Grandes progresos desde Chernóbil, y la distancia que todavía falta recorrer
By Manpreet Sethi: ES |
Una catástrofe es un suceso de gravedad y magnitud impredecibles que causa daños demasiado importantes como para permitir una rápida recuperación. Conlleva peligros que escapan a la esfera de lo controlable. De lo contrario, una catástrofe no sería una catástrofe, sino solo una crisis.
Por lo tanto, la clave para manejar las catástrofes es prever, y prepararse, para lo peor. Afortunadamente, a medida que han avanzado la ciencia y la tecnología, también ha progresado la capacidad humana de prevenir y responder a las catástrofes. La naturaleza continúa produciendo sucesos ambientales extremos. Sin embargo, en la actualidad, las actividades riesgosas que los seres humanos llevan a cabo por lo general se diseñan teniendo en cuenta la preparación y respuesta ante emergencias.
Producir energía nuclear es una de estas actividades, pero en más de 60 años de funcionamiento de reactores de potencia -16 000 años-reactor acumulativos- la industria nuclear ha sido testigo de solo dos catástrofes, en Chernóbil y Fukushima. De estas, solo Chernóbil tuvo víctimas mortales, 30 enseguida del accidente y unas dos docenas más en los años siguientes, con más muertes proyectadas a largo plazo. Lo que indican estas cifras es que la industria nuclear da la debida importancia a la seguridad de las operaciones de los reactores. Reconoce bien que incluso dos catástrofes en seis décadas, de las cuales solo una tuvo víctimas mortales, han sido suficientes para generar en la opinión pública percepciones negativas sobre la energía nuclear.
Este problema puede abordarse de tres formas principales. En primer lugar, la seguridad de las operaciones de los reactores puede mejorarse continuamente. En segundo lugar, puede mejorarse la preparación y respuesta ante emergencias. En tercer lugar, pueden comunicarse a la opinión pública las mejoras en ambos frentes. Las catástrofes de Chernóbil y Fukushima dejaron lecciones importantes con respecto a estas tres dimensiones, pero aquí debemos concentrarnos en las mejoras en la preparación ante catástrofes desde la década de los ochenta.
Las mejoras han sido considerables. Chernóbil dio lugar a la creación de un marco legal internacional para la preparación y respuesta ante emergencias, así como un conjunto de procesos regulatorios y directrices oficiales relacionados. Su implementación es una cuestión de responsabilidad nacional. Sin embargo, esta se efectúa de acuerdo con parámetros internacionales que en su mayor parte se establecieron tras Chernóbil, y que en algunos casos fueron objeto de revisión luego de Fukushima.
Medidas adoptadas. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha sido el organismo principal para el establecimiento de convenciones que especifican directrices para el manejo de emergencias. Luego de Chernóbil, el primero de estos instrumentos en adoptarse fue la Convención sobre la pronta notificación de accidentes nucleares. Dado que Chernóbil había puesto bastante de manifiesto las implicaciones transfronterizas de las catástrofes nucleares, las naciones pusieron en vigor rápidamente la Convención, a fines de octubre de 1986. Simultáneamente se adoptó la Convención sobre asistencia en caso de accidente nuclear o emergencia radiológica, aunque no entró en vigor hasta el año siguiente. Ambos instrumentos impusieron obligaciones específicas a los Estados parte y al OIEA de establecer acuerdos en caso de emergencias nucleares o radiológicas. Estas obligaciones se consolidaron en dos convenciones posteriores: la Convención sobre Seguridad Nuclear y la Convención conjunta sobre seguridad en la gestión del combustible gastado y sobre seguridad en la gestión de desechos radiactivos. Estas cuatro convenciones cubren una amplia gama de actividades nucleares.
