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Clima, alimentos y la energía de biomasa

Muchos expertos han concluido que, si se va a limitar la concentración de gases de efecto invernadero mientras se satisface la demanda energética mundial, la energía de biomasa será un recurso indispensable. Al mismo tiempo, se espera que el cambio climático afecte la productividad agrícola de manera adversa; de hecho, el 15 % de las personas en países en vías de desarrollo, según la Organización para la Agricultura y la Alimentación  de la ONU, ya sufren de extrema inseguridad alimentaria. A continuación, N.H. Ravindranath de la India, Roberto Bissio de Uruguay y Jose R. Moreira de Brasil analizan el siguiente interrogante: ¿Cómo se alcanzarán los beneficios potenciales de la mitigación del clima al dedicar la tierra cultivable a la producción de energía de biomasa sin socavar aún más la seguridad alimentaria en el mundo en vías de desarrollo?

También se puede leer la Mesa Redonda sobre el Desarrollo y el Desarme en inglés, árabe y chino.

Round 1

Qué pueden hacer los biocombustibles

En las últimas tres décadas, la cantidad de tierra asignada a los cultivos de comida ha aumentado a una tasa bastante razonable, pero la producción mundial de alimentos se ha expandido de manera significativa. La Organización de Alimentos y Agricultura de la ONU pronostica que los patrones serán similares en las décadas futuras: la demanda de alimentos, de ahora en adelante a 2050, aumentará a una tasa anual de 1.1 %, pero este aumento en la demanda será satisfecho sólo mediante ganancias de productividad, con apenas un pequeño aumento en la cantidad requerida de tierras para cultivos. Si las ganancias de productividad llegan por debajo de las expectativas, habrá mucho terreno disponible para que se expanda el cultivo. En sí, la disponibilidad de la tierra no es el mayor obstáculo para la expansión de la producción bioenergética.

Sin embargo, el cambio climático podría afectar de manera negativa la productividad de la biomasa (es decir, la producción de cultivos agrícolas y materia prima de bioenergía) debido al aumento en las temperaturas y a la disponibilidad reducida de agua. Algunas personas argumentan que los efectos de estos cambios podrían ser bastante severos en el mundo en vías de desarrollo. Hoy en día, las temperaturas en áreas tropicales, según este argumento, son casi ideales para el crecimiento de los cultivos tropicales y las temperaturas más altas dañarían seriamente la productividad. Las zonas templadas, por otro lado, podrían percibir un mayor rendimiento así como temperaturas más altas. Como la mayoría del mundo en vías de desarrollo está ubicada en el trópico, los efectos de las temperaturas altas serían especialmente graves en los países más pobres. Pero aquí se debe avanzar con cuidado. Si la temperatura promedio aumenta 2 grados Celsius o más, el medio ambiente cambiará de varias maneras con toda certeza; no obstante, predecir con exactitud cómo se verá afectada cada región específica es muy difícil. No es tan fácil concluir que la reducción en la producción agrícola será más pronunciada en los países en vías de desarrollo.

No obstante, si uno asume que temperaturas promedio más altas alrededor del mundo afectarán de manera adversa la producción de biomasa, la cuestión entonces será hasta qué grado la bioenergía podría mitigar el cambio climático. La bioenergía puede generarse por buenos y malos medios. Pero si se utilizan tecnologías verdes y se siguen las políticas adecuadas, las pruebas sugieren que la bioenergía puede reducir de manera significativa las emisiones de gases del efecto invernadero y podrían mitigar de manera importante los impactos negativos del cambio climático.

Mi colega, Sergio Pacca, y yo hemos calculado que 70 millones de hectáreas de caña de azúcar plantadas en el mundo podrían —para el 2030, cuando la flota mundial de carros comprenda 1600 millones de vehículos— reemplazar toda la gasolina y diesel que se usan en carros y camiones (siempre y cuando los vehículos sean de tipo híbrido eléctrico). La caña de azúcar también podría generar la electricidad que los vehículos híbridos consumirían. De esta forma se evitarían grandes cantidades de emisiones de dióxido de carbono.

Algunos expertos creen que sin una alta dependencia de la bioenergía será imposible mantener el calentamiento planetario a menos de 2 grados. Sin embargo, si se utiliza la bioenergía adecuadamente y se buscan otras opciones de mitigación, es posible que no se cruce el límite de 2 grados (en cuyo caso el cambio climático no causaría ningún problema grave al suministro alimentario). Varios estudios han determinado que si el uso de combustibles fósiles no se reduce lo suficientemente rápido para limitar el calentamiento a 2 grados o menos, tal vez sea necesario combinar la bioenergía con la captura y el almacenamiento de carbono para reducir la concentración de gases de efecto invernadero. Esto significaría que los gases de efecto invernadero serían eliminados de la atmósfera por medio del cultivo, y luego se quemaría el cultivo para generar energía y capturar y almacenar el carbono restante. Pero los biocombustibles también podrían ser una parte importante de este método.

