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¿Un tratado que prohíba las armas nucleares puede acelerar su abolición?

A pesar de las objeciones de la mayoría de las naciones con armas nucleares, en octubre un comité de las Naciones Unidas sobre desarme y seguridad aprobó rotundamente una resolución que obligaría a iniciar las negociaciones en pos de un tratado que prohíba las armas nucleares. La prohibición total de las armas nucleares se opondría claramente al Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares, que permite a cinco países conservar sus armas nucleares durante un período no específico, mientras «celebran negociaciones de buena fe...
sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacional». Se prevé que la Asamblea General de la ONU apruebe la resolución durante este mes, desencadenando así conferencias a celebrarse en 2017 para negociar un tratado de prohibición. Si asumimos que las conferencias se celebrarán, ¿qué debería incluir el tratado a consecuencia de las mismas, y lograría acelerar el proceso de desarme?

Round 1

Para abolir las armas nucleares, quítenles su linda máscara

La época dorada de la disuasión ha llegado a su fin. Las armas nucleares, que fueron en su momento un jugador estrella de la escena internacional, ya no disfrutan del protagonismo que tuvieron.

Es cierto que algunos formuladores de políticas continúan atribuyendo a las armas nucleares el mismo prestigio del que gozaron durante la Guerra Fría, debido a su incomparable poder destructivo y a la influencia que proporcionaban a los Estados con armas nucleares en el terreno internacional. Sin embargo, el ambiente de la Guerra Fría, en el que las armas nucleares en manos de dos superpotencias cumplían una función fundamental para el mantenimiento de la estabilidad estratégica, ya no existe. Tampoco es probable que se reproduzca en el futuro, a pesar de que existen algunos paralelismos entre las relaciones entre EE. UU y la Unión Soviética durante la Guerra Fría y las relaciones actuales entre Rusia y Estados Unidos. Ahora bien, es dolorosamente evidente que la disuasión nuclear no sirve de nada contra organizaciones terroristas apocalípticas movidas por el extremismo religioso. Si alguno de estos grupos adquiriera y usara armas nucleares, no habría ninguna «dirección remitente» a la que dirigir las represalias. A su vez, los terroristas apocalípticos probablemente no tengan miedo de la destrucción en primer lugar.

Ahora que la edad dorada de la disuasión ha llegado a su fin, la prohibición de las armas nucleares se ha vuelto posible, siempre y cuando puedan minarse los valores que los formuladores de políticas les atribuyen. Ahora es el momento de quitarle a las armas nucleares la linda máscara que escondió su horrible cara durante toda la Guerra Fría. Es momento de que el mundo trate a las armas nucleares de la misma forma que a las químicas o biológicas, las otras armas de destrucción masiva, como meras armas de matanza, que no merecen ningún prestigio. Es momento de prohibir las armas nucleares, de la misma forma que se prohibieron las armas biológicas y químicas mediante la Convención sobre armas biológicas y tóxicas y la Convención sobre armas químicas.

¿Por qué ahora? A lo largo de la historia las armas se han inventado por diversas razones, pero principalmente para matar al enemigo. Si las armas existen, se usarán más tarde o más temprano, en especial si han disminuido o desaparecido los factores que puedan reducir las probabilidades de su uso, como los tratados de paz, los contextos políticos estables, los liderazgos racionales y las capacidades de disuasión.

En el mundo actual y en el futuro previsible, ¿podemos contar con líderes políticos racionales para mantener un contexto internacional estable en el que no se usen armas nucleares? Es difícil responder que sí. La única forma confiable de evitar una catástrofe nuclear es prohibir la producción de estas armas y eliminarlas de una vez por todas. De hecho, dada la creciente capacidad de muchos Estados y actores no estatales para dominar las conocimientos científicos y competencias tecnológicas necesarias para fabricar dispositivos nucleares explosivos, tanto rudimentarios como sofisticados, el mundo se volverá notablemente menos seguro si las armas nucleares no se eliminan pronto. La estructura existente de desarme y no proliferación aún no ha alcanzado el desarme y es poco probable que lo haga en el futuro previsible. Por eso es necesario el tratado de prohibición.

¿Qué incluir? La pregunta sería, entonces, qué debería incluir un tratado de prohibición. En primer lugar, debería asegurar que los Estados que adhieran al mismo gocen de los mismos derechos a los usos pacíficos de la energía nuclear que disfrutan actualmente los Estados sin armas nucleares en virtud del Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP). Es decir, el negocio básico que hizo atractivo al TNP para muchos Estados, es decir, renunciar a la opción de fabricar armas nucleares a cambio de obtener ayuda para las aplicaciones pacíficas de la energía nuclear, se debería consagrar en el nuevo tratado. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) debería continuar con sus responsabilidades de prestar asistencia a los Estados en sus empresas de energía nuclear.

En segundo lugar, el tratado de prohibición debería establecer un mecanismo de verificación eficaz, aunque este no sería probablemente el OIEA, según su constitución actual. Dado que, si queremos que el tratado de prohibición tenga éxito, será necesario que los Estados con armas nucleares adhieran algún día al mismo, estos no pueden dominar los mecanismos de verificación del tratado, como dominan actualmente al organismo. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) puede ser un modelo más útil. Hasta la fecha, la OPAQ ha desempeñado su labor para la eliminación de las armas químicas de forma equitativa, oportuna y eficaz.

En tercer lugar, una vez que se vuelva universal, el tratado de prohibición convertiría al mundo entero en una zona libre de armas nucleares. Por consiguiente, las disposiciones sobre zonas existentes deberían ser una fuente de inspiración para los redactores del tratado, especialmente en términos de derechos y responsabilidades.

Razones para el optimismo. Las posibilidades de que el tratado de prohibición pueda lograr el desarme no serían peores a las del TNP, quizás incluso mejores. Un factor a favor del tratado de prohibición es que no representa ninguna amenaza legítima para ningún país. Los Estados sin armas nucleares no perciben en la actualidad ninguna amenaza del TNP y, si alguna vez se universaliza el tratado de prohibición, todos los Estados serán Estados sin armas nucleares. Ninguna nación podrá ya intimidar a sus vecinos amenazándolos con usar armas nucleares.

