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Buscando la equidad climática

El cambio climático, un problema global, requiere una solución cooperativa. Pero un acercamiento cooperativo sólo se puede establecer y sostener si las naciones creen que otras naciones están poniendo de su parte para dar respuesta al problema.  En un mundo caracterizado por marcadas desigualdades en cuanto a recursos financieros, capacidades tecnológicas y rendición de cuentas por los gases de efecto invernadero que ya circulan en la atmósfera, la noción de la equidad puede entrar en conflicto con intereses nacionales, derivando en negociaciones internacionales contenciosas. A continuación, Ambuj Sagar de la India, Rolph Payet de Seychelles y Pablo Solón de Bolivia abordan la siguiente pregunta: ¿Cómo deberán responder al cambio climático los países que se encuentran en diferentes etapas de desarrollo.

También se puede leer la Mesa Redonda sobre el Desarrollo y el Desarme en inglés, árabe y chino.

Round 1

Una relación distinta con la naturaleza

Las negociaciones multilaterales para la reducción de emisiones de carbono no están logrando sus objetivos. De acuerdo con el Informe de Disparidad de Emisiones de 2012 del Programa de Medio Ambiente de la ONU, las emisiones globales de dióxido de carbono representaron 49 gigatoneladas en 2010. Si vamos a limitar el calentamiento global a 2 Celsius –seguiría siendo un aumento perjudicial— las emisiones deben ser reducidas a alrededor de un 44 % de gigatoneladas para el 2020. ¿Qué están haciendo las naciones para alcanzar esta meta? Muchas están comprometiéndose de manera no vinculante en contra de las emisiones y a menudo expresan estos compromisos en varios niveles, desde los menos ambiciosos hasta los más ambiciosos. El Programa del Medio Ambiente de la ONU reconoce que si las naciones sólo cumplen con los compromisos menos ambiciosos mientras se aplican reglas indulgentes de contabilidad, las emisiones globales en el 2020 representarán aproximadamente un 57 % de gigatoneladas de carbono. Esto es tan sólo una gigatonelada menos de lo que resultaría al seguir haciendo lo mismo que ahora. Es decir, todos los esfuerzos realizados en las conferencias climáticas en Copenhague, Cancún, Durbán y Doha reducirían las emisiones de carbono menos de un 2 por ciento si lo compararan con los esfuerzos actuales. Aún si las naciones alcanzaran sus metas más ambiciosas y se sometieran a reglas estrictas de contabilidad, de todas formas las emisiones se reducirían tan sólo 6 gigatoneladas de las proyecciones normales.

¿Por lo tanto, que deberían intentar lograr las negociaciones patrocinadas por la ONU? Primero, la meta de emisiones para el 2020 debe ser claramente definida: 44 gigatoneladas de dióxido de carbono es una meta razonable, aunque se preferiría una cantidad mucho más baja. Esa cifra, dividida por la población pronosticada para el 2020 –aproximadamente 7.700 millones— arrojaría alrededor de 5,7 toneladas métricas de emisiones de dióxido de carbono per cápita.

El siguiente paso sería establecer una meta de emisiones per cápita por cada país. Esto debería calcularse basándose en los principios subyacentes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –la equidad y las responsabilidades comunes, pero diferenciadas. Las naciones con la mayor responsabilidad del aumento en la atmósfera del carbono actualmente tendrían que reducir sus emisiones. A aquellos con menos responsabilidad histórica se les daría más espacio para el desarrollo económico. Y como la mayoría de los países desarrollados pueden externalizar sus emisiones, las metas nacionales per cápita deben tomar en cuenta tanto el consumo, como las emisiones. Por ejemplo, si una nación europea importa bienes manufacturados de un país en vías de desarrollo, no tiene sentido que cuenten las emisiones generadas en el proceso de manufactura completamente en contra del país en vías de desarrollo.

Todos los países deben de comprometerse de manera vinculante con las metas de emisiones per cápita. No debería existir un "sistema de compromiso y evaluación" –un sistema que, en vez de exigir límites negociados de emisiones, permite compromisos voluntarios. Ningún país debe estar exento de límites de emisiones, sin importar cuan desarrollado o subdesarrollado sea. A corto plazo, algunas naciones reducirían más emisiones y otras no tendrían que reducirlas tanto. Hasta a algunas naciones se les permitiría aumentar sus emisiones por un plazo de tiempo, pero debe ser claro cuando tendrían que empezar a reducir sus emisiones y en qué medida.

Para garantizar que los compromisos sean verdaderamente vinculantes, se debería establecer un tribunal climático de justicia con facultades sancionadoras. El principio de la responsabilidad común pero diferenciada, debería ser aplicado al cumplimiento, como debería suceder con las emisiones: Las naciones que han arrojado la mayoría del carbono en la atmósfera en el pasado deben sufrir las mayores consecuencias si no cumplen con sus compromisos, mientras que aquellas con la menor responsabilidad histórica deben sufrir sanciones muy leves.

Ningún estado debería tener la posibilidad de evadir su compromiso vinculante mediante reducciones compensatorias y mecanismos del mercado de carbono. Las iniciativas como la reducción de emisiones asociadas a la deforestación y la degradación de bosques en otros países o la promoción de "la agricultura climática inteligente" y los proyectos “carbono azul” son problemáticos, no sólo porque crean permisos para contaminar pero también porque los "créditos de carbono" son derivados financieros que podrían contribuir a la crisis especulativa financiera.

