango de voces del gobierno, organizaciones multilaterales, sociedad civil, academia y demás.  Está madurando rápidamente pero sigue en fase de construcción. Los participantes de la iniciativa están de acuerdo sobre ciertos temas y debaten algunos otros intensamente, pero este espíritu de libre intercambio es una de las fuerzas de la iniciativa y debe mantenerse, ya que si la iniciativa ha de rendir frutos, el movimiento debe llegar no sólo a los individuos que piensan igual, sino también a todos los escépticos y aquellos desinteresados en el desarme.

El trabajo que falta por hacer, aunque será intenso, es prometedor. Los seres humanos somos una especie con fallas pero nos mantenemos llenos de potencial, incluido el potencial para promover el desarrollo humano y una verdadera seguridad a través de la eliminación de armas apocalípticas. Por otro lado, incluso el desarme es un medio, no un fin. Los objetivos finales, tales como se expresan en la Carta de la ONU, incluyen salvaguardar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra y reafirmar la fe en los derechos fundamentales del ser humano.



Topics: Nuclear Weapons

 

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