Otro factor útil es que el movimiento para el tratado de prohibición puede basarse en el régimen de desarme existente, en el que ya participan todos los países, a excepción de cuatro: Israel, India, Pakistán y Corea del Norte. De esos cuatro, India y Pakistán se abstuvieron en la votación de octubre sobre el tratado de prohibición. Sus abstenciones deben considerarse signos positivos para las posibilidades de que un tratado de prohibición logre el desarme total. Entretanto, China también se abstuvo. Esto puede leerse como una declaración de que Pekín no tiene miedo de un mundo sin armas nucleares, aun cuando tiene el privilegio de contar con el estatus oficial de Estado con armas nucleares.

Otra abstención interesante fue la de los Países Bajos, que integra la OTAN, a pesar de que todos sus otros miembros votaron contra la resolución. Países Bajos es también uno de los cinco países europeos que, como parte del acuerdo de reparto nuclear de la OTAN, tiene armas nucleares tácticas que pertenecen a Estados Unidos. Quizás la abstención de los Países Bajos represente una grieta en la armadura que Estados Unidos y muchos otros países con armas nucleares han construido para proteger sus armas nucleares de la iniciativa del tratado de prohibición.

¿El tratado de prohibición será suficiente para eliminar las armas nucleares? Bien, dado que las naciones que poseen la mayoría del inventario nuclear global no apoyan la iniciativa del tratado, podríamos decir que terminará siendo una tentativa infructuosa. Sin embargo, esta sería una opinión con poca visión de futuro. Es posible que la prohibición no pueda por sí misma poner fin al reinado de las armas nucleares, ni hacerlo en el futuro previsible, pero cabe esperar que cree un estigma universal en torno a las armas nucleares, que signifique el principio del fin. No sería sorprendente que, dentro de varias décadas, se considere al tratado de prohibición como la piedra fundamental de un mundo libre de armas nucleares.

 

La valoración del tratado de prohibición desde Ucrania

Cuando en octubre la Primera Comisión de la ONU votó a favor de iniciar las reuniones en las que se negociaría un tratado de prohibición de las armas nucleares, cabía esperar que un país como Ucrania votara a favor. Después de todo, al final de la Guerra Fría Ucrania había heredado de la Unión Soviética el tercer arsenal de armas nucleares más grande del mundo, pero Kiev renunció a ellas. Ucrania también adhirió al Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP) como Estado sin armas nucleares, y continúa siendo un miembro del tratado con buena reputación. Es más, Ucrania se ve amenazada por el este por una de las dos potencias nucleares más importantes del mundo, y no se beneficia de la capacidad de disuasión nuclear de la otra. Así pues, Ucrania votó a favor de prohibir la bomba, ¿correcto?

Falso. Bastante más de 100 naciones votaron a favor del tratado de prohibición. 38 votaron en contra, la mayoría Estados con armas nucleares, además de naciones de la UE y la OTAN aliadas con Estados Unidos. 16 se abstuvieron. Entretanto, Ucrania no emitió ningún voto, lo que puede considerarse una forma suave de abstención.

¿Ucrania renunció, entonces, al desarme? ¿Tiene Kiev intenciones de adquirir su propia fuerza disuasiva nuclear? ¿Ucrania ha perdido la fe en los acuerdos internacionales?

En 1994, cuando Ucrania renunció a sus armas nucleares, Rusia, Estados Unidos y otras potencias firmaron el memorándum de Budapest, un acuerdo que se suponía protegería a Ucrania de ataques nucleares (un punto sobre el que Rusia con frecuencia hizo hincapié) y salvaguardaría también su integridad territorial (punto sobre el que Rusia no hizo hincapié). Desde los acontecimientos ocurridos en 2014, cuando Rusia anexó a Crimea y comenzó la guerra en la región de Donbás, al este de Ucrania, el memorándum de Budapest ha pasado a tener poca utilidad. Estos acontecimientos marcaron un antes y un después en las actitudes de Ucrania en relación con el poder de los acuerdos internacionales.

Hasta 2014 Ucrania creía que el memorándum de Budapest constituía una fuerte garantía de seguridad. La doctrina militar de Ucrania de 2012 sostenía que la disuasión era un asunto del «Consejo de Seguridad de la ONU y…los Estados garantes de la seguridad de Ucrania de conformidad con el memorándum de Budapest». No obstante, en 2015 el discurso del presidente ucraniano en el parlamento sonó completamente diferente; este mencionó que la experiencia de Ucrania «hizo evidente que la renuncia al estatus nuclear en un acuerdo internacional…en realidad no otorga ninguna garantía verdadera de seguridad». De hecho, el país que atacóa Ucrania en 2014 estaba entre los garantes de la seguridad de Kiev en virtud del memorándum de Budapest, y no solo eso, Rusia lanzó amenazas nucleares para evitar que otras naciones ofrecieran a Ucrania apoyo militar.

¿Así que Ucrania ha perdido la fe en la opción no nuclear y la reemplazó por la fe en la disuasión nuclear? Algunas pruebas apuntan en esa dirección. En2014 se presentó en el Parlamento ucraniano un proyecto de ley para denunciar el TNP; otro proyecto de ley habría llevado a Ucrania a desarrollar armas nucleares. También en 2014 una encuesta de opinión pública mostró que el 49 por ciento de los encuestados creía que Ucrania debería recuperar su condición de Estado con armas nucleares.