Además, los acuerdos climáticos deberían garantizar que por los menos dos tercios de las reservas comprobadas de combustibles fósiles en el mundo permanezcan bajo tierra. Esto concuerda con la perspectiva de la Agencia Internacional de Energía que una cifra inferior a un tercio de las reservas comprobadas pueda ser consumida de manera segura antes del 2050.

Finalmente, el derecho al desarrollo –el cual las Naciones Unidas reconocen en su Declaración sobre el Derecho al Desarrollo— no debe ser considerado como el derecho a contaminar en la misma medida que aquellos que contaminaron en el pasado. En la mayoría de los países, donde la pobreza es un resultado de la concentración de riqueza en pocas manos, eliminar la pobreza ni siquiera requiere el desarrollo. La tarea principal para responder a la pobreza es la redistribución de la riqueza a niveles nacionales, regionales y globales. Debe entenderse que el derecho al desarrollo comprende satisfacer las necesidades fundamentales de las personas, no que sea un derecho para buscar un modelo de desarrollo que no tome en cuenta los límites de la Tierra.

Poniéndole fin al crecimiento sin límites. Las negociaciones climáticas hacen que el progreso sea lento, pero no es debido a que la ciencia climática no sea convincente o porque carezca de concienciación pública. Al contrario, las élites y las corporaciones multinacionales se han adueñado de las negociaciones. Aunque los diplomáticos de varios países entienden que las emisiones de gases de efecto invernadero aún son muy altas debido al consumismo y la búsqueda de crecimiento económico, muy pocos están dispuestos a discutir los cambios en el sistema económico que impulsan el cambio climático.

Si va a responder al cambio climático de manera significativa, el mundo debe de abandonar el paradigma del crecimiento sin límites que se basa en el sistema capitalista. Las naciones deben de abandonar la competencia absurda entre ellas y en cambio deberían promover la solidaridad entre las personas. Las economías que quieren crecer más allá de los límites permitidos de la naturaleza tarde o temprano se colapsarán, y los sistemas democráticos no podrán sobrevivir si no crean una relación distinta con la naturaleza. Los gobiernos que tratan a la naturaleza como un objeto, también explotarán a las personas, tratándolas como meros consumidores o fuentes de capital.

La crisis climática no puede ser resuelta por medio de parches tecnológicos como los biocombustibles, la energía nuclear, los cultivos genéticamente modificados, la absorción y el almacenamiento de carbono o la geoingeniería. Estos métodos peligrosos sólo socavan aún más los ciclos de la naturaleza. En efecto, para responder al cambio climático y otros temas acuciantes a los que se enfrenta el mundo, los seres humanos deben adoptar ciertas actitudes en la vida previas al capitalismo –como lo expresa, por ejemplo, la filosofía de vivir bien. De acuerdo a esta serie de principios, vinculados a la gente indígena de América Latina, los humanos son una parte integral de la naturaleza; las personas y la naturaleza no son dos entidades separadas. El objetivo principal de vivir bien es llegar a un equilibrio, en vez de crecer a costa de los demás o de la naturaleza. "Vivir bien" significa vivir en armonía con la naturaleza y con las demás personas, complementándose en vez de compitiendo entre sí. ¿Qué es lo que indica vivir bien sobre el cambio climático? Que los seres humanos que se enfrentan a este reto, deben recuperar su humanidad y cambiar de manera fundamental su relación con la naturaleza.

Mucho más que palabrerías

El vínculo entre el desarrollo y el cambio climático no es un tema nuevo. Muchos creen, por ejemplo, que el cambio climático contribuyó al colapso de la civilización maya. Pero el problema climático al que el mundo se está enfrentando a gran escala es enorme. En marzo de este año, por vez primera, la concentración de carbono en la atmósfera superó 400 partes por millón en un plazo de 24 horas. En los 800.000 de años antes de que empezara la Revolución Industrial, las concentraciones de carbono nunca habían llegado a niveles más altos de 280 partes por millón. De los 7,2 mil millones de personas en el mundo, un 44 % vive en regiones litorales, donde se arriesgan al aumento de los niveles del mar y tormentas fuertes. Las personas en otras partes del mundo podrían tener problemas en el futuro a causa de las sequías severas y otras interrupciones climáticas. En resumidas cuentas, mil millones de personas podrían resentirse de los efectos directos del cambio climático.

Una razón por la cual se ha evadido una posible solución multilateral para el calentamiento global es que las emisiones de dióxido de carbono están estrechamente vinculadas al crecimiento económico y las etapas de desarrollo de las naciones; los países en diferentes etapas de desarrollo ven el tema de la reducción de emisiones de manera distinta. Algunos en el mundo desarrollado argumentan que las naciones, sin importar su estatus de desarrollo, deben ser más agresivas en cuanto a la reducción de emisiones de carbono. Pero los países en vías de desarrollo suelen argumentar que las naciones desarrolladas, que son responsables de la mayor parte del carbono arrojado en la atmósfera desde el principio de la Revolución Industrial, son los que tienen la mayor responsabilidad para reducir las emisiones. Los países en vías de desarrollo, dicen, no deberían ser forzados a reducir las emisiones de manera que su propio desarrollo sea limitado. Las dos perspectivas son entendibles, pero simpatizo más con el punto de vista de que los mecanismos climáticos deben considerar la etapa de desarrollo donde se encuentran las naciones. La misma solución no es buena para todos.