Para empezar, los biocombustibles derivados de algunos tipos de materia prima —principalmente caña de azúcar, pero también maíz, grasa de animal y aceite de palma plantado adecuadamente— producen menos emisiones de carbono que la gasolina y diesel durante su ciclo completo de vida. Sin embargo, la captura y almacenamiento del carbono podría en algunos casos empeorar el panorama ya que resultaría en emisiones nocivas. Este sería el caso con la fermentación de azúcar, un proceso necesario para elaborar etanol de azúcar, almidón y hasta materia celulósica. Durante la fermentación, la glucosa se divide en dos productos esencialmente: etanol y dióxido de carbono. El dióxido de carbono típicamente se suelta en la atmósfera. Sin embargo, sin tratamiento adicional, la corriente de dióxido de carbono puro podría ser enviada a acuíferos subterráneos salinos o a depósitos vacíos de gas o de aceite. Esta sería una de las maneras menos costosas de llevar a cabo la captura y el almacenamiento de carbono, ya que prácticamente la única acción requerida es el almacenamiento. Esta tecnología se está impulsando en Decatur, Illinois, y otro proyecto en Brasil ha recibido aprobación del Fondo para el Medio Ambiente Mundial. Combinar los biocombustibles con la captura y almacenamiento de carbono es una de las pocas tecnologías que pueden eliminar el carbono de la atmósfera y reducir la concentración de carbono.

But how much climate mitigation could already have been achieved if nations had begun pursuing bioenergy on a large scale as long ago as 1980? (At that time, examples of good bioenergy projects already existed, and it was around then that publics began to learn about the possibility of climate change.) My calculations suggest that by 2015 it would have been possible, through expansion of sugarcane-based biofuels alone, to cut annual carbon emissions by nearly 9 percent. Nothing can be done today about decisions made in 1980. But in the years to come, I believe that bioenergy must be a major strategy if temperatures are to be prevented from reaching truly dangerous levels.

¿Pero cuánta mitigación climática hubieran alcanzado las naciones si hubiesen utilizado la bioenergía a gran escala desde 1980? (En ese entonces, los ejemplos de buenos proyectos de bioenergía ya existían, y fue justo alrededor de ese tiempo que el público empezó a oír sobre la posibilidad de un cambio climático). Mis cálculos sugieren que para el 2015 sería casi posible, sólo con la expansión de biocombustibles con base en caña de azúcar, reducir las emisiones de carbono en casi un 9 por ciento. Hoy no podemos hacer nada sobre las decisiones tomadas en 1980. Sin embargo, en los años venideros, creo que la bioenergía debe ser una estrategia principal si se ha de prevenir que las temperaturas alcancen niveles verdaderamente peligrosos.

Reducir las emisiones, omitir la compensación falsa

En mayo de este año, la estación de medición en la cima del volcán Mauna Loa en Hawái detectó en la atmósfera, en el transcurso de 24 horas, una concentración promedio de dióxido de carbono de 400 partes por millón. Es probable que los niveles de carbono no hayan sido así de altos en los últimos 3 millones de años: desde antes de que los humanos existiesen.

La actividad humana es responsable de los altos niveles de dióxido de carbono, pero la mayoría de los humanos queman relativamente poco carbono. De acuerdo al Programa de Desarrollo de la ONU, mil millones de las personas más pobres tan sólo son responsables de un 3 % de las emisiones de carbono. (Muchas de ellas, sin embargo, viven en zonas rurales y en tugurios que son altamente vulnerables a las amenazas asociadas al cambio climático). Mientras tanto, los 1260 millones de personas que viven en las naciones que pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico son responsables del 42 % de carbono que se acumula en la atmósfera cada año, y estas naciones son abrumadoramente responsables del carbono arrojado en el pasado.

Los valores básicos como la justicia y el respeto a la dignidad humana hacen evidente que las personas más culpables por el carbono en la atmósfera —la séptima parte de los más ricos— deberían quemar menos carbono y contribuir más para responder a los problemas generados por el uso de combustibles fósiles. Pero la quema de combustibles fósiles es altamente adictiva. Las personas adictas a ella se valdrán de todos los trucos posibles para evitar los síntomas de abstinencia.

Uno de estos trucos es quemar el carbono derivado de la superficie de la Tierra (la biomasa) en vez de los depósitos de carbono extraídos del subsuelo (combustibles fósiles). Al principio esto parece tener sentido, ya que cuando se quema la biomasa, esta emite la misma cantidad de carbono que la que se almacenó durante la etapa de crecimiento de la biomasa; esto no debería resultar en un aumento neto de carbono atmosférico. Sin embargo, la cuestión no es tan simple cuando la idea se aplica a una escala industrial y se toman en cuenta todos los insumos y los efectos directos.

El Comité Científico de la Agencia Europea del Medio Ambiente argumenta que la bioenergía "tiene como propósito reducir [las emisiones de efecto invernadero] pero … aumenta la cantidad de carbono en el aire … si al cultivar la biomasa se reduce la cantidad de carbono almacenado en las plantas y en la tierra o se reduce la absorción continua de carbono". Además, muchos han señalado que los biocombustibles en sí, en realidad, utilizan más energía que la que producen. Además, reemplazar los combustibles fósiles con bioenergía implica que una enorme cantidad de terrenos agrícolas y de bosques se utilicen para otros propósitos. La deforestación y roturación masivas —que eliminan los sumideros de carbono y contribuyen a la concentración total de carbono— ya están ocurriendo en Indonesia y otros países dado el aumento de cultivo de materias primas como el aceite de palma.