Aun así, a los expertos ucranianos no les preocupa seriamente que la nación se convierta en poseedora de armas nucleares. Esto se debe, en parte, a que, incluso entre los integrantes del público general que piensan que Kiev debería desarrollar armas nucleares, solo un pequeño porcentaje considera que realmente lo hará. No obstante, en la actualidad puede percibirse en Ucrania cierto escepticismo sobre el desarme, por ejemplo al aumentar las aspiraciones para integrar la OTAN. Así, el porcentaje de los ucranianos a favor de la membresía en la OTAN aumentó a un 78 por ciento en 2016, del 15 por ciento existente tres años atrás. Los ucranianos tienden a considerar la capacidad de disuasión ampliada de la OTAN como bastante plausible. Por supuesto, Ucrania no integra la OTAN, y no puede beneficiarse de las disposiciones del Artículo V sobre defensa colectiva de la organización (aunque el Gobierno ha proclamado oficialmente su intención política de convertirse en miembro de la OTAN).

La abstención de Kiev en relación con el tratado de prohibición de las armas nucleares puede considerarse una expresión de solidaridad con el paraguas nuclear de EE. UU, solidaridad que también demostraron la mayoría de las naciones de la OTAN. Para Ucrania la disuasión ampliada de Estados Unidos representa una ilusión que aún no se ha roto, a diferencia del memorándum de Budapest. Con su abstención, es posible que Ucrania haya querido también recordarle al mundo que la disuasión ampliada funciona como un incentivo para la no proliferación. Es cierto que esta forma de pensar proviene de una suerte de paradigma neorrealista, lo que quizás es lamentable, pero los hechos ocurridos en 2014 demuestran que es bastante difícil evitar este tipo de visión del mundo cuando tu vecino la practica activamente.

Ucrania puede haberse abstenido del tratado de prohibición, pero uno de sus objetivos políticos es redactar un tratado global que ofrezca garantías de que los Estados con armas nucleares no las utilicen contra los Estados que no las poseen. Estas garantías deben proporcionarse dentro del marco del TNP, un mecanismo que ha demostrado ser relativamente eficaz desde 1968. El tratado no funciona a la perfección, pero por lo general defiende los valores e intereses de los Estados miembros en relación con la energía nuclear, la seguridad global y la disuasión ampliada. ¿Se puede mejorar? Sí, pero quizás es precisamente por eso que Ucrania desea redactar un tratado sobre garantías de seguridad dentro de la estructura del TNP.

Por otro lado, es probable que un tratado de prohibición exista fuera de la estructura del TNP. Con 38 naciones que votaron en contra del tratado propuesto, parece claro que el mundo todavía no está preparado para una prohibición completa de las armas nucleares. Aun cuando todos los países puedan estar a favor de evitar las guerras mundiales destructivas, dos bandos independientes ven a la lucha por la paz global desde dos ángulos diferentes.

A pesar de sus fallos, el TNP toma en cuenta los dos puntos de vista; el tratado propuesto no podría hacerlo. Algunos Estados prohibirían las armas nucleares, otros no. El tratado se parecería al Pacto Briand-Kellogg, un acuerdo celebrado en 1928 para prohibir la guerra, con el que todos estuvieron de acuerdo pero que nadie tomó en serio. Por otro lado, el nuevo tratado podría llegar a tener un poder real, y quitarle las credenciales al TNP. Ahora bien, si resulta que el nuevo tratado es más moral y menos desigual que el TNP, ¿el último tratado podrá hacer frente a sus desafíos o se desgastará gradualmente? Si se desgasta, ¿cuál será la respuesta de las naciones que consideran a las armas nucleares como una cuestión de orgullo nacional, grandeza y soberanía? ¿Cómo responderán las naciones temerosas de los ataques de vecinos poderosos? ¿No creará el nuevo tratado una verdadera pesadilla hobbesiana en la que todos peleen contra todos, usando todas las armas posibles? ¿Qué sucede cuando se abandonan las viejas reglas, pero varias docenas de Estados no aceptan las nuevas?

Si el nuevo tratado no logra abolir las armas nucleares y debilita al TNP, sin reemplazarlo eficazmente, el orden nuclear global podría enfrentarse a grandes peligros.

 

El tratado de prohibición: una medida provisional pero profunda desde el punto de vista político

Es momento del siguiente pilar fundamental en el proceso hacia la desnuclearización universal: un tratado que prohíba las armas nucleares.

El primer pilar fundamental importante en la iniciativa por crear y mantener un mundo sin armas nucleares fue el Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP) que entró en vigor en 1970. Un tercer pilar fundamental sería una convención sobre armas nucleares que estableciera los plazos, tecnicismos y mecanismos de verificación que la eliminación de armas nucleares supone.

Esto nos da una idea sobre lo que un tratado de prohibición -el segundo de los tres pilares fundamentales importantes- debería incluir, y por qué sería necesario. Ahora bien, ¿por qué ahora es el momento?

Una respuesta es que el lento ritmo del desarme ha hecho perder la paciencia a muchos Estados sin armas nucleares. Sin embargo, con el giro nacionalista que actualmente ha tomado la política global, tal como se reflejó en el voto del Reino Unido para salir de la Unión Europea y en la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la iniciativa del tratado de prohibición ha cobrado actualidad. Hoy día, el tabú nuclear que ha evolucionado desde que se utilizaron bombas atómicas contra Japón en 1945 parece estar amenazado.

El tabú nuclear evita que se usen las armas nucleares; a su vez, no utilizarlas refuerza el tabú. De hecho, una norma como el tabú evoluciona con el tiempo, a medida que se adoptan o no determinadas medidas, sobre la base de las ideas sobre lo que es adecuado, correcto, moral y sensato. Cada vez que existe la posibilidad de usar armas nucleares en un conflicto pero, debido a que se considera que su utilización es una respuesta inadecuada frente a una situación determinada y contradictoria con los valores de una sociedad (ya sea nacional como internacional), el tabú cobra fuerza. En el contexto nacionalista actual, las declaraciones efectuadas al descuido podrían volver a encender en la imaginación el concepto de que las armas nucleares pueden servir.