Con el transcurso de los años, el OIEA ha publicado un conjunto de normas de seguridad con el objetivo de mejorar las previsiones nacionales en materia de seguridad, preparación y respuesta en centrales nucleares. El organismo trabaja también para asegurar la compatibilidad de los mecanismos y procedimientos nacionales, bilaterales, regionales e internacionales sobre la respuesta ante catástrofes. Luego de Fukushima, se revisaron los Requisitos generales de seguridad del organismo para incorporar las lecciones recién aprendidas. Esto dio lugar a la publicación "Preparación y emergencia para emergencias nucleares o radiológicas", un documento que recomienda normas para la preparación y emergencia. Los países pueden imponer estas normas adoptando leyes y reglamentos, asignando responsabilidades a los operadores nucleares y funcionarios nacionales y locales, y estableciendo marcos regulatorios que permitan verificar la implementación eficaz.
Ahora bien, el OIEA no es en absoluto el único organismo implicado en la mejora de la preparación ante catástrofes. En 1986 se creó el Comité Interinstitucional sobre Emergencias Radiológicas y Nucleares, en reconocimiento de la extrema importancia de la cooperación y coordinación entre organismos. Forman parte de este mecanismo dieciocho organizaciones, tan diversas como el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, la Organización Mundial de la Salud y la Organización de Aviación Civil Internacional. El Comité creó un Plan conjunto para el manejo de emergencias de radiación, a fin de armonizar las normas internacionales en materia de preparación y manejo de emergencias. El plan tiene en cuenta una visión común de las funciones, responsabilidades y capacidades de las organizaciones participantes, y establece también un concepto general de las operaciones del grupo para posibilitar respuestas rápidas y coordinadas.
Medidas que todavía es necesario adoptar. Tras lo sucedido en Fukushima, casi todos los países en los que funcionan reactores nucleares examinaron sus sistemas de respuesta ante emergencias, y el gobierno japonés y el OIEA publicaron informes haciendo énfasis en distintas formas de mejorar la preparación para emergencias. Una de estas recomendaciones es que, durante una emergencia, los funcionarios públicos deben poder acceder rápidamente a la opinión científica autorizada y de expertos, para poder tomar buenas decisiones con extrema premura. Si los funcionarios hubieran estado mejor asesorados, podrían haberse evitado algunos errores cometidos durante la emergencia de Fukushima, por ejemplo, en relación con la oportunidad y el alcance de las evacuaciones.
Una segunda recomendación consiste en dar los recursos a los funcionarios para clasificar correctamente la gravedad de un incidente a medida que sucede. De esa forma, pueden activarse lo antes posible los procedimientos operativos estándar correctos. Clasificar a un incidente como menos o más grave de lo que realmente es, puede hacer perder tiempo valioso y credibilidad. En tercer lugar, es de vital importancia proporcionar información precisa en todos los niveles. Si, por ejemplo, los operadores intentan ocultar un accidente (o su magnitud) a las autoridades nacionales e internacionales, lo único que hacen es retrasar la respuesta adecuada. Por ejemplo, en Chernóbil, solo se ordenaron evacuaciones limitadas de la zona afectada, y solo después de transcurridas 36 horas. No hay dudas de que las víctimas inmediatas de Chernóbil fueron muy limitadas en comparación con muchas emergencias no nucleares. Sin embargo, la catástrofe se sintió en el terreno físico, socioeconómico, político y psicológico de los países de la región. Estos efectos se podrían haber reducido, si se hubiera contado con información precisa. Por último, las capacidades ante situaciones de emergencia deben coordinarse a nivel local, estatal y nacional. No obstante, esto solo es posible si los operadores llevan a cabo simulacros periódicos con todas las entidades pertinentes y si las fallas se corrigen rigurosamente.
Elegir, preparar. La energía constituye la esencia del progreso humano. Para los países que procuran contar con abundantes recursos energéticos en el futuro, la energía nuclear es una de muchas opciones. Las naciones harán sus propias elecciones soberanas sobre la energía nuclear, en función de sus propios cálculos. Los países que optan por la energía nuclear entienden bien que es necesaria una abundante infraestructura legal y regulatoria para que las industrias nucleares funcionen de manera segura y sostenible. Un elemento de esta infraestructura es la preparación y respuesta ante emergencias. Corresponde a las naciones mejorar continuamente sus capacidades para el manejo de catástrofes. Afortunadamente, gracias a los mecanismos internacionales y esfuerzos nacionales en materia de preparación para catástrofes, esta tarea, poco a poco, es cada vez más sencilla.