Existen varios métodos prudentes para la mitigación del cambio climático. Las prácticas agrícolas modernas, que son responsables del 14 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, podrían ser suplantadas por la agricultura orgánica, que podría ser llevada a cabo sin emisiones de carbono y podría incluso contener grandes cantidades del mismo en la tierra. Pero esto requeriría que los acaudalados del mundo cambien sus hábitos de consumo, por ejemplo, comiendo menos carne. Los bosques podrían ser plantados de nuevo para que funcionen como sumideros de carbono, —aunque esto tendría un efecto neto sólo mientras se expanden los bosques. Los bosques de Europa, que han ido recuperándose desde los años 50, después de siglos de deforestación, han actuado como sumideros de carbono en las últimas décadas pero ya van demostrado las primeras señas de saturación.

Lo que es menester, sin embargo, es que los ciudadanos —en especial, los que habitan el mundo desarrollado— reduzcan sus emisiones de carbono. Para conseguir esto, probablemente sea necesario introducir impuestos sobre el carbono en los países pudientes. Sin embargo, los principales emisores entre los países desarrollados siguen buscando otras soluciones. Es como si un fumador, en vez de dejar el tabaco, decidiera mudarse a los suburbios para respirar aire más limpio. Es una manera falsa de compensación y la bioenergía es un ejemplo de ello. Crea la ilusión de que la economía es más verde. Permite que las personas posterguen decisiones importantes. No obstante, mientras los fumadores que no dejan el cigarrillo se hacen daño principalmente a sí mismos, los países desarrollados que consumen cantidades masivas de combustibles fósiles perjudican a personas inocentes.

Si nada cambia, sería como si se abandonara cualquier pretexto para el respeto de valores como la justicia y la dignidad humana. Estos valores han sufrido por mucho tiempo, ya que las naciones no han cumplido con "las responsabilidades comunes pero diferenciadas" que se analizan en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

El problema está en los detalles

La bioenergía, dado su potencial para mitigar el cambio climático y su contribución a la seguridad energética y el desarrollo rural, ha atraído bastante atención en los últimos años. Es un recurso energético sumamente versátil cuyas aplicaciones más comunes son la energía térmica para cocinar y los biocombustibles para el transporte, pero también abarca la electricidad. Los biocombustibles tales como etanol y biodiesel se producen de cultivos como la caña de azúcar o el maíz; la energía de biomasa proviene de materia prima (de madera, por lo general) mediante procesos que abarcan una gama de ámbitos, desde la simple combustión en una estufa de cocina hasta la conversión bioquímica. 

Otra ventaja de la bioenergía es que, comparada con los combustibles fósiles, se distribuye de manera equitativa alrededor del mundo y es accesible en todas las comunidades, —incluso para las personas de bajos recursos en áreas rurales, quienes suelen depender demasiado de la energía tradicional con base en la biomasa para cocinar, para la calefacción y hasta para las aplicaciones mecánicas tales como el riego por elevación. La biomasa tradicional a menudo es ineficiente, nociva para el medio ambiente y está vinculada con una baja calidad de vida. Sin embargo, han surgido varias tecnologías modernas de bioenergía que satisfacen de una manera sostenible para el medio ambiente las necesidades energéticas de las personas que viven en zonas rurales. Estas tecnologías incluyen estufas de cocina de biomasa eficientes, sistemas de biogas para cocinar y para la generación descentralizada de energía, gasificación de biomasa de madera y biocombustibles para el transporte.

Entretanto, las tecnologías de bioenergía siguen recibiendo un alto reconocimiento por su potencial para mitigar el cambio climático. Según la Evaluación de Energía Global, la bioenergía es vital si se quiere limitar el aumento de la temperatura global a entre 1.5 y 2 grados centígrados. En varias aplicaciones, la bioenergía podría reemplazar los combustibles fósiles, tales como los biocombustibles para el transporte. Pero otro acercamiento importante sería combinar la energía de biomasa con la captura y absorción de carbono. Esta tecnología involucra el cultivo que absorbe el dióxido de carbono, su quema para producir energía y la captura y almacenamiento del carbono que resulta de la combustión. La captura y almacenamiento de las emisiones del dióxido de carbono de la conversión de bioenergía tiene el potencial de generación de emisiones negativas; es decir, de retirar el carbono de la atmosfera.

Sin embargo, el potencial de la tecnología como una opción de mitigación aún es incierto debido a las limitaciones de la captura y almacenamiento del carbono y a la dificultad asociada con la producción de provisiones de biomasa. La energía de biomasa combinada con la captura y la absorción de carbono debe ser desplegada a gran escala si ha de tener un impacto significativo en las emisiones globales de gases de efecto invernadero; esto también es cierto en el caso de los biocombustibles. El despliegue a gran escala de estas dos tecnologías implica una producción sostenida y a gran escala de la materia prima bioenergética, y esto conlleva implicaciones potenciales para la seguridad alimentaria. 

Potencial y contención. Las implicaciones de seguridad alimentaria son diferentes para cada una de las tecnologías, y en especial en términos de su materia prima. Para la energía de biomasa combinada con la captura y absorción, se requiere por lo general de materia a base de madera (o leñosa). Esto se puede obtener de las plantaciones de árboles, pero si se utilizaran tierras de cultivo o bosques en una escala comercial para la producción de biomasa de madera, la seguridad alimentaria y la biodiversidad se verían afectadas de manera adversa.  Sin embargo, si las plantaciones sostenibles de árboles se establecieran en tierras degradadas o en tierras de barbecho para el cultivo, las implicaciones para la seguridad alimentaria serían nimias. Además, utilizar los residuos de bosques y tierras de cultivo no implicaría consecuencias para la seguridad alimentaria.