El tratado de prohibición debería elevar al tabú nuclear al nivel de absoluto; la utilización de armas nucleares debe ser impensable. La prohibición debe cerrar el vacío dejado por la Corte Internacional de Justicia en 1996 cuando dictaminó sobre la legalidad del uso de armas nucleares. La Corte determinó que «no podía concluir de forma definitiva si la amenaza o uso de armas nucleares sería legítima o ilegítima en una circunstancia extrema de defensa propia, en la que estuviera en riesgo la misma supervivencia de un Estado». La prohibición debe dejar claro que no puede existir ninguna situación imaginable que justifique el uso de armas nucleares o incluso la amenaza de uso. De esa forma, la prohibición es un instrumento para llegar a un punto final en el que la no utilización de armas nucleares se convierta en lo que en Derecho se denomina jus cogens, es decir, una norma imperativa que simplemente se asume y que nadie, nunca, podrá derogar.

Sin embargo, para tener en cuenta casos específicos de conductas humanas (como el uso de armas nucleares) a través de la óptica del jus cogens es necesario un trabajo político. Para ser imperativo, el tabú nuclear debe ser aceptado y reconocido como tal por toda la comunidad internacional. Por consiguiente, el tratado de prohibición es un instrumento para perturbar la comodidad de aquellos que todavía creen que la lógica de la disuasión (o la destrucción mutua asegurada) ofrece una justificación centrada en la seguridad para las armas nucleares. En lugar de la lógica de la disuasión, la prohibición establece el concepto de que la seguridad se encuentra en la lógica de la abstinencia mutua asegurada de la opción nuclear.

Criaturas odiosas. La celebración de una conferencia para negociar un tratado de prohibición es inminente debido al trabajo político combinado que actores estatales y no estatales ya han llevado a cabo; este trabajo político se conoce como la iniciativa humanitaria. La iniciativa humanitaria ha cambiado el enfoque de la prohibición nuclear, que ha dejado de estar en los actores para centrarse en la tecnología. A pesar de su enorme éxito en la contención de las armas nucleares, el TNP se centra en los actores: los que tienen y los que no tienen armas nucleares. En virtud del tratado, todos los Estados están obligados a negociar de buena fe el desarme general y completo, pero no se estipula ninguna fecha límite para estas negociaciones. Este vacío jurídico se ha utilizado con poca sinceridad como un medio para permitir que las armas nucleares permanezcan en las manos «correctas» y para mantenerlas alejadas de las manos «equivocadas». Por otra parte, un tratado de prohibición consideraría inhumanas a todas las armas nucleares. Incluso cuando se considerara que están en «buenas» manos, seguirían siendo ilegítimas.

En el nivel normativo, un tratado de prohibición puede funcionar para estigmatizar las armas nucleares para todos y, por consiguiente, estigmatizar a las naciones que las conservan, aun cuando estas no hubieran adherido al tratado de prohibición. Para la opinión pública, los Estados poseedores de armas nucleares deben llegar a verse (y sus defensores deben llegar a sentirse) como Gollum, la odiosa criatura del libro El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien, que dice: «Lo queremos, lo necesitamos. Debemos conseguir el tesoro». Sin dudas la prohibición será un importante instrumento legal pero, más que eso, será un instrumento político en torno al cual los activistas -ya sea los Estados, como las personas individuales o la sociedad civil- pueden continuar con su labor política para crear un sentido común de que la posesión de armas nucleares es inmoral e irracional.

Crear realidad. Así pues ¿qué debería incluirse realmente en un tratado de prohibición? La experiencia de mi propio país, Sudáfrica, que tuvo en el pasado armas nucleares pero renunció a ellas, puede darnos una pista. Sudáfrica ganó autoridad moral cuando en 1990 llevó a cabo la desnuclearización, y sucedería lo mismo con cualquier otro Estado con armas nucleares que renunciara a ellas. Abandonar las armas nucleares es un logro que la comunidad internacional debe celebrar, y el tratado de prohibición debe incluir lenguaje positivo que incite a la desnuclearización.

Además, el tratado de prohibición podría declarar en su preámbulo que los Estados miembros «están deseosos de ver a los Estados poseedores liderar la iniciativa de conseguir y mantener un mundo sin armas nucleares, iniciando las negociaciones para una convención sobre armas nucleares». Una declaración ulterior podría reconocer «un rol especial para los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la organización que tiene la responsabilidad principal de asegurar la paz y seguridad internacionales, predicando con el ejemplo al liderar la desnuclearización».

El tratado no debería estar repleto de demasiados detalles. Tampoco deberían crearse nuevas instituciones en este momento; esa sería una prerrogativa de la convención. Gran parte de la labor de verificación relacionada con la prohibición podría subsumirse en estructuras ya existentes, como el Organismo Internacional de Energía Atómica.

Como medida provisional en el camino hacia una convención sobre armas nucleares, la prohibición debería ser en sí misma un paso sencillo pero importante. Podría acelerar el desarme. Sin embargo, no sería un instrumento directo para obligar a las naciones con armas nucleares a desarmarse. En su lugar, sería un elemento de un proyecto a largo plazo para construir una realidad en la que no hubiera lugar para las armas nucleares y en la que las naciones con armas nucleares lograran ver la realidad desde esa perspectiva.

 

Round 2

La realidad es que la humanidad no podrá evitar indefinidamente el uso de armas nucleares

Un lector del Bulletin de nombre Ryan Alt sostiene en los comentarios de esta mesa redonda que «es muy difícil concebir un tratado de prohibición [de las armas nucleares] como algo más que una vana ilusión». Otro lector, Keith B. Rosenberg, escribe que «nunca debería hacerse un tratado que no tendrá adhesiones», básicamente, que el tratado de prohibición es demasiado idealista como para ser factible.

Yo sostengo lo contrario, que la valoración realista de las armas nucleares y de los peligros que conllevan exigen la negociación de un tratado de prohibición. Lo que es sumamente idealista es creer que la humanidad, de poseer armas nucleares de forma indefinida, logrará evitar indefinidamente una guerra nuclear.