¿Es viable crear una economía global con bajas emisiones de carbono? Sí y las naciones que generan las dos terceras partes de las emisiones globales deben empezar a esforzarse: China, Estados Unidos, los países de la Unión Europea, Brasil, Indonesia, Rusia, la India y Japón. Pero adicionalmente, se deben plantear metas con plazos específicos para emisiones globales, y, dentro de este marco, los países individuales deben adoptar las estrategias y tecnologías adecuadas de mitigación para adaptarlas a sus propias circunstancias.

El Acuerdo de Copenhague de 2009 tenía como propósito dar un paso en esta dirección. El acuerdo, lamentablemente, sigue siendo no vinculante, y esto genera una preocupación grande entre las partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –esto incluye los pequeños estados insulares tales como mi país, Seychelles. De todas formas, el acuerdo merece crédito por preveer reducciones específicas de las emisiones por cada país (para que se alcance en el 2020) y por tomar en cuenta las distintas etapas de desarrollo de cada nación.

El compromiso hecho en contra de las emisiones desde la Conferencia de Copenhague sobre el Cambio Climático incluye, por ejemplo, que Estados Unidos se comprometió a reducir sus emisiones a un 17 % para el 2020, en comparación con los niveles de 2005. China, por otro lado, no se comprometió a reducir sus emisiones, pero sí a reducir la intensidad del carbono –es decir, la cantidad de carbono emitidas por cada unidad de la producción económica— entre un 40 o 45 por ciento. Estos diferentes métodos, por supuesto, hacen difícil la comparación y la evaluación de los esfuerzos de mitigación del cambio climático de cada uno de los países, como por ejemplo, el compromiso adicional de China para expandir el territorio forestal por 40 millones de hectáreas para el 2020, y la incertidumbre alrededor de los pasos legislativos para la reducción de emisiones de Estados Unidos.

Se han realizado varios estudios para evaluar la eficacia de los compromisos hecho en Copenhague. Un informe de 2010 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) concluyó que las metas de emisiones nacionales no son lo suficientemente ambiciosas para limitar el calentamiento por 2 grados Celsius. Sin embargo, el análisis de la OCDE indica que "los esfuerzos sí representan una ruptura significativa de los patrones actuales", suponiendo que se implementen las reducciones.

Sin embargo, si el mundo va dar un paso hacia adelante de manera más significativa, la cooperación es clave. Como los costos de mitigación irán a variar entre países, dependiendo de los factores tales como las capacidades tecnológicas de las naciones, economías de escala y las políticas medioambientales, existen enormes posibilidades para la cooperación. Estas existen en áreas como el comercio de carbono, la eficiencia energética, el desarrollo de fuentes energéticas con bajos niveles de carbono, y tal vez, hasta la geo-ingeniería. Por ejemplo, el establecimiento de un mecanismo más robusto y representativo para el comercio global de carbono llevaría en general a unos costos menores en la descarbonización que si cada país tuviese que desarrollar su propio mecanismo de comercio. Las inversiones en tecnologías renovables como la energía solar reducirán los precios para los países subdesarrollados, permitiendo que estas tecnologías sean más accesibles. De manera similar, si Estados Unidos alcanza los avances tecnológicos que reducen sus emisiones vinculadas al transporte, otras naciones estarán posicionadas para reducir sus propias emisiones. China, entretanto, está al margen de invertir $43 mil millones en tecnologías de redes eléctricas inteligentes, las tecnologías que podrían tener reducciones mayores de emisiones en las próximas décadas mientras el mundo sigue urbanizándose.

El cambio climático supondrá costos no equitativos. Las naciones desarrolladas pagarán más por la mitigación climática –pero los países subdesarrollados sufrirán más las graves consecuencias del cambio climático. Desde el punto de vista de los países en vías de desarrollo, el punto principal es que los esfuerzos internacionales climáticos deben de ser más eficaces que la palabrería acerca de la catástrofe humana inminente.

Un patrimonio global, un problema perverso

El cambio climático –dado su potencial para impactar sobre las naciones, los individuos y  los ecosistemas, y dados los retos a los que enfrentan los seres humanos para responder al amplio problema de nuestro patrimonio global– tal vez sea el tema definitivo del siglo XXI.

Pero la responsabilidad de la acumulación de gases de efecto invernadero está distribuida de manera desigual. Muchas naciones son emisoras de gases de efecto invernadero –pero algunas emiten más que otras. Todas las naciones sufrirán las consecuencias del cambio climático– pero algunas sufrirán más que otras. Y muchos de los países afectados de manera más adversa no se harán responsables por haber creado el problema.

Al mismo tiempo, cada nación tiene diferentes capacidades –humanas, financieras, técnicas e institucionales— para reducir las emisiones y aminorar los impactos del cambio climático. Y la magnitud del problema del cambio climático se traduce en la necesidad de enormes recursos para evitar "la interferencia peligrosa antropogénica en el sistema climático", que es el objetivo más importante para la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés).

Esta combinación de factores hace que el cambio climático sea "un problema perverso" — es decir, un problema complejo que no es susceptible a una solución fácil. Y cuanto más se demore la actuación, el poder alcanzar las metas climáticas será más caro.