La materia prima para los biocombustibles, mientras tanto, se considera que pertenece a dos generaciones: el cultivo de primera generación, como el aceite de palma (que se puede utilizar para producir biodiesel) y la caña de azúcar (que se puede utilizar para producir etanol); y las fuentes de  generación del futuro, tales como la microalga (que se utiliza para producir biodiesel) y la biomasa de madera, pastos altos y residuos agrícolas (utilizados para el etanol).  Los biocombustibles de primera generación suponen un mayor riesgo para la seguridad alimentaria e implican efectos negativos para el medio ambiente, como por ejemplo, la reducción de la biodiversidad y el aumento del uso de agua. Es probable que estos efectos negativos sean particularmente graves en el mundo en desarrollo, donde dado el bajo costo de producción, probablemente ocurriría la mayor parte de la producción futura de biocombustible. Por lo tanto, aunque los biocombustibles pueden promover el desarrollo rural, general empleos rurales y recuperar tierras degradadas, se han vuelto sumamente controvertidos.

No obstante, la tecnología para convertir la materia prima de segunda generación a biocombustibles anuncia promesas significativas para evitar muchos de los retos asociados a la materia prima de primera generación. Los residuos agrícolas o de bosques y los cultivos leñosos de corta duración podrían ser recuperados de tierras poco rentables y degradadas.  Esto probablemente no tendría implicaciones serias para la seguridad alimentaria, los alimentos para ganado y la producción de fibra. Además, se espera que las nuevas tecnologías de biocombustible proporcionen beneficios netos en emisiones de gases de efecto invernadero. 

Considerando todo lo anterior, es difícil generalizar sobre la capacidad de la bioenergía para satisfacer las necesidades energéticas y la mitigación de cambio climático mientras evita los efectos adversos para la producción alimentaria, la biodiversidad, etcétera. Los impactos del uso de la bioenergía dependen de la tecnología utilizada (la producción de biocombustible y otras formas de energía de biomasa), la materia prima utilizada (residuos de bosque o de cultivos en vez de granos de alimentos, por ejemplo) y la escala de producción.

Round 2

Buenas razones para actuar en grande

En su ensayo de la primera ronda, N.H. Ravindranath habló sobre la incertidumbre alrededor del uso de la biomasa como una fuente principal de energía y le dedicó casi el mismo tiempo a las ventajas de la bioenergía y los riesgos asociados con la producción inapropiada de materia prima de biomasa. El método de Ravindranath parece adecuado para redactar un documento de alto impacto del tipo que requiere la aprobación de múltiples autoridades en varios países. Pero puede que en una Mesa Redonda como esta uno no necesite demostrar una igualdad tan rigorosa. La energía de biomasa se enfrenta a grandes obstáculos que incluyen el interés moderado que tienen en ella los proveedores tradicionales de energía. No escoger una postura clara sobre el tema de bioenergía, en cierto sentido, no permite aprovechar los beneficios de la bioenergía.

Estoy de acuerdo con Ravindranath en que explotar la biomasa para la energía requiere cuidado, y de hecho, este punto se encuentra entre las conclusiones principales del informe especial de 2011 sobre energía renovable y mitigación climática elaborado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Como ya escribí en la primera ronda, la bioenergía puede ser generada con buenos y malos métodos. Si se sigue el buen camino en vez del malo, se producirán ventajas significativas.

Como parte de ir por el buen camino está la evaluación del potencial de la energía de biomasa concentrándose en una región específica. En algunas áreas, la disponibilidad de labor rural, tierra, agua y sol hace posible la generación de grandes cantidades de bioenergía a un costo razonable. Otras regiones no son aptas para la producción de bioenergía porque carecen de uno o dos de estos elementos. Este es el motivo por el cual la bioenergía, aunque podría mitigar el cambio climático, (como lo enfatizó repetidamente el IPCC) no puede ser la única solución.

En la segunda ronda, Ravindranath adoptó un acercamiento a la bioenergía de lo pequeño es hermoso”, argumentando que Roberto Bissio y yo, en la primera ronda, nos concentramos excesivamente en los proyectos de bioenergía a gran escala. Pero sigo haciendo hincapié en estos proyectos a gran escala. ¿Por qué? Porque se han gastado décadas de esfuerzo en proyectos de bioenergía y, en general, son los grandes proyectos los que han prosperado.

No obstante, apoyar los proyectos de gran escala no quiere decir que nos olvidemos de los pobres en áreas rurales, en los cuales se enfocó Ravindranath en su segundo ensayo. En efecto, yo argumentaría que los proyectos de bioenergía a gran escala podrían ayudar mucho a mermar la pobreza rural. Es útil recordar que los pobres son pobres, en gran medida, porque los mercados lucrativos no existen donde ellos viven para venderles lo que ellos son capaces de producir: alimentos. El mercado urbano para los alimentos agrícolas de los pobres en áreas rurales a menudo está saturado y es altamente competitivo. Los mercados de bioenergía son diferentes. Los residentes urbanos, quienes ahora representan más de la mitad de la población del mundo, tienen la capacidad económica para comprar la bioenergía. Este mercado no está saturado y está abierto a los pobres en áreas rurales. Los grandes proyectos de bioenergía, como los que producen etanol de la caña de azúcar o biodiesel de cultivos, generan muchas oportunidades de trabajo y dan a la gente en zonas rurales la oportunidad de conseguir un nivel decente de vida como emprendedores o empleados de grandes compañías de bioenergía. (De hecho, no veo ninguna desventaja en trabajar para alguien más. La gran mayoría de los trabajadores no manuales son empleados, no empresarios, por lo tanto, ¿cómo debe uno esperar que las personas en zonas rurales se limiten al cuidado de una pequeña parte de la tierra?)

