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Donde las preocupaciones sobre la proliferación suenan huecas

By Gilberto M. Jannuzzi (ES), May 3, 2012

Para los latinoamericanos que viven en una región relativamente pacífica, las preocupaciones de la comunidad internacional sobre la proliferación de armamento nuclear puede sonar algo extraño. América Latina ha sido una zona libre de armas nucleares desde el año 1969, cuando el Tratado de Tlatelolco entró en vigor. Todos los países en esta región, además de ser signatarios del tratado, también son partes del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Por lo tanto, la proliferación no parece ser una preocupación urgente para la mayoría de las personas en Latinoamérica.

Brasil, mi país, se unió al TNP en el año 1998, en calidad de Estado sin armamento nuclear. (Después de que la nueva constitución en el año 1988 fue adoptada, el país renunció a esfuerzos previos para desarrollar armamento nuclear. Pero la participación en acuerdos de no proliferación globales y regionales no significa que Brasil no tenga un interés legítimo para desarrollar sus capacidades en tecnología nuclear.

En los últimos 40 años, Brasil ha llegado a crear una industria nuclear doméstica, con la excepción de las tecnologías civiles de energía nuclear, y ha desarrollado su propia tecnología capaz de enriquecer uranio para uso en submarinos nucleares.  De hecho, debido a cuestiones acerca  de su  programa naval de combustible nuclear, Brasil no ha ratificado el Protocolo Adicional del TNP del año 1997. Esto resalta un problema con el régimen internacional de no proliferación: los tratados internacionales pueden  limitar el campo de acción de las metas legítimas nucleares de cada país. También puede limitar a los signatarios a situaciones discriminatorias al dejarlos en un estatus perpetuo de compradores de tecnología.

Ahora bien, la experiencia de Brasil con la generación eléctrica nuclear, como mínimo, ha sido costosa y llena de  irregularidades. La construcción de la primera planta nuclear brasileña, ANGRA I, empezó en el año 1971, pero comenzó sus operaciones comerciales solo  en el año 1985. El costo total es oficialmente de 2.000 millones de dólares, pero varios analistas sostienen que es una estimación moderada. La segunda instalación, ANGRA II, empezó sus operaciones en el año 2000, aunque la construcción de la instalación ya había empezado el año 1976. La construcción de  una tercera central, ANGRA III, empezó en el año 1984, pero se suspendió por muchos años. La construcción se reanudó solo en el año 2009 y no se espera que termine antes del año 2015, con una estimación final de casi 6.000 millones de dólares.

Actualmente, la energía nuclear aporta menos del tres por ciento de toda la producción de electricidad en Brasil. Esta cifra podría aumentar si el gobierno decide proceder con sus planes de cuatro plantas nucleares adicionales como  ha ido contemplando en el Plan Energético Nacional 2030, pero solo aumentaría cerca de un 4 % en el año 2030 (dependiendo de la situación de demanda). De cualquier forma, el desastre de la Planta Nuclear Fukushima Daiichi ha llevado al gobierno a revisar sus planes de energía nuclear y es muy probable que el Plan Energético Nacional 2035 reduzca drásticamente la capacidad nuclear pronosticada previamente.

Las protestas públicas, el liderazgo político débil y las prioridades poco claras de las políticas energéticas han ido acompañando la construcción de instalaciones nucleares existentes en Brasil. Las variaciones drásticas en la política nuclear que el país ha experimentado a niveles sin precedentes, conllevan implicaciones significativas — el cambio en las prioridades ha llevado a que se posponga o se suspenda la construcción de plantas nucleares, conduciendo así a mayores costos finales para generar la electricidad.

La ausencia de continuidad política también ha interrumpido los esfuerzos brasileños para aumentar sus recursos humanos domésticos. La energía nuclear es una tecnología muy especializada y compleja. Requiere un grupo de personas con formación en seguridad, operaciones, mantenimiento y otros aspectos de la cadena de producción. Poner todo esto en orden toma tiempo y un esfuerzo prolongado. Y en Brasil,  cuestiones tales como la seguridad pública y la gestión de deshechos todavía requieren de atención más profunda y revisión más sistemática, tanto por las autoridades como por la consulta pública.

En América Latina, la proliferación de armamento nuclear es un tema altamente regulado que es controlado por cuerpos locales e internacionales confiables. Mientras tanto, yo sigo creyendo que la energía nuclear no adquirirá un lugar destacado en la producción de electricidad, ni en Brasil ni en la mayor parte de América Latina.



 

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