¿Cómo deberían contribuir los países en diferentes etapas de desarrollo para responder al cambio climático? En cierta forma, la respuesta es bastante clara. La Convención Marco, un tratado donde 195 estados son parte, requiere que las naciones protejan el sistema climático "basándose en la equidad y conforme a…responsabilidades comunes, pero diferenciadas y a sus capacidades respectivas". La convención especifica que "las partes de los países desarrollados deben de liderar la batalla en contra del cambio climático y los efectos adversos del mismo".

El acercamiento al cambio climático expresado en la convención comprende tanto una base ética como práctica. Desde el punto de vista ético, es justo que las personas que han sido más responsables del problema y que poseen más recursos, se hagan cargo primordialmente de éste. Desde un punto de vista práctico, los países desarrollados se encuentran en el mejor posicionamiento para organizarse con sus capacidades importantes y sofisticadas que se requieren para mitigar el cambio climático. Después de todo, de acuerdo a cifras del Banco Mundial de 2012, el producto interno bruto (PIB) per cápita en la India fue de $1.489 y en China fue de $6.091; en Japón fue de $46.720 y en Estados Unidos se calculó en $49.965. Además, los países desarrollados por lo general pueden invertir una mayor parte de su PIB en investigación y desarrollo.

Pero los países desarrollados no están "tomando la iniciativa". La mayoría de los países desarrollados no han podido reducir las emisiones a un nivel adecuado (incluso en muchos casos, las emisiones han aumentado), tanto así que el apetito de las naciones desarrolladas para alcanzar la reducción parece ser bastante limitado. En efecto, conforme al informe de 2011 por el Instituto Medioambiental de Estocolmo donde se analizaron estudios del Acuerdo de Copenhague de 2009 y el Acuerdo de Cancún en 2010, el compromiso de los países en vías de desarrollo para la mitigación climática (de manera absoluta) sobrepasa el de los países desarrollados.

Las políticas de mitigación duras en los países desarrollados son importantes por dos razones. Primero, se deben reducir las emisiones en estos países, si vamos a evitar los peligros del cambio climático. Segundo, las políticas de mitigación en el mundo desarrollado pueden crear mercados para la tecnología de emisiones bajas de carbono, reducir los costos y proporcionar incentivos para más innovación.

Pero dada la escala y la urgencia del reto climático, las naciones en otras etapas de desarrollo también deben desempeñar un papel para responder al problema –aunque muchos de estos países se enfrentan a mayores retos de desarrollo que requieren su atención y sus recursos. Los países de rápido desarrollo deben, de manera urgente, explorar las formas para alterar la trayectoria de emisiones de sus economías, mientras son conscientes del reto de desarrollo; algunas de estas naciones podrían requerir apoyo financiero y técnico para alterar su trayectoria de emisiones. Mientras tanto, algunos países ya han empezado a sentir los efectos del cambio climático, y deben empezar a desarrollar e implementar planes de adaptación climática. Esto también va a requerir apoyo financiero y técnico.

Los problemas del patrimonio global requieren la cooperación global. Pero las negociaciones climáticas no han tenido mucho éxito fomentando la cooperación o desarrollando métodos justos y sistemáticos para el manejo de la responsabilidad. Por el contrario, el mundo ha visto un desfile de compromisos voluntarios de naciones individuales. Esto, como una forma de cooperación, es débil e ineficaz –tanto que, como se detalló en el informe del Instituto del Medioambiente en Estocolmo, los compromisos combinados de mitigación del mundo desarrollado y subdesarrollado no constituyen un plan de acción a una escala necesaria para evitar un cambio climático peligroso.

¿Las partes de la Convención Marco seguirán siendo fieles a sus objetivos y principios, o abandonarán estos últimos en aras de la conveniencia política? Espero que opten por la primera opción. ¿Podrá la comunidad de naciones llegar a desarrollar el paradigma de la cooperación que dé lugar a una solución justa y eficaz para el cambio climático? Ciertamente espero que sí. Pero sólo el tiempo lo dirá.

Round 2

Los pobres, iluminando su propio camino

Los patrones globales del consumo están empezando a superar la capacidad del planeta tanto en la producción de recursos como en el mantenimiento de un balance climático— pero el supuesto progreso económico depende de la perpetuación de los patrones de consumo insostenibles. Entretanto, el consumo es de amplia variedad en cada país: algunas naciones son caracterizadas por la pobreza extrema y otras por la riqueza que acapara los recursos. Esta serie de problemas sólo puede empeorar por causa del modelo de desarrollo en el que los países empobrecidos aspiran a los niveles de consumo de los países desarrollados. Lo que se necesita en realidad es que la totalidad del consumo sea limitada a niveles consistentes con la capacidad del planeta para sostener la vida humana.

El consumo en los países desarrollados claramente debe disminuir, pero si eso sucediera, los consumidores tendrían que entender el costo real de lo que consumen (costo que incluye las emisiones de carbono). El sistema económico del mundo rico fracasa miserablemente en la comunicación de los costos. Todo, desde el régimen del comercio global hasta los grandes presupuestos corporativos de mercadotecnia, suscita más consumo. En Estados Unidos, por mencionar un ejemplo, los teléfonos móviles se reemplazan en promedio cada 21 meses y los aparatos electrónicos son los  mayores contribuidores a las emisiones de gases de efecto invernadero. Es preocupante que los patrones de consumo en los países en vías de desarrollo parezcan seguir las tendencias establecidas en el mundo desarrollado. China, por ejemplo, antes conocida como la tierra de las bicicletas, se ha vuelto el mayor mercado mundial para automóviles y está pagando el precio con la contaminación del aire y los embotellamientos.