No existe ningún truco. En la primera ronda, Bissio señaló que algunos proyectos de bioenergía podrían aumentar la cantidad de carbono en el aire. Está en lo cierto: la generación de energía de biomasa implica procesos complejos que, si se gestionan mal, podían agregar más gases de efecto invernadero a la atmósfera que los combustibles fósiles. Pero también es verdad que algunos proyectos de bioenergía se llevan a cabo de maneras sostenibles para el medioambiente. Estos son proyectos que deberían ser copiados. Si es así, la energía de biomasa no sería, como lo ilustra Bissio, un "truco … para evitar los síntomas de abstinencia" debido a los combustibles fósiles.

Como alternativa a la dependencia de la energía de biomasa para la mitigación climática, Bissio propuso la agricultura orgánica. Lamentablemente, ciertos obstáculos mayores no permiten que la agricultura orgánica se practique a gran escala como lo imagina Bissio. Por un lado, los alimentos orgánicos a menudo son mucho más caros que la comida "convencional". Pero más que eso, la agricultura orgánica daría un rendimiento de sólo un 80 por ciento de lo que dan las prácticas convencionales. Esto significa que, si toda la explotación agrícola se llevara a cabo de manera orgánica, se requeriría un 25 % más de tierra para el cultivo, que comprendería 375 millones adicionales de hectáreas. Esto implica emisiones más altas de gases de efecto invernadero, mucho mayores que las que están asociadas con aproximadamente 30 millones de hectáreas de tierra utilizadas en 2010 para conseguir materia prima para la bioenergía.

A pequeña escala, una pequeña contribución

En su ensayo de la segunda ronda, N.H. Ravindranath argumentó a favor de las tecnologías bioenergéticas de pequeña escala tales como las estufas eficientes y las aldeas electrificadas mediante el biogás. Estas tecnologías, señaló, pueden mitigar el cambio climático, fomentar el desarrollo rural, reducir la cantidad de hollín y demás. Para estar seguros, las tecnologías mencionadas por Ravindranath recibirán la bienvenida alrededor del mundo si demuestran su eficacia e idoneidad… y si la protección de patentes no obstaculiza su adopción. Pero la reducción resultante de las emisiones de gases de efecto invernadero serán nimias.

¿Por qué? En primer lugar porque las personas pobres, cuyas emisiones de carbono se verían reducidas por estas tecnologías, producen muy poco carbono. Como ya mencioné en la primera ronda, los mil millones de personas más pobres son responsables de tan sólo el 3 % de las emisiones globales de carbono. Los 1260 millones de personas cuyos países pertenecen a la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico representan el 42 % de las emisiones. Los ricos, si redujeran sus emisiones en tan sólo un 8 %, podrían mitigar el cambio climático mucho más que los pobres si estos últimos redujeran sus emisiones a cero. Los ricos podrían llegar a la reducción de un 8 % si alteraran sus hábitos de maneras casi imperceptibles. Para los pobres, una reducción de 100 % implicaría la miseria permanente.

Ravindranath presentó un estudio que se llevó a cabo en la India, el cual examinó los beneficios de substituir el combustible diesel por la energía de biomasa para la mitigación del cambio climático. "Durante el transcurso de cien años", señaló, "[este método] prevendría que 92,5 toneladas métricas de carbono por hectárea entraran en la atmósfera". ¡Cien años! El estadounidense promedio es responsable de 17,6 toneladas de emisiones de carbono en un solo año. Podríamos imaginar un hogar estadounidense de cuatro personas que existiera por cien años: este hogar tendría que reducir sus emisiones en tan sólo un 1,31 por ciento para reducir sus emisiones de carbono en 92,5 toneladas métricas. Una reducción así de pequeña podría ser fácilmente obtenida con cocinas o carros más eficientes, mejor aislamiento térmico o al andar más en bicicleta. Claro, esto sería un mejor trato para todas las partes interesadas que si utilizaran una hectárea de terrenos indios para cultivar la materia prima para la energía de biomasa cuando ese terreno se podría utilizar para alimentar a las familias indias.

También me gustaría señalar que la energía de biomasa es un componente de cualquier estrategia importante para la agricultura orgánica, una práctica que recomendé en la primera ronda. Los campesinos alrededor del mundo han estado practicando la agricultura sostenible durante siglos —sin consumir combustibles fósiles y, por lo tanto, sin dañar el medioambiente. El desarrollo de la agricultura "moderna"— altamente mecanizada y dependiente del uso intenso de fertilizantes y pesticidas— fue lo que transformó la agricultura en el sector que hoy en día es responsable por el 14 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Los pobres no son los que deben cortar sus emisiones. Sugerirlo los culpa implícitamente de un problema que no crearon, un problema del cual ya están sufriendo de manera desproporcionada. En efecto, los héroes de la mitigación del cambio climático deberían ser —en vez de los ingenieros que desarrollan las nuevas tecnologías— los agricultores orgánicos tradicionales que utilizan la energía de biomasa de la misma manera responsable en que sus antepasados la utilizaron por siglos.