Esto me lleva al concepto de disuasión, que han abordado mis colegas de mesa redonda Joelien Pretorius y Polina Sinovets. En mi opinión, la Guerra Fría puede haber representado una época dorada para la disuasión, pero esa época ya terminó. El mundo de la Guerra Fría se organizó en torno a dos superpotencias, cada una de las cuales poseía decenas de miles de armas nucleares, listas para usarse en cualquier momento. Las armas se podían lanzar mediante plataformas aéreas, terrestres y marítimas. Ambas partes contaban con la capacidad de contraatacar de la otra, lo que servía como disuasión para un primer ataque.

Ahora bien, el mundo se ha vuelto más complicado. Ya no está organizado en bloques estables en torno a dos superpotencias, sino que el poder se ha vuelto más difuso y han proliferado las armas nucleares. En Asia Meridional nuclear, las inestables relaciones entre India y Pakistán son preocupantes. En Corea del Norte la inestabilidad del mismo Kim Jong Un es preocupante.

Los perfiles de los líderes actuales de Estados Unidos y Rusia probablemente no son mejores. El control del arsenal nuclear estadounidense por Donald Trump ha desconcertado a los observadores expertos desde que surgió como un rival serio para la presidencia de Estados Unidos. Vladimir Putin se ha vuelto cada vez más agresivo, prácticamente desafiando a Occidente a ponerse firme.

Los pensadores realistas han caracterizado tradicionalmente a las personas a cargo de las armas nucleares como actores racionales, capaces de llevar a cabo análisis precisos de costos y beneficios y de dar una respuesta sensata a la realidad de que sus posibles rivales posean también armas nucleares. Algunos académicos realistas han sostenido que el mundo lograría una mayor estabilidad estratégica si más Estados tuvieran armas nucleares. Sin embargo, incluso los realistas deberían darse cuenta de que no necesariamente se puede confiar en que la mayoría de los líderes que en la actualidad controlan armas nucleares se comporten de forma racional.

Una característica de las armas nucleares que las distingue de todos los otros tipos de armas es que la destrucción que causan es irreversible. Tras una guerra nuclear, ningún programa de reconstrucción podría paliar un invierno nuclear. Ningún esfuerzo humano podría eliminar las enormes cantidades de radiación contaminante del ambiente. Por consiguiente, ¿es irreal, entonces, estar alarmado por los líderes actuales de los Estados poseedores de armas nucleares más importantes? Incluso los realistas deben admitir que no lo es.

Así que, ¿es realista esperar pasivamente al desarme mientras que la potestad de lanzar misiles con ojivas nucleares está en manos de líderes cuya racionalidad está en cuestión? ¿O es realista trabajar en pos del desarme, lo que incluye al tratado de prohibición, de modo que ningún líder irracional pueda iniciar alguna vez una guerra nuclear?

No olvidemos que una vez que un líder oprima el botón, será muy tarde para decir «¡ay!».

 

El control de armas es realista; el desarme general probablemente no lo es

El doctor Pangloss, el famoso personaje de Voltaire, se pasó la vida creyendo que «en este mundo, el mejor de todos los posibles, todo será para mejor». En una afirmación de mi colega de mesa redonda Joelien Pretorius, acerca de que el texto sobre desarme en el Tratado de No Proliferación Nuclear es inequívoco, siento un poco a Pangloss.

El texto del tratado sobre desarme es todo menos inequívoco. Requiere que sus signatarios lleven a cabo negociaciones «de buena fe» pero, en ausencia de buena fe, ¿qué significa el texto? De hecho, si todas las partes del tratado hubieran demostrado buena fe durante el transcurso de los años, en la actualidad no habría necesidad de procurar un tratado de prohibición de las armas nucleares. El desarme nuclear general ya se habría negociado.

La Sudáfrica de Pretorius es digna de admiración por haber eliminado sus armas nucleares. Sin embargo, otras naciones creen, tomando prestadas las palabras del politólogo ruso Sergey Karaganov, que «Dios envió las armas nucleares para salvar a la humanidad». La Iglesia Ortodoxa Rusa ha dado su bendición a las armas nucleares del país. En lo que concierne al Estado ruso, los llamamientos al desarme nuclear general son una mera hipocresía. El desarme general solo beneficiaría a las naciones con fuerzas convencionales superiores.

Pretorius sostiene que la disuasión nuclear no funciona pero, en la opinión de Rusia, sí lo hace. Si no es así, ¿por qué la OTAN ha respondido con tanta cautela a la política nuclear rusa durante los últimos años? Es más, ¿por qué Moscú sigue evitando con cuidado cruzar las líneas rojas de la OTAN? Sin dudas, podría sostenerse que el equilibrio de las armas convencionales permite la disuasión entre ambas partes. No obstante, la historia demuestra que la fiabilidad de la disuasión convencional es dudosa, mientras que no existe ninguna prueba directa que indique que la disuasión nuclear no funcione.

La reputación de las armas nucleares es temible, pero han sido las armas convencionales las que han causado el mayor número de víctimas en la historia de la guerra. Poco después de crear las armas nucleares, los seres humanos entendieron que se encontraban al borde de la autodestrucción, y desde entonces han logrado evitar su uso. Podría incluso sostenerse que las armas nucleares ni siquiera son armas de guerra, sino armas para el diálogo. De hecho, esta puede ser la razón por la que Rusia les confiere tanta importancia.

Digo todo esto solamente para hacer hincapié en que el progreso hacia el desarme nuclear es posible solo si las distintas partes reconocen los procesos de pensamiento y puntos de vista de las demás. Sudáfrica merece nuestros elogios por haber logrado el desarme, pero otras naciones viven en condiciones diferentes y tienen diferentes formas de entender el mundo. Es cierto que puede animarse a Rusia a desarmarse pero, desde la perspectiva de ese país, procurar una prohibición completa de las armas nucleares es un juego deshonesto cuya finalidad es socavar su soberanía. Un objetivo más realista sería implicar a Rusia en ulteriores reducciones nucleares y control de armas.

Si un concepto ha demostrado su utilidad en el pasado, como es el caso de la disuasión nuclear, debe procederse con mucha cautela antes de abandonarlo. A su vez, sostener que la disuasión no es eficaz puede, en lugar de descalificarla, descalificar los propios argumentos.