Por ende, el alto consumo no representa el mejor camino hacia el desarrollo económico y la erradicación de la pobreza. Y tal vez la mitigación climática sí representa dicho camino. La economía energética actual está mayormente centrada en unos cuantos países productores de petróleo y en otros pocos con grandes intereses en el proceso de refinamiento, distribución y demás. Si el orden global económico dependiese de la energía sostenible en vez de los combustibles fósiles, la producción energética sería distribuida ampliamente y la energía se consumiría cerca de donde se produjese. Esto eliminaría a muchos de los intermediarios y especuladores, permitiendo así el control local y la creación de las oportunidades locales para mejorar las condiciones de vida. El uso generalizado de las tecnologías renovables energéticas tales como las bombas y lámparas solares tiene la posibilidad de transformar las regiones pobres del mundo.

En la segunda ronda, Pablo Solón argumento arduamente a favor de la redistribución global de la riqueza (y también a favor de los niveles moderados de consumo). Sin embargo, en vez de la redistribución, estoy a favor de la creación de oportunidades para los pobres para que puedan crear su propia riqueza –con que lo hagan de una manera sostenible. Sí, las naciones desarrolladas deben reducir sus emisiones, pero también es importante que los países pobres eviten los mismos errores costosos que cometieron los países ricos. La clave de esto son los sistemas energéticos sostenibles (y a menudo más baratos).

La mitigación climática no puede alcanzarse mediante un sólo método, pero puede basarse en un sólo principio: la idea de que el uso energético debe ser sostenible. A niveles nacionales, regionales y globales, las medidas deben implementarse de manera que a los consumidores se les comuniquen los costos reales de lo que consumen (aunque el progreso tecnológico no debe verse obstaculizado). El uso de tecnologías sostenibles como las buenas y anticuadas bicicletas debe ser alentado (aunque algunos consumidores perciban dichas políticas como una regresión tecnológica en vez de progreso). También debe alentarse la apropiación local de la energía. Proporcionar lámparas solares a las personas pobres para que ellas iluminen su propio camino hacia la prosperidad.

La armonía mediante la redistribución

Hay un conflicto central subyacente en varios de los ensayos de la Mesa Redonda: la idea de que se debe mitigar el cambio climático, pero a medida que se intente, el derecho de las personas más pobres al acceso a la energía no debe verse socavado. ¿Cómo será posible responder a la vez a estos dos imperativos, supuestamente en oposición? Mi respuesta es que se puede responder al problema con la redistribución de riqueza y no mediante un modelo capitalista de desarrollo.

El proceso de desarrollo, que actualmente se practica, lejos de resolver el cambio climático y de satisfacer las necesidades de los pobres está dañándolos. Más bien está matando a la Madre Naturaleza. Al desarrollo capitalista en sí no le importa la naturaleza o los seres humanos, más bien le interesa las ganancias corporativas y de las élites. Esto es verdad tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en vías de desarrollo.

Las últimas décadas han sido testigos de un gran crecimiento económico, incluso en varios países en vías de desarrollo, pero la pobreza no ha sido erradicada. ¿Será qué la erradicación de la pobreza es una meta no realista? En realidad no es así –mientras la redistribución de la pobreza sea la razón por la que se persiga erradicar la pobreza. De acuerdo con el estudio recientemente publicado por el Centro de Desarrollo Global, eliminar la pobreza requerirá una redistribución equitativa de sólo un 0,2 por ciento del producto interno bruto, si el límite de pobreza se dictara en $1,25 dólares por día. Eliminar la pobreza con un límite establecido de $2 dólares por día requeriría la redistribución equitativa de sólo un por ciento del PIB global. (Pero, ¿qué tan realista es el límite de $2 dólares por día? ¿Ha intentado alguna vez vivir con dos dólares por día?)

Si el paradigma del desarrollo capitalista no erradicó la pobreza durante épocas de gran crecimiento, no me parece realista creer que ahora se eliminará, cuando muchas de las mayores potencias económicas están atrapadas en una crisis crónica. En efecto, parece que el desarrollo capitalista aumentaría aún más la desigualdad –tanto en el mundo desarrollado como en el de vías en desarrollo. En Estados Unidos, de acuerdo con The Economist, el uno por ciento más rico de la población ha obtenido el 95 % de las ganancias económicas conseguidas durante la recuperación de la Gran Recesión. The Hindu informó que en la India, entre 1983 y 2012, el consumo entre el 20 % de los residentes urbanos más pobres se estancó o sólo aumento marginalmente, mientras que el consumo en el decil más alto aumentó más de un 30 %. Este patrón fue cierto incluso en los periodos de mayor crecimiento económico del país.

Superar la vieja lógica. A fin de cuentas, no existe ninguna contradicción entre responder al cambio climático y a las necesidades de los pobres. Todo lo que se requiere es que se abandone el desarrollo como se practica actualmente y en cambio que haya un enfoque en la redistribución de riqueza y la obtención de armonía con la naturaleza.

Se espera, por supuesto, que la élite luche con toda su fuerza para preservar sus privilegios –aunque estos privilegios son a costa de la naturaleza y el resto de la humanidad. Los esfuerzos de la élite por proteger sus privilegios representan la mayoría de lo que se discute durante las negociaciones internacionales del cambio climático.