Pensar primero a pequeña escala

En su ensayo de la primera ronda, José R. Moreira se concentró en el potencial de los biocombustibles para satisfacer las necesidades de combustible para el transporte mientras se mitiga el cambio climático. Nos ofreció una perspectiva ampliamente positiva de los biocombustibles, lo cual no constituye una sorpresa a la luz de la importancia que han asumido los biocombustibles en su nación, Brasil. Roberto Bissio señaló los impactos potenciales y adversos de los proyectos de bioenergía en bosques y terrenos agrícolas, otorgándole a la vez atención a la responsabilidad de los países desarrollados de reducir las emisiones de dióxido de carbono. Mis colegas sostuvieron perspectivas completamente diferentes, pero hasta ahora tienen una cosa en común: los proyectos a gran escala de bioenergía. Yo argumentaría que los proyectos de pequeña escala —debido a su potencial para mitigar el cambio climático y apoyar el desarrollo rural sostenible sin socavar la seguridad alimentaria ni acarrear gastos incontrolables— merecen una mayor atención.

La Agencia Internacional de Energía estima que 2700 millones de personas alrededor del mundo carecen de acceso a instalaciones limpias para cocinar y que 1300 millones de personas carecen de electricidad. La mayoría de las personas que sufren de pobreza energética —el 84 %— vive en áreas rurales. La bioenergía, según el argumento de la agencia, podría desempeñar un papel importante para alcanzar las metas de acceso global a la energía limpia, en especial entre las personas pobres en zonas rurales. Una gama de tecnologías modernas de pequeña escala podrían contribuir con este esfuerzo. Estas incluirían estufas para las cocinas eficientes, biogás para cocinar y para la electrificación de aldeas, gasificadores de biomasa y sistemas descentralizados de doble generación que utilizan bagazo (la fibra que queda después de que el líquido se extrae de la caña de azúcar). Las opciones con base en la biomasa podrían alcanzar una reducción de una gigatonelada de emisiones anuales de gases de efecto invernadero, en parte por reducir las emisiones de dióxido de carbono que resultan del cultivo de biomasa no sostenible. También podrían reducir, en un 60 a 90 por ciento, las emisiones del carbono negro —prácticamente hollín— que es culpable de 2 millones de muertes por año.

Un estudio detallado del Banco Mundial sobre México que cubrió el período de 2009 a 2030 determinó que la adopción de estufas avanzadas de biomasa podrían, mientras producen un beneficio económico neto, reducir las emisiones de dióxido de carbono en unas 19,4 megatoneladas por año: una mayor reducción que la que podría alcanzarse por cualquier otra acción en un sector residencial. Un estudio en la India, mientras tanto, comparó el potencial de mitigación de la bioenergía descentralizada para la electrificación de aldeas con el potencial de mitigación de absorción de carbono por medio de la silvicultura. El análisis concluyó que, en un plazo de 100 años, sustituir el combustible diesel por la energía de biomasa impediría la entrada en la atmósfera de 92,5 toneladas de carbono por hectárea. Los proyectos de silvicultura obtendrían menos resultados. Los proyectos de rotación larga impedirían la expulsión a la atmósfera de 45,2 toneladas métricas de carbono por hectárea, mientras que los proyectos de rotación corta sólo mantendrían fuera de la atmósfera 23,9 toneladas por hectárea.

Las aplicaciones descentralizadas de pequeña escala, las opciones modernas de la bioenergía —en particular en zonas rurales de países en vías de desarrollo— generalmente representan métodos con los que todos ganan. Pueden proporcionar beneficios en dimensiones climáticas, medioambientales y sociales, mientras se evitan los efectos adversos en la seguridad alimentaria. En discusiones de la energía de biomasa, es importante evitar el enfoque excesivo en la producción a gran escala de biocombustibles para el transporte. Existen otros métodos: aquellos que pueden mitigar el cambio climático presentando implicaciones mínimas para el medio ambiente y la producción de alimentos.

Round 3

Devoradores de gasolina y fuegos de leña

En la tercera ronda, N.H. Ravindranath señaló que "toda nación, ya sea desarrollada o en vías de desarrollo, debe explorar varios caminos para la mitigación climática, ya sea a grande o pequeña escala". Sin embargo, este no es el acuerdo de la comunidad internacional. El Protocolo de Kioto trata a los países desarrollados y a los países en vías de desarrollo de manera diferente, y requiere que los primeros reduzcan sus emisiones mientras les da a los últimos espacio para más desarrollo. Esta distinción reconoce que el cambio climático se genera por el dióxido de carbono que se ha estado acumulando en la atmósfera desde principios de la Revolución Industrial y que los países en vías de desarrollo no han jugado un papel importante en su acumulación. Por lo tanto, el trato de estos últimos es diferente del trato que se le otorga a los países cuya prosperidad actual emana de las emisiones de carbono que hoy en día dañan al planeta entero.