 

Tanto si tiene éxito como si fracasa, el tratado de prohibición no desgastará al TNP

A pesar de lo sugerido por mi colega de mesa redonda Polina Sinovets, un tratado para prohibir las armas nucleares no desgastará al Tratado sobre la no proliferación de las armas nucleares (TNP). Por el contrario, a corto plazo el tratado de prohibición ayudaría al TNP a sobrevivir. A largo plazo, ayudaría al TNP a cumplir su promesa de desarme nuclear. Lejos de perjudicar al TNP, el tratado de prohibición se asentaría sobre el primer tratado. El TNP es en sí mismo inequívoco sobre la necesidad del desarme nuclear general, e inequívoco acerca de que es necesario negociar un nuevo tratado a fin de lograr este objetivo.

Es cierto que los Estados que ratificaron el TNP previeron que podrían conservar las armas nucleares durante un plazo indefinido. Sin embargo, habiendo transcurrido ya casi 50 años, es hora de que se haga honor a los compromisos de desarme establecidos en el artículo VI del tratado. En 1995, cuando el TNP se prorrogó indefinidamente, se volvió a confirmar la obligación de todos los miembros del tratado de negociar un nuevo tratado sobre el desarme general y completo. Sin duda alguna, mi propio país, Sudáfrica, no habría presionado para la prórroga si los Estados poseedores de armas nucleares no hubieran ofrecido garantías de que negociarían «con determinación» para lograr la desnuclearización global. Probablemente podría decirse algo similar de todos los 122 Estados que en octubre votaron en las Naciones Unidas junto con Sudáfrica a favor de la negociación de un tratado de prohibición.

Si el TNP no se hubiera prorrogado en 1995, probablemente se hubieran iniciado las negociaciones para un tratado alternativo que estableciera una fecha para la implementación del desarme general y completo. Tomando prestadas las palabras de Sinovets, esto habría sido necesario para evitar una «verdadera pesadilla hobbesiana en la que todos peleen contra todos». Por consiguiente, los años transcurridos desde 1995 han sido un período de gracia para los Estados con armas nucleares y para quienes piensan que la disuasión ampliada funciona. Yo no pienso que funcione. Se limita a retrasar la resolución de los conflictos. Además, ¿qué sucede si la nación bajo cuyo paraguas nuclear buscas protección se vuelve de repente la mejor amiga de tu enemigo? Para la Ucrania de Sinovets, en la que se están afianzando las aspiraciones de integrar la OTAN, esta parecería ser una pregunta pertinente.

La verdadera amenaza para el TNP no es el tratado de prohibición propuesto, sino que las naciones con armas nucleares, y las naciones con las que estas se vinculan a través de acuerdos de seguridad colectiva, no cumplan con sus obligaciones de desarme de buena fe. Con el tiempo, esto podría dar lugar a que los Estados denunciaran el tratado. Durante estos tiempos de incertidumbre en la política mundial, este desgaste podría acelerarse, a menos que todas las partes puedan avanzar en la implementación de las disposiciones del TNP en materia de desarme.

Una forma de lograrlo es a través de un tratado de prohibición. A pesar de que es probable que el tratado de prohibición se negocie por fuera de las conferencias de examen del TNP, los negociadores pueden -y sospecho que lo harán- referirse explícitamente al TNP en el texto del tratado de prohibición. Esto garantizará un fuerte vínculo jurídico entre los dos tratados, que se sumará al vínculo normativo ya existente. Por consiguiente, todas las inquietudes acerca de que no se aplicarán las normas del TNP si el tratado de prohibición tiene éxito son injustificadas.

¿Y qué sucederá si fracasa el tratado de prohibición? En primer lugar, es necesario definir qué se entiende por fracaso. Como escribí en mi artículo de la primera ronda, considero que el tratado de prohibición es una parte provisional de la labor política que ayudará, a largo plazo, a lograr un mundo sin armas nucleares. En ese contexto, si la amplia coalición de Estados y organizaciones de la sociedad civil que apoyan al tratado de prohibición abandonaran el proceso, el tratado habría fracasado. Ahora bien, es improbable que esto ocurra. Aun cuando así fuera, y si los Estados deciden denunciar el TNP tras el fracaso del tratado de prohibición, lo harán porque los Estados poseedores de armas nucleares siguen negándose al desarme. Así pues, tanto si tiene éxito como si fracasa, el tratado de prohibición no desgastará al TNP. Los Estados con armas nucleares están haciendo una labor excelente para desgastarlo por sí mismos.

 

Round 3

Procuremos el desarme, mientras todavía tengamos la posibilidad

¿Por qué está tan mal debatir sobre un tratado de prohibición de las armas nucleares?

Esta es la pregunta que no puedo evitar hacer al leer esta mesa redonda, incluyendo las respuestas de algunos lectores.

Esta pregunta, aparentemente sencilla, se puede entender de al menos dos formas distintas. En primer lugar, como una reacción frente a determinados críticos de la iniciativa del tratado de prohibición que creen que esta tiene pocas posibilidades de obligar al desarme y que, por lo tanto, es una vana pérdida de tiempo.

Bien, si vamos al meollo de la cuestión, ¿alguien utiliza su tiempo de la forma más eficiente posible, siempre, durante toda su vida? ¡Probablemente no! Así que ¿cómo puede ser que participar en un debate intelectual sobre un tratado de prohibición de las armas nucleares sea una pérdida de tiempo tan atroz?

Imaginen por un segundo, aun cuando les resulte difícil, un mundo del que hayan desaparecido las armas nucleares. Imaginen un mundo en el que ningún país pueda intimidar a sus vecinos con amenazas nucleares, ninguna nación pueda actuar con impunidad sencillamente porque posee un arsenal nuclear, y ninguna organización terrorista pueda adquirir armas nucleares sofisticadas o el material necesario para fabricar un dispositivo nuclear rudimentario. ¿Un mundo así no sería un mejor lugar para vivir? ¡Probablemente sí!