No significa que los ricos sean malos. Más bien su comportamiento está determinado por la lógica del capitalismo. Si el capitalista no maximiza sus ganancias, se vuelve el perdedor del mercado. Para evitarlo, él está dispuesto a explotar la naturaleza y a otros seres humanos.

Por lo tanto, la redistribución, en realidad, es un primer paso –si no se vence la lógica del capitalismo, esa lógica pronto se reafirmará y la riqueza se volverá a concentrar en un sólo grupo. Pero superar la lógica del capitalismo no será una tarea fácil. Sin embargo es la única manera en que podrá ser restaurado el equilibrio con la naturaleza, incluyendo el ámbito climático.

Primero el desarrollo

En la primera ronda, mis colegas escribieron ensayos señalando la misma preocupación —que no se está haciendo lo suficiente para evitar el peligroso cambio climático. Pero han demostrado diferentes actitudes hacia la responsabilidad nacional de la mitigación climática. Pablo Solón favorece los objetivos y plazos rígidos para las emisiones. Su acercamiento se basa de manera estricta en los principios subyacentes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, según sus siglas en inglés), particularmente, en el principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas. Rolph Payet, mientras tanto, respalda de forma altamente cualificada el Acuerdo de Copenhague, que permite, mientras las naciones formulan compromisos de mitigación tomar en cuenta lo que es factible. Las perspectivas de los dos autores dan un indicio de las diferencias fundamentales de los puntos de vista en las negociaciones climáticas.

En mi opinión, dos temas deben permanecer en el escenario principal, mientras el mundo construye los mecanismos para la mitigación climática: la eficacia y la equidad. La eficacia significa hacer lo suficiente para responder al problema climático. La equidad significa asegurar que la responsabilidad asignada a cada país sea justa. Un resultado equitativo que no responda adecuadamente al problema climático no tiene sentido, mientras que un acuerdo no equitativo probablemente no sería eficaz.

El "sistema de promesa y revisión" de Copenhague (fuertemente criticado por Solón en la primera ronda) probablemente no podría resultar en la equidad ni en la eficacia. Ciertamente no lo ha hecho hasta ahora. En lo que respecta a la eficacia, las promesas que las naciones han hecho hasta ahora sobre las emisiones representan un plan positivo de acción, pero dejan globalmente una "brecha de emisiones" significativa. Sobre la equidad, es difícil argumentar que el proceso de Copenhague haya producido un resultado justo ya que los compromisos de los países en vías de desarrollo para reducir las emisiones, en términos absolutos, superan las promesas de los países desarrollados.

Esto no significa que la mayor eficacia o equidad resultaría de una distribución de carbono que se base en los principios del UNFCCC. Pero por lo menos, los esfuerzos climáticos se dirigirían en la dirección correcta si empezaran con las metas de emisiones globales y luego, utilizando los principios establecidos, repartieran entre las naciones una cantidad permitida de emisiones de carbono. Tal acercamiento reduciría el regateo que caracteriza las negociaciones climáticas —el regateo del tipo que, a menudo, presenta una desventaja a los países en vías de desarrollo. Además, las grandes diferencias nacionales de la distribución de carbono resultaría de tal proceso y esto promovería el comercio de carbono, una manera útil de cooperación internacional. Pero la pregunta más importante, por supuesto, es si los signatarios de la UNFCCC —o hasta los países principales— pudieran llegar a un acuerdo sobre los detalles de dicho sistema y mantener el compromiso posteriormente.

Hay que utilizar la oportunidad de progreso. En los años venideros, la mitigación climática absorberá una parte creciente de los recursos globales y la mayor parte de la atención política —pero esto no debe distraer al mundo de las metas de desarrollo tales como el abastecimiento de combustible para la cocina moderna a aquellos que carecen de ello y también a los 1300 millones que carecen de electricidad. A veces, el camino para responder a estos desafíos parecerá hostil hacia el medio ambiente, por ejemplo, cuando se trate de proporcionar la electricidad a base de combustible fósil a los pobres.

Tensiones como éstas (verdaderas o consideradas como tal) se pueden resolver, por lo general, pero sólo si en primer lugar las necesidades básicas humanas en los países en vías de desarrollo obtienen la atención suficiente. Efectivamente, tal vez sea necesario tener un acercamiento a la mitigación climática de "primero el desarrollo". (Esto se diferenciaría del acercamiento de "co beneficios", que le asigna la más alta prioridad a la mitigación climática aún cuando las opciones de mitigación se estén evaluando, en parte, debido a los beneficios adicionales de desarrollo que proporcionan). De cualquier modo, anteponer las necesidades de desarrollo no debe ser visto como si se socavaran los esfuerzos de mitigación. Al contrario, es una manera de asegurar que se le dé un trato justo a la mayoría de la humanidad cuyas bajas emisiones históricas le han dado a los demás una oportunidad de progreso para mitigar de manera ordenada el cambio climático.

Round 3

Cooperar o perecer

Pablo Solón argumentó en su tercer ensayo de la ronda que "el problema climático no se resolverá mediante las negociaciones internacionales climáticas", y debo decir que estoy de acuerdo. O, en todo caso, es evidente que no se evitará el peligroso cambio climático sólo mediante las negociaciones.