Las negociaciones climáticas son difíciles, en gran parte porque algunos países, aunque siguen manejando sus vehículos tipo todoterreno y prendiendo sus aires acondicionados, intentan negar sus responsabilidades históricas. Si esperan que los países pobres reduzcan sus emisiones de carbono, también esperan que las personas pobres abandonen la idea de electrificar sus hogares. De todas formas, la mayoría de los pobres apenas emiten suficiente carbono para cocinar su comida.

Por consiguiente, Ravindranath se equivoca cuando insiste en que los pobres deben ser incluidos en los esfuerzos para paliar el cambio climático. El método que él sugiere no sólo sería ineficaz —para empezar, los pobres emiten muy poco carbono— sino que también engaña al público pues hace pensar que los pobres, con sus fuegos de leña ineficientes, comparten parte de la culpa por el problema climático.

Mientras tanto, Jose R. Moreira argumenta —de manera convincente— que la producción de biocombustibles en Brasil puede ser válida ecológica y económicamente. Brasil goza de mucha luz solar y disponibilidad de tierras, así como de una densidad baja de población. Estas condiciones no existen en muchos lugares. Efectivamente, Moreira señala que "sólo Estados Unidos y Brasil han estado haciendo esfuerzos significativos en pos de los biocombustibles de transporte" y cabe agregar que Brasil se encontraría solo en la lista si no fuese por los masivos subsidios de biocombustibles en Estados Unidos.

Sin embargo, Moreira se equivoca al prestarle mucha atención al lado de la oferta de biocombustibles para el transporte sin poner en tela de juicio los patrones actuales de consumo de combustible líquido. En términos climáticos, un litro de combustible tiene el mismo impacto, ya sea para su uso en un tractor en el mundo en vías de desarrollo o para un vehículo tipo todoterreno en el mundo desarrollado. En términos de desarrollo, los dos no equivalen para nada. Pero más allá de esto, los biocombustibles no lograrán nada para el clima si a la larga promueven patrones de consumo que no son compatibles con la economía de cero carbono que debe ser establecida en un futuro no muy lejano.

Finalmente, en respuesta al rechazo de Moreira del potencial de la agricultura biológica para paliar el cambio climático, el cual justifica basándose en la baja productividad de esta agricultura, yo señalaría que esta desventaja de productividad es superada por factores que Moreira no menciona. Por ejemplo, la agricultura orgánica evita las emisiones de carbono porque no depende de los fertilizantes sintéticos. También absorbe el carbono en el suelo y enriquece la tierra, permitiendo que sea más adaptable al cambio climático.

Intereses creados obstruyen el progreso de los biocombustibles

En mi último ensayo de la Mesa Redonda, me gustaría dedicar mi tiempo a examinar las razones por las cuales los biocombustibles no se están adoptando de manera generalizada como se merecen.

En el sector de transporte, los biocombustibles son la única alternativa renovable a los combustibles fósiles que tendrá un alcance amplio en un corto plazo. Podrán contribuir de manera significativa a la mitigación del cambio climático. Podrán reducir la pobreza rural al establecer nuevos mercados para productos agrícolas y podrán ayudar con el progreso económico y tecnológico de los países en vías de desarrollo. También podrán controlar los precios de combustibles fósiles al permitir un ambiente de competencia.

A pesar de estas ventajas, los biocombustibles no han alcanzado su potencial en el mercado. La mayor causa de esto son las limitaciones políticas, y la mayoría de la oposición política está motivada por un deseo de parte de los titulares del mercado —aquellos que obtienen ganancias del petróleo— de proteger sus posturas económicas.

Es fácil ver por qué los biocombustibles suscitan una fuerte oposición de quienes tienen intereses en los combustibles fósiles. Los combustibles de transporte representan un enorme mercado y siguen creciendo, pero la mayoría del combustible de transporte en la actualidad viene sólo en dos maneras: en gasolina y diesel. Estos son producidos de una sola materia prima: el petróleo. Y como los carros y camiones circulan frecuentemente en los países, los combustibles deben ser fabricados conforme a las especificaciones universales. Por lo tanto, los combustibles de transporte son esencialmente una mercancía fungible, con muy pocos aspectos distintivos desde el punto de vista del consumidor. Para aquellos que se benefician del petróleo, la posibilidad de que los biocombustibles puedan empezar a reemplazar los biocombustibles fósiles debe ser un peligro acuciante. Al combustible de transporte podría pasarle lo mismo que a la electricidad (un producto básico, derivado de muchos recursos y distribuido en todos los países y regiones, que permite la libre competencia).

La transición de combustibles fósiles a biocombustibles obtendría muchos ganadores y algunos perdedores también. Los perdedores no sólo incluirán a las corporaciones y personas pero también a las naciones. Como en toda situación, los ganadores —sin importar cuán numerosos—probablemente permanecerán callados. Los perdedores podrán ser pocos, pero serán extremadamente elocuentes.