Entonces, ¿qué tiene de malo soñar con un mundo sin armas nucleares y los peligros que conllevan? ¡Nada! No le cuesta nada a nadie.

Aun cuando otras personas lo califiquen como una pérdida de tiempo precioso, estoy dispuesto a invertir algo de mi propio tiempo en este «vano» ejercicio de procurar el desarme. Durante el transcurso de la historia, muchos «vanos» ejercicios a la larga han logrado sus objetivos. Mi colega de mesa redonda Joelien Pretorius proporcionó el excelente ejemplo de la campaña del siglo XIX para abolir la esclavitud. En aquellos días, terminar con la esclavitud parecía una causa tan imposible como el desarme nuclear en el siglo XXI.

Ahora bien, la segunda razón por la que pregunto qué hay de malo en debatir sobre un tratado de prohibición de las armas nucleares es que es una forma de señalar que las críticas a la iniciativa del tratado de prohibición muchas veces abarcan cuestiones que tienen poca relación con el tratado en sí mismo. Una de estas críticas se relaciona con las supuestas repercusiones negativas del tratado de prohibición sobre los acuerdos existentes sobre el control de armas y el desarme.

Cuando en octubre la Primera Comisión de la ONU votó a favor de iniciar las negociaciones este año para adoptar «un instrumento jurídicamente vinculante que prohíba las armas nucleares y conduzca a su total eliminación», no interfirió para nada con la implementación de las estructuras existentes para el control de armas y el desarme. Si, de hecho, se negocia y aprueba un tratado de prohibición, esto solo significará que era el momento oportuno para negociarlo, ¡y no que este será impuesto a partes de tratados existentes por alienígenas del espacio exterior! Criticar al tratado de prohibición por el daño que supuestamente causaría a las estructuras existentes para el control de armas y el desarme solo demuestra lo difícil que resulta encontrar argumentos convincentes contra la iniciativa del tratado.

¿Armas aún peores? En su tercer artículo, mi colega Polina Sinovets sostuvo que «si la humanidad se deshace de la bomba…esto puede no ser una bueno». Cree que «el mundo podría volver…a la antigua y conocida búsqueda de un “arma suprema”». Según Sinovets, dado que el desarme nuclear podría dar lugar a la aparición de armas incluso peores, es mejor darnos por satisfechos con las armas que ya tenemos.

No estoy de acuerdo. Si hiciéremos una gráfica que mostrara los avances en la tecnología militar a lo largo de la historia de la humanidad, veríamos una curva que ascendería lentamente hasta el surgimiento de las armas nucleares y, a partir de entonces, mostraría una cuesta pronunciada. Por consiguiente, deberíamos esperar la aparición de armas peores, a menos que un tratado de prohibición pueda frenar la producción, almacenamiento y utilización de las armas nucleares, y a menos que la comunidad global mostrara la resolución de terminar con el rápido desarrollo de las tecnologías militares.

Ahoraes el momento de mostrar esa resolución. El tabú nuclear se ha mantenido desde 1945 pero, si alguna vez se transgrede, la capacidad de la humanidad para siquiera contemplar cuestiones como el desarme correrá un grave peligro.

 

Es mejor soportar los males que sabemos

En cierta medida, el control de las armas nucleares y el desarme nuclear van de la mano. Sin embargo, cuando se enfrentan a la cuestión de la disuasión y su utilidad, se apartan rápidamente. Este es el argumento central del tercer artículo de mi colega de mesa redonda, Joelien Pretorius, y estoy de acuerdo. Ahora bien, ¿por qué exactamente el control de armas y el desarme se apartan? Creo que se debe a que estos dos enfoques sobre las armas nucleares se basan en concepciones del mundo fundamentalmente diferentes.

El desarme nuclear procura destruir las herramientas de guerra más inhumanas y, por lo tanto, salvar a la humanidad de la aniquilación. Una vez logrado el desarme, los seres humanos lo considerarán un beneficio, y mantendrán cuidadosamente la paz mundial.

El control de armas empieza con la idea de que los seres humanos son belicosos por naturaleza. La eliminación de las herramientas de destrucción global no dará lugar a la paz. Por el contrario, el desarme nuclear podría llevarnos directamente a la Tercera Guerra Mundial. La humanidad podría enfrentarse al riesgo de una terrible devastación, sin armas nucleares.

La receta de Pretorius para lograr el desarme depende en gran medida de la estigmatización de las armas nucleares. Sin embargo, aun cuando la estigmatización conduzca a la eliminación, no podemos olvidar los conocimientos subyacentes a la producción de armas nucleares. Es más, siempre habrá alguien a quien le preocupe menos la ética de la guerra que obtener poder, lo que podría sentar las bases para que uno o algunos Estados, a los que no les importe que las armas nucleares sean inhumanas, establecieran una dictadura nuclear. No es necesario buscar demasiado para encontrar líderes que podrían ser capaces de practicar chantaje nuclear o incluso de usar armas nucleares, sin importar el estigma. Saddam Hussein utilizó armas químicas tanto contra Irán como contra su propio pueblo, e intentó durante mucho tiempo desarrollar armas biológicas, a pesar de que ambas actividades conllevaban el estigma de inhumanidad. Más recientemente, se cree que Siria utilizó armas químicas contra su propio pueblo.

Existe también otro peligro: el desarme podría relegar a la no proliferación a la periferia de la política. En la actualidad la comunidad internacional ejerce un estricto control sobre las armas nucleares. Si este y la atención que les presta disminuyeran, a los Estados inescrupulosos y los terroristas con escaso interés en la ética o la moral podría resultarles más sencillo obtener acceso a la tecnología nuclear.

Aun cuando la mayoría de las personas prefieren solucionar sus controversias mediante el diálogo pacífico, a menudo son solo unos pocos individuos que procuran conseguir influencia a través de la agresión los que determinan el curso de la historia. Es ingenuo sugerir que la estigmatización de las armas nucleares eliminará el ansia de poder. De hecho, bien puede considerarse que las armas nucleares representan un obstáculo para las conductas agresivas. En lo que a la prevención de la violencia refiere, el temor puede ser más eficaz que el sentido común.