No estoy diciendo que la guerra podría resolver este problema. Sin embargo, si el mundo no implementa medidas que salven al planeta y que también salven a los pobres, un conflicto será inevitable. El cambio climático ya está generando inseguridad alimentaria e hídrica y sólo es necesario ver el caso de Darfur para entender como la inseguridad contribuye al conflicto. Por otro lado, el riesgo de una guerra puede ser reducido marcadamente mediante la cooperación en temas tales como el agua, como lo detalla un informe reciente por el tanque de ideas, Strategic Foresight Group. Por lo tanto, no son necesarias las negociaciones, sino más –y más eficaz— cooperación.

Cuando las naciones luchan por un mayor crecimiento económico y miden su éxito por el producto interno bruto per cápita, se adhieren a teorías económicas que se basan en un panorama incompleto del comportamiento humano. Estas teorías no toman en cuenta el potencial humano para la resolución de problemas mediante la colaboración. No reconocen que la interdependencia económica y la interdependencia de los recursos naturales pueden proporcionar mayores beneficios.

Algunos le darían un matiz romántico a la cooperación entre naciones, pero, en efecto, la cooperación es un método pragmático afianzado en varios sistemas naturales. La cooperación supone trabajar juntos hacía una meta común que aportará recompensas mutuas; no hay perdedores o ganadores concretos. Este método es un contraste marcado de la actitud económica neoclásica que valora ante todo la maximización de ganancias.

Si el universo entero –un lugar con recursos ilimitados, incluyendo la energía— fuera el terreno de juego de los seres humanos en vez del planeta Tierra, el cambio climático jamás habría emergido como una preocupación de esta generación. Pero como los humanos sí viven en un planeta, y como han desarrollado un nivel de concienciación que da lugar a ciertas nociones como los derechos humanos universales, la cuestión es la siguiente: ¿Por qué continúan su curso normal las naciones en el marco ambiental cuando este método está evidentemente fallando? Cada año, las naciones se reúnen. Las naciones realizan negociaciones. Y cada año demuestran que no han podido aprender de la naturaleza misma: no se dan cuenta que sólo pueden responder al cambio climático con la cooperación y con nada más.

La cooperación debe empezar con el reconocimiento de que los humanos hoy en día representan la única solución posible al cambio climático. Las generaciones futuras exigen que la generación actual responda al problema. Las otras especies que habitan el planeta también exigen lo mismo. Señalar la culpa por el cambio climático de cierta manera es poco importante; lo que importa es la capacidad colectiva de la humanidad para resolver el problema.

Cada vez es más evidente que la solución al cambio climático no yace en los métodos egoístas que cuentan con que ciertas partes se beneficien a costa de los demás. Una actitud cooperativa, en vez de una actitud de suma cero, hacía el clima –aunque no resolvería el problema global de cómo se distribuiría la riqueza equitativamente— por lo menos garantizaría que todo ser humano goce del derecho a comida, abrigo y, en efecto, a existir.

Una lucha que no se puede perder

Durante esta mesa redonda, se dio inicio a las negociaciones en Varsovia que involucraron a 193 naciones sobre el cambio global climático. Justo unos días antes el tifón Haiyán había azotado a Filipinas, dejando a miles de muertos y aproximadamente 4 millones de desplazados.

Se podría esperar que un tifón igual de poderoso que Haiyán provocaría mayor urgencia en las negociaciones climáticas (aunque no sea posible adjudicar un sólo evento climático al calentamiento global). Se podría esperar que las naciones prometieran mayores reducciones de sus emisiones de carbono y que los países desarrollados se comprometieran con apoyos significativos para iniciativas tales como el Fondo Verde contra el Cambio Climático. Sin embargo, las negociaciones en Varsovia retrocedieron. Japón, el quinto país emisor de carbono del mundo, se retractó de su compromiso previo de reducir para el 2020 sus emisiones a un 6 % inferior a los niveles de 1990; ahora estas emisiones aumentarán un 3 % superior a los niveles de 1990. Mientras tanto, las cifras presentadas durante la conferencia de Varsovia demostraron que hasta ahora en el 2013 los compromisos para los fondos internacionales para el cambio climático son un 71 % inferiores a los del mismo periodo en 2012. La respuesta a Haiyán ha sido mucho peor que la práctica normal.

Cuando me quejo con los negociadores sobre mi decepción por las negociaciones climáticas, algunos me dicen: "simplemente es como funcionan las negociaciones". La negociación de un compromiso de emisiones, mucho más un compromiso no fijo, lleva tiempo y es difícil y los negociadores, quienes reciben instrucciones de sus capitales, no tienen la autoridad para mover las negociaciones hacia adelante por su cuenta. Otros señalan que no tiene sentido pedirles a las naciones que hagan más de lo que están dispuestos a hacer y, efectivamente, un nuevo tratado climático tendría que elaborarse de acuerdo a las agendas de Estados Unidos y China (aunque dicho acuerdo, en efecto, sería elaborado de forma que quemaría el planeta). "En algún momento", dicen los demás, "los gobiernos reaccionarán por la crisis climática". ¿Pero cuándo será esto? ¿Cuántas personas más deberán morir? ¿Y qué pasa si los países reaccionan demasiado tarde para poder reducir el calentamiento a un nivel tolerable?

El problema del cambio climático no se resolverá mediante las negociaciones internacionales climáticas. No hay esperanza en el gobierno, que se centra más en las próximas elecciones u otros imperativos políticos, que han sido cautivados por las corporaciones y las élites. A las élites simplemente no les interesan los tifones devastadores y cosas de esa índole. Si el cambio climático empezara a incomodarlos, sólo tendrían que tomar un avión e irse a un lugar diferente en el mundo, comprar una nueva casa y empezar un nuevo negocio.