La dirección equivocada. La Comisión Europea propuso recientemente establecer un nuevo límite en la cuota de combustibles renovables para el transporte correspondiente a los biocombustibles con base en alimentos (en contraste con los combustibles con base en la celulosa). El destino de esta propuesta en el Parlamento Europeo es incierto, pero la incertidumbre política ayuda muy poco para alentar las inversiones en biocombustibles o permitir que las sociedades aprovechen los beneficios de los biocombustibles. Entretanto, un informe reciente de la Organización de Alimentos y Agricultura de las Naciones Unidas le prestó gran atención al sorgo dulce como materia prima para biocombustibles; otras personas promueven materia prima a base de jatrofa y algas. Sin embargo, promover estas materias primas sólo perpetúa la dominación de los combustibles fósiles líquidos, ya que desvían la atención de otros tipos de materias primas —como la caña de azúcar y el aceite de palma— que verdaderamente tienen el potencial para competir.

Lamentablemente, parece que el interés en los biocombustibles está disminuyendo. Hoy en día, sólo Estados Unidos y Brasil han realizado esfuerzos significativos para la utilización de biocombustibles para el transporte (a pesar de que en la actualidad se llevan a cabo esfuerzos modestos en varios otros países).

Los biocombustibles representan una excelente oportunidad para gestionar el calentamiento global y reducir la pobreza de manera simultánea. Son fáciles de fabricar y distribuir. Ya están listos para ser utilizados. Pero los intereses políticos no permiten que los biocombustibles penetren el mercado como merecen (aunque se requiere urgentemente de maneras inmediatas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero). Para empeorar las cosas, mucha de la atención que se debe prestar a los biocombustibles se le está otorgando al gas de esquisto, otro tipo de combustible fósil que beneficia los intereses de los potenciales "perdedores". Uno sólo puede esperar que la discusión de estos temas abra las mentes de las personas hacia los méritos de los biocombustibles.

En busca de varios caminos

Si la energía de biomasa va a contribuir de manera significativa a la mitigación climática  —sin representar riesgos inaceptables para la seguridad alimentaria— se requerirá un acercamiento de varias vías. Deben emprenderse programas de bioenergía a grande y pequeña escala, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en vías de desarrollo.

En la segunda ronda, me centré en los proyectos de bioenergía de pequeña escala en el mundo en vías de desarrollo, en especial en sus aportes al desarrollo y cómo podrían evitar emisiones de carbono. Mis colegas de la Mesa Redonda, en sus segundos ensayos, criticaron este acercamiento. José R. Moreira argumentó, como lo hizo en la primera ronda, a favor de los sistemas a gran escala de bioenergía, en particular de los biocombustibles. Roberto Bissio, que es muy escéptico de muchas de las formas de bioenergía, criticó los proyectos pequeños de bioenergía porque siente que desvían la atención de las emisiones reducidas tan requeridas en países que pertenecen en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos.

Reconozco que los proyectos de bioenergía deben realizarse a gran escala para alcanzar recortes significativos de las emisiones a corto plazo. Pero los recortes a corto plazo de las emisiones de gases de efecto invernadero no son las únicas metas. Las emisiones a largo plazo también cuentan, así como también valen la seguridad alimentaria y el desarrollo. Las tecnologías de bioenergía a pequeña escala pueden contribuir en todas estas dimensiones. Claro que es verdad que los esfuerzos a corto plazo para reducir las emisiones deben realizarse en las naciones cuyas emisiones son más altas en la actualidad (principalmente en los países desarrollados, pero también en algunos en vías de desarrollo). Sin embargo, debemos recordar que los países en vías de desarrollo actualmente están poniendo en pie infraestructura que los abastecerá con energía por mucho tiempo. Es importante que adopten estrategias energéticas sostenibles que no los aten al uso de combustibles fósiles. Los proyectos bioenergéticos a pequeña escala representan dicha estrategia.

Las tecnologías de biomasa, ya sea a grande o pequeña escala, deben ser evaluadas por sus méritos individuales e instauradas en lugares adecuados. Los proyectos grandes son adecuados para los países donde se dispone de la tierra para la producción de materia prima de biomasa sin dañar la producción de alimentos, la biodiversidad y los recursos hídricos. Estos proyectos podrían incluir, entre otras cosas, los biocombustibles y los sistemas energéticos de biomasa de multi-megavatios. Sin embargo, en las zonas rurales donde el acceso a la energía de las personas pobres imposibilita el desarrollo, a menudo los sistemas bioenergéticos a pequeña escala son adecuados. Como ya lo discutí en la segunda ronda, las cocinas eficientes de biomasa y los sistemas de biogás para cocinar podrían satisfacer las necesidades energéticas de los 2700 millones de personas que carecen de instalaciones eficientes de cocina. Y las regiones ricas en biomasa, pero carentes de combustibles fósiles podrían emplear sistemas energéticos a pequeña escala de biomasa para producir combustible líquido de transporte (y también, como un producto derivado, cantidades significativas de gas licuado de petróleo a precio competitivo para cocinar). Dichos sistemas podrían integrar la absorción y el almacenamiento de carbono y, por ende, contribuir a la mitigación climática.

No existe ninguna solución simple para la mitigación del cambio climático y para satisfacer la necesidad creciente del mundo de alimentos y energía. Todas las naciones, ya sean desarrolladas o en vías de desarrollo, deben explorar varios caminos para la mitigación climática, con proyectos a grande o pequeña escala. De cualquier forma, las tecnologías bioenergéticas, así como también la absorción y el almacenamiento de carbono, serán un componente esencial de las estrategias futuras para satisfacer las necesidades energéticas y para mantener el calentamiento global en un rango aceptable, entre 1.5 y 2 grados.



Topics: Climate Change

 

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