Si la humanidad se deshace de la bomba, podría liberarse del temor de que la guerra pueda llevar a la extinción global. Esto puede no ser bueno. El mundo podría volver a una época en la que la guerra era rutina e incluso una forma aceptable de hacer política. Podría volver a la antigua y conocida búsqueda de un «arma suprema», que dio lugar a la pólvora, la fuerza aérea y, en última instancia, a las armas nucleares. Tras el desarme nuclear, ¿qué tipo de arma sobrevendría? ¿Tendría la misma fuerza disuasiva que poseen en la actualidad las armas nucleares?

Después de todo, quizás sea mejor, como dijo Hamlet de William Shakespeare, «soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos».

 

Cómo aprendí a odiar la bomba

El tratado de prohibición de las armas nucleares que se propone parecería tener muchas cosas en común con el control de las armas nucleares. Después de todo, ambos enfoques reconocen que las armas nucleares son peligrosas y procuran reducir el número de armas nucleares en el mundo. Sin embargo, la verdad es que el control de armas y el tratado de prohibición confieren a las armas nucleares significados muy diferentes. La consecuencia es que solo uno de los enfoques, el tratado de prohibición, tiene alguna esperanza de conducir al desarme nuclear general.

Como escribí anteriormente en esta mesa redonda, no considero que el tratado de prohibición sea una herramienta que pueda obligar a los Estados con armas nucleares a renunciar a ellas. Por el contrario, es una herramienta que puede estigmatizarlas y afianzar más el tabú contra su utilización, creando así las condiciones para el desarme.

«Estigmatizar» significa calificar algo (o a alguien) de vergonzoso, detestable y digno de condena. ¿Por qué es tan importante estigmatizar a las armas nucleares?

Para señalar lo evidente, las armas nucleares causan destrucción masiva. No hay palabras para describir el sufrimiento humano causado por las bombas atómicas lanzadas en Japón en 1945, que eran pequeñas en comparación con los artefactos que se han desarrollado y almacenado desde entonces. En la actualidad, una guerra nuclear podría causar estragos ambientales a una escala que pondría en riesgo de extinción a los seres humanos. Los efectos de las detonaciones nucleares no tendrían ninguna contención espacial ni temporal, sino que atravesarían fronteras y generaciones. Según todos los criterios razonables, las armas nucleares contravienen el derecho internacional humanitario, que regula cómo deben pelearse las guerras.

Por estas razones, no cabe esperar que los Estados que no poseen armas nucleares se comporten como si las armas nucleares simplemente formaran parte de los derechos de soberanía de los Estados que sí cuentan con ellas. Por el contrario, las detonaciones nucleares y sus consecuencias están dentro de los problemas más acuciantes de toda la humanidad, tanto de los Estados, como de la sociedad civil y las personas físicas. Esta es la actitud subyacente a la iniciativa humanitaria, un proceso político que ahora ha dado lugar a la inminente negociación de un tratado que prohíba las armas nucleares.

Entretanto, el enfoque del control de armas es muy diferente. A pesar de su utilidad e importancia, el control de armas no hace suficiente énfasis en la urgencia del desarme nuclear. El control de armas reconoce en las armas nucleares los mismos peligros reconocidos por el tratado de prohibición, pero supone que estos peligros se pueden llevar a un nivel aceptable, si se reducen los arsenales y los niveles de alerta, se instalan líneas directas, etc.

El control de armas está condicionado a que los actores a cargo de las armas nucleares eviten las catástrofes comportándose de forma racional. Presupone un entorno ordenado y el cumplimiento de las normas. Ahora bien, aquí radica el problema: el control de armas no renuncia a la idea de que las armas nucleares, al obrar como disuasión de una guerra, especialmente de una guerra nuclear, suponen un beneficio para la humanidad. La aceptación de la disuasión nuclear es la perdición del control de armas. El control de armas exige que las armas nucleares no se controlen demasiado pues, de lo contrario, los actores podrían llegar a sentir que sus enemigos con armas nucleares no están dispuestos a utilizarlas. Esto podría significar el fracaso de la disuasión.

El control de armas sufre un dilema. Intenta dominar a las armas nucleares, pero al mismo tiempo mantiene el pretexto para poder usarlas. Esto da lugar a extrañas estrategias, como la «teoría del loco» de Richard Nixon, que implica proyectar una imagen de inestabilidad psicológica para convencer a los enemigos de que podrían usarse armas nucleares. Con este tipo de enfoque, se invierten la estabilidad y racionalidad que el control de armas adjudica por lo general a la disuasión nuclear. En la actualidad a veces se invoca la teoría del loco para explicar las imprevisibles y cambiantes opiniones de Trump sobre las armas nucleares.

Incluso atendiendo a la mejor de sus interpretaciones, el enfoque del control de armas con respecto a las armas nucleares es contradictorio. Estas armas son malas pero, si les ponemos límites, son buenas; siempre y cuando no les pongamos demasiados límites. Según su peor interpretación, el control de armas insta a la humanidad, tomando prestado el título de la película de Stanley Kubrick, Dr. Strangelove, a «dejar de preocuparse y aprender a amar la bomba».

No sostengo que el control de armas sea inútil, pero no es suficiente. No eliminará del mundo a las armas nucleares, y su eliminación es la única forma que verdaderamente puede proteger a la humanidad de su uso.

El tratado de prohibición de las armas nucleares anuncia que la humanidad debería preocuparse, y debería aprender a odiar la bomba. Para estigmatizar a las armas nucleares de esta forma es necesaria la labor política. Su eliminación requiere un trabajo técnico. Ninguno de estos procesos será fácil o rápido. Sin embargo, al igual que en la campaña del siglo XIX para abolir la esclavitud, esta empresa no es imposible.

 



Topics: Nuclear Energy

 

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