La esperanza yace en las personas y las soluciones climáticas deben manifestarse en las calles de Washington, Beijing y demás. Las personas deben darse cuenta que la justicia climática les incumbe no sólo a los defensores del medio ambiente y a los activistas climáticos, sino a todo el planeta. Debe importarles porque la gobernanza democrática y el empleo a largo plazo no son compatibles con sociedades cuya relación con la naturaleza esté completamente fuera de equilibrio. Las economías que crecen más allá de los límites permitidos por la naturaleza tarde o temprano colapsarán.

Las políticas climáticas nacionales y globales sólo surtirán efecto cuando los movimientos sociales fuertes empiecen la lucha –a lo largo y ancho de los países, de los continentes y en todas las dimensiones económicas, políticas y medioambientales. Esta lucha debe acoger metas concretas, tales como cerrar las minas de carbón,  parar la construcción de gaseoductos, frenar los proyectos de hidrofracturación, gravar el carbono, preservar los terrenos indígenas y ponerle fin al acaparamiento de tierras. Estas metas deben alcanzarse mediante varios métodos, desde la presión política, al boicot de los consumidores, hasta la desobediencia civil y las huelgas de hambre. La ventaja más grande del capitalismo es la inercia, y para superarla se requerirá que se involucren los trabajadores, los campesinos, la gente indígena, las mujeres, los jóvenes, las comunidades de fe, los migrantes, los intelectuales, los artistas y los activistas de derechos humanos.

La lucha involucra tanto parar la locura climática como crear un mundo donde los seres humanos y la naturaleza sean respetados. Esta es una pelea que no debemos perder.

La razón sobre el realismo

Pablo Solón sugirió que para responder al cambio climático, y satisfacer también las necesidades de los pobres, se requerirá que el mundo "abandone el desarrollo tal y como se practica en la actualidad y, que en lugar de esto, se centre en la redistribución de riqueza y en alcanzar la armonía con la naturaleza". Rolph Payet argumenta más bien a favor de "las oportunidades para que los pobres puedan generar su propia riqueza de manera sostenible por supuesto". En cierto modo, los puntos de vista de mis colegas difieren, pero concuerdan al hacer hincapié sobre la prioridad que se le debe dar a las necesidades de los pobres (un punto que yo he enfatizado en la Mesa Redonda) y en el que se deben explorar caminos de desarrollo, fundamentalmente, diferentes a aquellos que se siguen en la actualidad.

Algunos podrían señalar que ésta es una perspectiva romántica y no muy práctica. Pero la dirección actual de las negociaciones climáticas, donde algunos consideran que existe un "realismo" creciente, está permitiendo que las naciones establezcan metas voluntarias para las emisiones. Parece que este método tiene pocas probabilidades de limitar el calentamiento global a menos de 2 grados y no es nada práctico para alcanzar los objetivos establecidos por la Convención Marco del Cambio Climático de la ONU. El realismo que es necesario para responder al cambio climático —el reconocimiento realista del problema— a menudo escasea.

La Organización Meteorológica Mundial informa que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha registrado un nivel récord y que las concentraciones siguen "una tendencia al alza y creciente". El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en su Informe sobre la Brecha de Emisiones de 2013, señala que "las emisiones de gases de efecto invernadero en 2020 probablemente serán de 8 a 12 giga toneladas del equivalente de [dióxido de carbono], superior al nivel que haría posible" un camino razonable para aumentos de temperatura de 2 grados o menos. Los eventos como el Tifón Haiyan nos recuerdan diariamente lo que podría suceder si ocurre el calentamiento global. Pero las negociaciones climáticas provocan "realismo" (sólo un eufemismo para la falta de voluntad de las naciones por tomar la responsabilidad por el cambio climático), en vez de respuestas realistas al problema. El New York Times, por ejemplo, informó recientemente la opinión de analistas de que el resultado más probable de las negociaciones climáticas en Varsovia será "un pacto débil que esencialmente instará a los países a que hagan lo que puedan para reducir sus emisiones".

El pensamiento, la política y el diseño de políticas realistas simplemente no responden de manera adecuada al cambio climático. Y tampoco están resolviendo los desafíos de desarrollo en el Hemisferio Sur. Por ende, explorar las vías alternativas para el clima y el desarrollo está totalmente justificado. Efectivamente, podría ser la única manera de superar el déficit de desarrollo del mundo empobrecido y cerrar la brecha de las emisiones (probablemente los dos mayores retos para la humanidad). Si las vías alternativas de desarrollo parecen románticas o tontas, es útil recordar que si no se controla el cambio climático, esto podría llevar al mundo por vías de desarrollo distintas y muy desagradables. ¿Será fácil explorar vías alternativas de desarrollo? Claro que no. Sin embargo, estas opciones deben de ser discutidas, consideradas seriamente e incluidas en las agendas de los diseñadores de políticas.

El escritor británico G.K. Chesterton escribió: "el realismo es simplemente el romanticismo que ha perdido la razón … es decir su razón de ser". A medida que los líderes mundiales abarquen otras rondas futuras de negociaciones climáticas —es decir, mientras intenten resolver las tensiones que existen entre un resultado justo para el cambio climático y las compulsiones políticas internas— harían bien en abandonar su realismo y en su lugar reconquistar la razón.



Topics: Climate Change

 

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